sábado, 30 de septiembre de 2017
RUMORES: CAPITULO 9
-Retrasaremos el viaje.
Paula se paseó con torpeza con las muletas.
-¡Ni se os ocurra!
Sus padres llevaban planeando aquel crucero para dar la vuelta al mundo desde hacía un año y llevaban hablando de él desde que ella tenía memoria. No podía soportar ser la causa de que se perdieran sus soñadas vacaciones.
-Me las arreglaré perfectamente.
-Pero estaré preocupada por ti, cariño. Si Ana no estuviera tan ocupada con los bebés, podrías ir a su casa...
-No necesito a nadie que me cuide. Solo tengo una escayola en la pierna, mamá.
Era frustrante saber que estaba entablando una batalla perdida. En cuanto su madre tomaba una decisión, no había forma de que la cambiara. En silencio maldijo sus instintos maternales.
-Es la puerta -dijo Bety levantándose del sillón ante el estridente sonido del timbre.
Se le ocurrió a Bett, y no por primera vez en las dos semanas anteriores, que por una vez. su madre aparentaba la edad que tenía. Necesitaba aquellas vacaciones; había trabajado demasiado duro toda su vida.
-Iré yo -respondió Paula apretando los dientes al ver los giros que tenía que hacer para llegar hasta la puerta.
-¡Eres tú!
Se sonrojó al instante ante la sonrisa irónica que recibió en respuesta. ¿No se le podía haber ocurrido decir algo más estúpido?
-Tienes buen aspecto.
Los moretones púrpura de la cara se habían vuelto amarillos en las dos semanas que habían pasado desde el accidente.
Él entrecerró los ojos ligeramente como si estuviera examinando las secuelas de su caída.
Su profunda voz le causó las sensaciones más extrañas a su metabolismo.
-Estoy muy bien. ¿No quieres pasar?
Se había olvidado de lo intimidante que podía llegar a ser su presencia física. Deslizó una mirada furtiva por las líneas fuertes y musculosas de sus hombros y se aclaró la garganta con ruido.
-Por favor, pasa. Bonito tiempo. Hace un día precioso...
-Si no es inconveniente.
La única reacción que mostró él ante su charla de cotorra fue un leve arqueo de las cejas. Paula gimió para sus adentros ante el nerviosismo que la hacía decir tales cosas. Si solo hacía media hora que había dejado de nevar y estaban las carreteras imposibles, por Dios bendito. ¿Qué le pasaba?
-Ya sé que no quieres verme.
Su sombría cara era impenetrable.
-¿No?
-Pero mi abogado no ha podido ponerse en contacto con tu agente hoy y hay unos cuantos detalles que hay que discutir enseguida...
Paula estaba totalmente perdida.
-¿Jonathan?
-Jonathan Harkenss es tu agente, ¿verdad? -dijo Pedro con tono de impaciencia.
-Bueno, solo tengo uno.
Y a veces le causaba más problemas que beneficios. La agenda de Jonathan para su carrera y la de ella a veces podía cambiar de forma dramática en cuestión de horas.
-Ya sé que no te quieres involucrar personalmente, pero...
-¿No podemos dejarlo aquí? -interrumpió ella-. No me resulta muy cómodo estar de pie mucho tiempo -bajó la vista hacia la escayola-. Ven a la sala.
-¡Pedro, cómo me alegro de verte! Iré a preparar un poco de té, ¿de acuerdo? -dijo Bety antes de salir apresurada.
Sutil como un martillazo, pensó Paula conteniendo una sonrisa.
-Quizá sea mejor que me digas a qué has venido
«Ya que no es por el encanto de mi personalidad», añadió para sus adentros. Evitó el sillón, porque cuando se hundía allí le resultaba muy difícil levantarse y se sentó en una silla de respaldo de cuero.
-El hecho de que estoy dispuesto a aceptar responsabilidades era para facilitar una conclusión rápida de este asunto. Sin embargo, tus asesores legales parecen tomarlo como un signo de debilidad -Pedro empezó a pasearse por la habitación. Se movía rápido para ser un hombre tan corpulento y su enfado era evidente en la rigidez de su columna-. Las demandas que me están haciendo son absurdas. El último fax que recibí...
De repente sacó un papel arrugado del bolsillo y lo arrugó con furia antes de tirarlo al suelo.
-Has buscado al hombre equivocado si quieres pelea, Paula. Yo no me dejo manipular. Aceptaré las responsabilidades, pero no me echaré al suelo para que me pise nadie.
-Pedro -dijo ella muy despacio-. No sé de qué estás hablando.
No había error en la amenaza que él emanaba, pero la causa de ella era un total misterio para Paula. El enfado empezó a suplantar a la confusión. Ella no había hecho nada para merecer aquellas amenazas.
-¿Quieres decir que no le dijiste tú a Harkness que no aceptara mi oferta?
La miró con desdeñosa incredulidad.
-Ni siquiera sé por qué conoces a Jonathan -protestó ella con firmeza-. Y si vas a mirarme como si fuera algo arrastrado y sucio, al menos me gustaría saber qué es lo que he hecho.
