sábado, 20 de enero de 2018

BAILARINA: CAPITULO 3




Pedro la condujo a un reservado. Instintivamente, quería protegerla, darle amparo. Pero ¿de qué? Era ella la que estaba acostumbrada a aquel ambiente, ¿o no? La verdad era que observaba en ella cierto distanciamiento, pero no estaba seguro de la razón. Había entrado con graciosa dignidad, con la cabeza erguida, como si se sintiera muy cómoda en aquel lugar. Pero con aquel vestido blanco tan sencillo, con la melena morena cayéndole por la espalda, tenía un aspecto de pureza e inocencia. Y, si bien su sonrisa mostraba recelo, también tenía una calidez y una dulzura que le hicieron sentir envidia. Robbie la había visto primero.


¡Dios! Sería mejor que se tranquilizara.


Se dio cuenta de las miradas suspicaces de algunos hombres. Como si ellos también sintieran el mismo instinto protector. Pero con respecto a él. Estaba empezando a ponerse nervioso.


—Sería mejor —sugirió a pesar de que estaban sentándose— que tuviéramos esta conversación en otro lugar.


Paula hizo un gesto de asombro, o tal vez de desconfianza. Pedro no podía precisarlo.


—Lo siento, pero tengo menos de una hora de descanso.


—Lo que deseo decirle es privado. Quizá sería mejor que quedásemos en otra ocasión y en otro lugar. Puedo llamarla a su casa, o, si lo prefiere, podemos vernos en...


— ¡No! No puedo quedar con los clientes fuera de las horas de trabajo.


Definitivamente, lo que tenía era desconfianza. Y eso lo irritaba.


También estaba irritado por la repentina aparición de una camarera con una botella de champán metida en una cubitera llena de hielo. ¿Es que no iban a tener ninguna intimidad?


—¡No he pedido champán! —le espetó con un gesto, pero la señorita Divine carraspeó ligeramente y él carraspeó a su vez—. Aunque tal vez la señorita Divine... —dijo mirándola.


—Sí, es lo que tomo normalmente. Gracias, Vashti —dijo Paula, y esperó a que la camarera desapareciera. Luego, en tono de disculpa, dijo—: Les gusta que durante las horas de trabajo me relacione con clientes, si los clientes piden algo de beber.


Pedro apretó los dientes. Aquel lugar empezaba a parecerle uno de los peores antros en los que había estado en su vida, y ella estaba metida en el negocio hasta el fondo, lo que no le afectaba lo más mínimo.


No importaba. Podía ir directo al grano.


—Creo que mi sobrino es uno de sus clientes habituales.


Paula se encogió de hombros.


—También creo que tiene usted una relación muy estrecha con él.


—¿Cómo?


—Una relación que no se limita a las horas de trabajo.


—Está usted equivocado —dijo Paula con una mirada desafiante—. No me relaciono con los clientes más que según las premisas que ya le he dicho.


—¿Ni siquiera con su prometido?


—¿De qué está usted hablando?


—Estoy hablando de Roberto Goodrich, el joven con quien está prometida.


— Yo no estoy prometida con...


Paula se interrumpió. Empezaba a comprender. Roberto Goodrich, Roberto, Robbie, su sobrino. Aquel hombre arrogante era uno de los orgullosos parientes de los que Robbie no paraba de hablar. Uno de los que le decían que era un cabeza hueca incapaz de tomar ninguna decisión. Y habían hecho un gran trabajo con el chico, logrando destruir por completo la confianza en sí mismo. Pero siempre había pensado que se trataba de gente mayor: su abuelo, su tía abuela. Aquel hombre educado, con un traje elegante, no podía tener más de treinta años. Debía saber lo malo que era tratar a Robbie como a un niño.


— Usted es...


—Alfonso, Pedro Alfonso. Como le he dicho, soy tío de Robbie y he venido a hablar con usted de su parte.


—¿Oh? Creía que Robbie era capaz de hablar por sí mismo.


Pedro frunció el ceño.


