sábado, 20 de enero de 2018

BAILARINA: CAPITULO 4





¡Había funcionado! ¡Había funcionado! Tal vez sólo bastaba rogar a Dios para que algo se hiciera realidad. Se había imaginado a sí misma contando billetes de mil dólares y sonriendo, sabiendo qué su madre lograría salvarse. No tenía billetes, pero en su bolsillo había un cheque por cuatrocientos mil dólares que no sólo serviría para pagar la operación, sino la estancia de su madre y de su tía en Seattle y seis meses de cuidados postoperatorios.


Paula sintió un gran alivio, como si le hubieran quitado un gran peso de encima. Qué extraño era todo. De no haber sustituido a su madre, si no hubiera conocido a Robbie... 


Pero así eran las cosas, tal como había dicho Angie: «No tienes que pensar cómo va a ocurrir, ya lo verás cuando suceda».


Y eso había hecho. Había rogado a Dios, había imaginado y...


«¡Pero has mentido!», se decía. «No, no exactamente. No pude evitar que pensara que... ¡Pero le has ayudado a pensarlo! De acuerdo, pero si Dios o alguien allá arriba pensó que ésta era la forma de conseguir el dinero, cómo iba yo a interponerme. De todas formas» prometió, cuando el sentido de culpa perturbaba su alivio, «le devolveré todo. Hasta el último céntimo».


«¡Ja! ¿Cuatrocientos mil dólares?»


«Pero la gente paga sus casas y sus coches por mensualidades, ¿o no? Está bien, puede que me lleve la vida entera, pero lo devolveré. Lo prometo. Empezaré a pagar en cuanto mamá esté bien.»


Paula se puso manos a la obra lo más deprisa que pudo. A la mañana siguiente, depositó el cheque antes de que pudieran anularlo por alguna razón... como por ejemplo que Robbie les dijera la verdad. Pero ellos no le dirían que la habían comprado, ¿verdad? No. Alfonso no sólo le había hecho prometer que no se casaría con Robbie, sino que no le diría que había dio a verla.


Alfonso, Pedro Alfonso. La noche anterior aquel nombre le había resultado familiar, aquella mañana, con la mente más despejada, sabía por qué. Pedro Alfonso. Su columna en el Chronicle era lo primero que leía cada mañana. Escribía acerca de cualquier tema, política, economía o sociedad, y siempre llegaba al meollo de los problemas y lo explicaba con claridad. Respetaba mucho sus opiniones y había empezado a fiarse de sus juicios.


Pero, ya no, no después de la noche anterior. Era un hombre arrogante, dogmático y engreído que manipulaba a la gente con la palabra escrita, y con dinero.


Pero, ¿por qué estaba tan decepcionada? Porque al verlo pensó... Pero, ¿quién era ella para pensar nada? Tenía aspecto de hombre sincero y de una pieza. De hombre en quien se podía confiar. Sí, su apariencia era tan honesta como sus artículos, pero...


Pero, qué importaba, ¿por qué estaba pensando en él? «A caballo regalado no le mires el diente», se dijo. Llamó al médico de su madre y le dijo que llamara al hospital de Seattle para pedir una entrevista inmediata.


La dificultad estaba en qué decirle a su madre y a su tía Mariana.


—Tengo el dinero —dijo—. Un préstamo del señor Juan Goodrich.


Había anotado el nombre y la cuenta que figuraban en el cheque para poder hacer las devoluciones.


Delia se quedó mirando a su hija llena de asombro.


—¿Te han prestado trescientos cincuenta mil dólares?


—Cuatrocientos mil.


—¡Alabado sea el Señor! —exclamó la tía Mariana—. Sus caminos son misteriosos y llenos de maravillas. Puede caminar sobre las aguas y cabalgar sobre las tormentas.


Delia Chaves era menos ingenua que su hermana y miraba a su hija con incredulidad y suspicacia.


—Nadie en su sano juicio te prestaría tanto dinero.


—¿No os parece increíble? —dijo Paula, sabiendo que tendría que inventar una buena historia para convencer a su madre. Pero, si había sido capaz de fingir ante Alfonso, mucho más fácil le resultaría hacerlo con su madre—. Es un filántropo, y le gusta ayudar al que lo necesita.


—¿Pero por quién me tomas? ¿Te crees que he nacido anteayer?


Delia, que había vuelto del hospital hacía pocos días, estaba un poco pálida, pero nadie diría que estaba mortalmente enferma. Pero no, no estaba tan grave. Paula sabía que el trasplante le devolvería la salud, y nada la detendría para conseguir que se lo hiciera.


— ¡El hospital, mamá! Oyó tu caso en el hospital y se puso en contacto conmigo. Es un préstamo, no un regalo. Quiere que la gente crea que es un trato de negocios, no una obra de caridad. Le pueden devolver lo que presta... cuando puedan.