Pedro la escrutó con intensidad.
-Hablas en serio, ¿verdad? -dijo despacio -. Realmente no sabes de qué estoy hablando.
Sacudió la cabeza con incredulidad y se desplomó en un sillón.
-Puede que necesites un bastón para salir de ahí -resurgió como por arte de magia su irónico sentido del humor.
Pero la sonrisa se evaporó de la cara de Paula cuando deslizó la mirada por el contorno de sus muslos, moldeados por la tela vaquera negra. ¿Cómo sería tocarlos?
¡Dios santo! ¡Aquello tenía que acabar! Ella siempre había pensado que la gente que cometía locuras cuando se enamoraba era digna de lástima.
-Si ese hombre es un monstruo o no te quiere, busca a otro -le había dicho ella a sus amigas en numerosas ocasiones.
¡Qué simple le había parecido todo entonces! Lo que no había entendido era que el amor no era doblegable; era el pobre que sucumbía el que se sometía por completo.
-Harkness se puso en contacto conmigo el día del accidente.
-Todavía no te crees que no sé una sola palabra del asunto, ¿verdad? -interrumpió ella con antagonismo.
-Tendrás que conceder que es bastante increíble. ¿Por qué iba tu agente a mantenerte a ciegas?
Jhony estaba adquiriendo la mala costumbre de hacer exactamente aquello últimamente, reflexionó Paula. Si sospechaba que ella no iba a seguir sus consejos, dejaba las cosas hasta el último minuto para discutirlas con ella.
Cuando, por supuesto, era más difícil negarse. Iba a tener que mantener palabras muy duras con Jonathan.
-Bueno, tendré que desmayarme cuando me cuentes lo que habéis estado hablando vosotros dos, ¿no? -comentó con sarcasmo.
Pedro inclinó la cabeza y hasta esbozó una débil sonrisa.
-Él me señaló, bastante correctamente, que legalmente yo era el responsable de tu accidente. Y también me dijo cuánto dinero perdería a menos que cumpliera tus demandas.
Paula tenía la mente disparada. Aquel era el tercer y último año de su lucrativo contrato de los trajes de baño. Sabía que había una cláusula de penalización si no era capaz de cumplir el contrato. ¡Pero al mismo tiempo, Jonathan no tenía ningún derecho a actuar así!
-No te preocupes -dijo sombría-. ¡No quiero tu dinero!
¿Cómo se atrevía Jhony a colocarla en aquella posición? ¿Y cómo se atrevía Pedro a asumir que ella tenía algo que ver?
-Eso no es muy práctico, Paula. Yo estaba dispuesto a pagar una compensación, y sigo estándolo. Solo pongo objeciones a la nueva cifra que me ha propuesto.
-¿Cuánto? -preguntó ella de forma brusca.
La suma que Pedro mencionó la hizo empalidecer de rabia. Y su rabia, dirigida al principio hacia su agente, pronto cambió de dirección.
-¿Y pensabas que yo formaba parte de este tipo de... extorsión?
-Es legal cuando lo hacen los abogados, Paula.
-A mí no me importa si es legal o no. ¡No quiero tu dinero!
-Yo no me apresuraría tanto si fuera tú...
-¡Pero no lo eres! -explotó ella-. Ni tampoco Jonathan. ¡Y no necesito que ninguno de los dos me digáis lo que tengo que hacer! De eso era de lo que hablabas en el hospital, ¿verdad? -dijo de repente abriendo mucho los ojos-. Yo pensaba...
-¿Qué pensabas?
Ella le dirigió una mirada de asombro que enseguida se volvió beligerante.
-No es asunto tuyo, maldita sea.
Era peor aún. Al menos antes había creído que él estaba diciendo que no se sentía atraído por ella. Paula había supuesto que aquella era la única conclusión lógica en lo que a ella se refería. Si era capaz de destruir un hogar perfectamente feliz, ¿por qué pararse allí? Pedro solo la veía como una ávida cazafortunas dispuesta a todo al precio que fuera.
-No sé por qué te pones tan emocional con respecto a esto.
-¿Emocional? -repitió ella en un tono bajo y peligroso-. ¡Emocional! ¡No te atrevas a ponerte paternalista conmigo, Pedro Alfonso!
-Yo estoy en mitad de unas negociaciones muy delicadas en este momento y no necesito ninguna mala publicidad, Paula -dijo él con franqueza-. Me gustaría que el negocio concluyera con rapidez. Estoy dispuesto a pagar por cualquier inconveniente que pudiera haberte causado. Y no se trata de amistad, son negocios.
Paula lo miró con el pecho palpitante de emoción
Aquello la ponía en su lugar, ¿verdad? ¿Cómo podía Pedro ser tan insensible?
-Tú no tienes suficiente dinero para compensarme siquiera estar en la misma habitación que tú.
La furia se le disipó de forma abrupta, dejándola abatida. Él no quería mala publicidad para su preciosa empresa. No había ninguna preocupación genuina por ella. Pero ¿por qué debería?, se recordó con amargura antes de levantarse tras él.