—En ciertas circunstancias, tal vez, pero el matrimonio es un paso muy importante y debe prevalecer el consejo de los más experimentados.


¿Matrimonio? Así que Robbie no les había dicho que lo había rechazado, pensó Paula. «Probablemente estaba demasiado dolido y avergonzado para hacerlo.»


—Robbie es joven —dijo Pedro—, demasiado joven para pensar en casarse.


—Pero hace tiempo que es mayor de edad.


No podía traicionar a Robbie, él mismo les diría la verdad, a su debido tiempo y a su manera.


—Cierto. Pero Robbie es más joven de los años que tiene. No puedo imaginar que pueda resultarle atractivo a una mujer de su... —dijo Pedro, e hizo una mueca, buscando la palabra correcta—, una mujer de muy vasta experiencia.


Paula sabía lo que aquella afirmación implicaba y se sintió dolida. Pero estaba dispuesta a llevar el juego hasta el final.


—Supongo que no se puede luchar contra la madre naturaleza —dijo, haciendo un gesto de condescendencia—. Cada vez que Robbie me mira se me pone carne de gallina —dijo, y, entre dientes, añadió—: ¿Qué le parece eso a usted que parece tan estirado?


Pedro la miró con asombro, sin creer lo que estaba oyendo.


—Señorita Divine, ésa no me parece la señal de un gran afecto. Se lo digo en serio.


—Pues lo es. Desde la primera vez que vi a Robbie ,surgieron chispas entre nosotros, así de sencillo. Supongo que puedo llamarlo química —dijo tomando un sorbo de champán. Le dieron ganas de reírse, pero se las arregló para esbozar una sonrisa llena de coquetería.


Pedro la miró fijamente.


—Hace falta algo más que química para sostener un matrimonio. Creo que debe saber que la familia de Robbie no vacila en oponerse a esta unión.


—Es su problema, no el mío —dijo Paula dejando la copa sobre la mesa. Si bebía demasiado, no podría bailar.


—A lo mejor le interesa saber que sin el apoyo de su familia, Robbie es prácticamente pobre.


—¡Oh!


Se lo quedó mirando. Se había cansado de aquel juego. 


Prácticamente pobre, ése era su estatus, pensando en lo que su madre necesitaba. ¿Qué podía hacer? Ni ella ni sus primas llevaban trabajando el tiempo suficiente como para que un banco accediera a concederles un crédito, y mucho menos por una suma tan importante de dinero. No tenía ninguna propiedad, ninguna casa, y ya no le quedaban ahorros. Sus dos trabajos no le daban el dinero suficiente, lo que pudiera ganar era insignificante comparado con los trescientos cincuenta mil dólares que le hacían falta. Suspiró, se sentía muy cansada.


—¡Ajá! Veo que empieza a darse cuenta de adónde voy a parar.


Paula era vagamente consciente de las palabras de Alfonso.


—No es sólo que Robbie no tenga trabajo, sino que todavía no ha terminado la universidad, no ha trabajado en toda su vida y no tiene dinero.


Paula, absorta en sus pensamientos, no estaba escuchando, pero las dos últimas palabras, que Pedro enfatizó, recuperaron su atención.


¡No tiene dinero! ¡No tiene dinero! El pensamiento le golpeó la cabeza, pero se negaba a pensar negativamente.


—El dinero está ahí, ya lo conseguiremos. De alguna manera, lo conseguiremos.


No se dio cuenta de que había dicho aquellas palabras en voz alta, pero Alfonso sí. Se irguió y dejó la copa de champán sobre la mesa con un golpe que la hizo volver en sí.


—Veo que Robbie le ha mencionado sus diez millones de dólares en bonos del tesoro.


Paula se quedó boquiabierta. Diez millones. ¿Robbie tenía diez millones de dólares? Él le prestaría el dinero para la operación, sabía que lo haría, tanto si se casaba con él como si no. Oh, Dios, ¿adónde había dicho que se iba? Se pondría en contacto con él y...