Habló tan convincentemente que Delia la miró con asombro.


—Un hombre notable —dijo su madre—, y muy amable. Le escribiré una nota para agradecérselo.


—Hazlo —dijo Paula—. Yo la echaré al correo.


Una mentira más, en cuanto se empieza a mentir se ve uno envuelto en una maraña de mentiras. Al volver al despacho, le dijo a Angie la misma mentira.


Pero Angie no estaba muy sorprendida.


—Así son las cosas, Paula. Tienes un gran problema, tan grande que no puedes imaginar una salida. Pero la solución existe, todo lo que tienes que hacer es dar con ella. Es como encontrar un documento en un ordenador.


Paula sacudió la cabeza.


—Angie —dijo—, tienes aspecto de tener la cabeza en su sitio, pero algunas veces pienso que...


—Pero tu problema se ha solucionado, ¿o no?


—Bueno, sí, pero... —dijo Paula—. Nunca habría pensado.


—Ésa es la cuestión, que no tienes que pensar. Lo único que hay que hacer es teclear y llamar al documento que quieras.


—Tal vez.


Paula miró la cantidad de papeles que se habían acumulado en su mesa en el día libre que aprovechó para llevar a su madre a Seattle. Peticiones de préstamos para pequeños negocios: una librería, una escuela de danza, un taller de cerámica, etc... Gente que luchaba por abrirse camino y que necesitaba un pequeño apoyo, pero antes de que se les concediera un préstamo, tenían que demostrar que serían capaces de devolverlo.


—La gente tiene que esforzarse por conseguir lo que quiere —dijo—. No es normal pensar en algo y que aparezca de pronto la solución.


—Pero tú lo has hecho y tu madre ya está en el hospital de Seattle, ¿verdad?


Paula asintió con vacilación. Era muy pragmática y le costaba aceptar el milagro de los cuatrocientos mil dólares aparecidos de repente.


Pero Angie no tenía ninguna duda. Se apoyó sobre la mesa de Paula y la señaló con el dedo.


—Y escucha esto. Sabes lo harta que estoy de mi apartamento de Beacon Street, ¿verdad? Bueno, pues he puesto lo que quiero en el ordenador —dijo Angie pasándose la mano por su corta melena rubia—. Hay que ser exacto, no quiero algo antiguo. He decidido que quiero uno de esos pisos enormes de Coastal Green, junto al parque, para que mis gatos y yo tomemos bien el sol. Cerca del Club Náutico, donde poder encontrar un soltero y donde...


—Y donde no puedes pagar la renta, aunque sea del tipo limitado —dijo Paula.


—¿Ah, no? Escucha esto. Marge Sims, la de contabilidad, ha roto con ya sabes quién, y, consecuentemente, no puede seguir pagando el enorme piso que tiene en, ¿adivinas dónde? Coastal Green. Se va a Los Ángeles para curar su corazón roto y busca a alguien que ocupe el piso, de renta limitada. Ahí lo tienes.He conseguido lo que tenía programado o no?


—Supongo que sí. ¿Pero no será el alquiler muy aIto de todos modos?


—Ya me estoy ocupando de eso —dijo Angie cerrando los ojos, como si visualizara algo—. Busco una compañera con quien compartirlo... alguien que no me quite la ropa ni me robe los novios, alguien que... — abrió los ojos y miró fijamente a Paula—. ¡Tú! Eres nnás delgada que yo y no te sentaría bien mi ropa, y eres demasiado honesta para robarme los novios. ,,Qué te parece?


Paula vaciló.


—No sé...


—Mira, también para ti es perfecto. Tu madre va a pasar en Seattle más de seis meses. Pero es que, además, el piso tiene tres habitaciones, y creo que para su recuperación es un lugar perfecto. Seguiríamos pagando la renta al cincuenta por ciento.


No era mala idea, dijo Paula. La mitad de la renta sería más de lo que estaba pagando por su piso de dos habitaciones, pero no mucho más. Y tal vez fuera una buena ocasión para mudarse. Odiaba la idea de tener que volver a ver a Robbie si volvía para buscarla al bar o a su apartamento. Él no sabía cómo se llamaba realmente, así que, si se mudaba, no volvería a verlo. Ya había acordado con Spike que sólo estaría en el bar otra semana, pero esperaba que no regresara tan pronto. Incluso aunque nunca supiera lo que había hecho, odiaba la idea de tener que verlo de nuevo, porque le importaba lo que pudiera pensar de ella.


Por el contrario, lo que su engreído tío creyera no le importaba lo más mínimo. Por él, se alegraba de haber tomado el dinero.



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