—¡Olvídelo! Robbie no puedo tocarlos. Juan Goodrich se encargó de que así sea. Robbie no puede disponer de ese dinero hasta que no tenga treinta años, y, si se casa con usted, ni siquiera entonces. ¿Comprende?


Era asombroso. Diez millones de dólares invertidos en alguna parte, sin que nadie pudiera tocarlos, cuando todo lo que se necesitaba para que su madre viviera eran trescientos cincuenta mil.


—No es justo —dijo en alto sin darse cuenta


No es justo.


—Justo o no, así es. Y hablando de justicia, ¿qué hay de ser justo con Robbie? ¿Quiere que pierda toda su herencia?


—¿Perder su herencia? ¿Qué quiere decir?


—Quiero decir que su abuelo ha dejado bien claro que si Robbie se casa con usted, se quedará sin un céntimo. Le cortará su asignación, perderá los bonos, lo perderá todo... —dijo Pedro, e hizo un gesto con la mano para dar énfasis a sus palabras.


Paula estaba demasiado aturdida para hablar. Entre la rabia y la consternación. ¿Cómo podía alguien ser tan dictatorial y diabólico? ¿Y si ella y Robbie estuvieran realmente enamorados?


El hombre que había ante ella sonrió y asintió.


—Veo que empieza a comprender. Ahora piense en lo siguiente: ¿está siendo justa consigo misma?


—¿Justa conmigo misma?


—Piénselo. Bajo estas circunstancias, creo que encontrará a Robbie, como marido, más como una carga que como una ventaja. Por otro lado...


Pedro se interrumpió al ver aparecer a Vashti, a quien miró con evidente enfado. Aquello le dio a Paula algún tiempo para pensar. Robbie era rico, pero su familia se oponía a que se casara con ella. Si lo hacía, perdería todo lo que tenía. No sabía si Robbie era lo bastante terco como para seguir con sus intenciones de casarse con ella o si, sencillamente, no había tenido oportunidad de decirle a su familia que no habría boda. Tal vez, sí había hablado con ellos, pero, incapaces de convencerlo, se dirigían a ella. Suspiró. No sabía si decirle a aquel hombre la verdad o dejar que Robbie...


—Ahora, señorita Divine, no somos gentes sin compasión.


Vashti había desaparecido, y Alfonso volvía a hablar con aquella especie de... ¿sarcasmo?


—La familia quiere compensarla por su pérdida.


—¿Compensarme por mi pérdida?


—Nos damos cuenta de que es una decisión difícil para usted. Pero si decide dejar libre a Robbie, nos gustaría hacerle un regalo de... digamos, unos cien mil dólares.


Paula dio un respingo. ¿Cien mil dólares por no hacer lo que de todas formas no iba a hacer? ¡Cien mil dólares! Claro que eso no era más que una pequeña suma comparada con diez millones... y eso era lo que Robbie tenía, él solo. Estaban deseando pagarle casi un tercio de lo que le hacía falta. Pero ¿y si renunciaba? Su mentalidad financiera afloró en aquel momento y empezó a hacer cálculos. Si jugaba bien sus cartas... Parpadeó varias veces, con la intención de humedecer sus ojos.


—No puedo creerlo. Me está pidiendo que deje a Robbie... olvidar lo que tenemos... ¿por dinero? — dijo, se tapó la boca con la mano y sacudió la cabeza—. No podría... no puedo, no puedo hacer eso.


Pedro Alfonso sabía reconocer a un mentiroso cuando lo tenía delante. ¿Acaso no había visto aquel brillo calculador en la mirada de aquella mujer antes de que se le llenaran los ojos de lágrimas? Esa chica no sólo era una profesional del baile. Maldijo en silencio, no se podía juzgar a nadie por su apariencia. Aquella belleza inocente y fresca había atrapado a Robbie. ¿A Robbie? No, esa dulzura que parecía emanar de ella también había estado a punto de hacerle caer a él.


El tío Juan tenía razón. Nada excepto el dinero haría que aquella mujer se apartara de Robbie. La cuestión era, ¿cuánto?



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