-Dile a tu madre que no he tenido tiempo de quedarme a tomar el té.
-Quedará desolada -respondió ella.
Su madre no iba a volver. Paula lo había comprendido hacía tiempo. Sin duda lo hacía por tacto. Una pena que su padre no estuviera en casa; él la hubiera cuidado como una gallina clueca.
-Te sugiero que no tomes ninguna decisión mientras estés de este humor. Podrías arrepentirte. ¡No estamos hablando de unos cuantos peniques!
Paula apretó los dientes.
-Nada me daría más placer que arrastrarte ante los tribunales.
-Eso es lo que me gusta de ti, tu actitud tan consistente.
La burla de su comentario era claramente indulgente.
-Y también me gustaría darte un puñetazo, pero no voy a hacerlo.
-Tu muestra de madurez es asombrosa.
Ella sacudió la cabeza y apretó los labios con obstinación.
No iba a entrar al trapo. Podía ser un ejemplo de contención cuando quería.
-Y de paso, los hombres, te envían sus mejores deseos. Los dejaste bastante preocupados.
¡Le gustaba de verdad apretar las tuercas al muy rata!
Paula se tambaleó un poco y hubiera sido perfectamente capaz de recuperar el equilibrio sola si Pedro no hubiera decidido hacerse el fuerte.
El brazo que la sujetó por la cintura le levantó las dos piernas del suelo, la buena y la mala.
Ella no era una niña pequeña y el hecho de que lo hubiera hecho sin aparente esfuerzo la dejó impresionada.
Jadeante, se encontró apretada contra su pecho. Aquel hombre era sólido como un roble e igual de duro. Paula no era el tipo de chica a la que le hubieran impresionado nunca unos bíceps, pero Pedro superaba cualquier nivel que hubiera experimentado antes. El impulso de aferrarse a él fue desorbitado.
-Mis cotillas solo tienen fisuras, y me gustaría mantenerlas así -gimió.
Tenía que hacer algo antes de ponerse en ridículo por completo.
Era raro que Pedro olvidara su fuerza y no ajustara sus reacciones de acuerdo con ella. Su disculpa fue brusca y apenas audible. Paula no pudo ver su inusual sonrojo porque desvió la cara antes de posarla en el suelo. Cuando tuvo los dos pies en tierra, se agarró al respaldo de una silla mientras Pedro se doblaba para recuperar sus muletas del suelo
Al alzar la vista, le quedó al nivel de su muslo, si no más arriba. No tenía ninguna necesidad de alargar la mano y tocarla y no quería hacerlo, pero lo hizo. Solo con mirar la suave curva de su pantorrilla, los músculos de su vientre se contrajeron de forma alarmante. La larga y adorable línea de su muslo le hacía palpitar las sienes. Las fantasías eran una cosa y aquello otra mucho más petrosa. Aquella fascinación desafiaba la lógica; era una respuesta puramente visceral.
Paula lanzó un gemido. Sus dedos se deslizaron por la pantorrilla descubierta y dejó de respirar cuando aquellos dedos empezaron a deslizarse hacia arriba. La sensualidad del lento progreso le produjo una oleada de intenso ardor por todo el cuerpo. La piel le cosquilleaba y una voz le decía que debía de detener aquellos pecaminosos dedos, pero no lo hizo.
Pedro estaba casi tan conmocionado por sus actos como ella. Sintió una oleada de desdén hacia sí mismo.
«¡Maldito seas! ¡Sal de aquí sin quedar como un idiota!»
No había ninguna manera en que pudiera describir aquel incidente como casual.
Los músculos de sus propios muslos empezaron a hincharse y sus dedos se deslizaron hacia la banda de encaje de la media que llevaba en la pierna sana. Su piel era cálida y suave como la seda. Aturdido, pudo sentir a través de sus dedos los temblores de la parte interna de sus muslos bajo su caricia. Sus ojos se oscurecieron y se levantó de forma brusca. La corta falda que llevaba puesta demostró no ser obstáculo para sus grandes manos, que se curvaron con firmeza sobre los suaves contornos de su trasero.
Paula arqueó la cabeza hacia atrás y Pedro pudo ver los músculos de su cuello extendidos y tensos. La tensión de su cuerpo se transmitía en diminutos temblores. Paula tenía la respiración entrecortada y jadeante y su intensa sensibilidad lo inundó de placer. Cuando le pasó una mano por detrás del cuello y la obligó a mirarlo, ella lo miró directamente a los ojos.
Durante un largo momento, se quedaron mirándose el uno al otro. Paula podía oler el calor de la excitación de Pedro.
Cautiva contra su cadera y la palpitante traición de su deseo, aquella situación era lo más excitante que había conocido en su vida. La piel de la cara de Pedro estaba tensa y un velo de transpiración le cubría la frente. Paula parpadeó para apartar la fugaz imagen de un pájaro depredador a punto de arrojarse sobre su presa.
Tenía que besarlo, pasara lo que pasara. Y eso fue lo que hizo. Le tomó la cara entre las manos y apretó con cuidado los labios contra los de él. Lo que empezó como una exploración rápida enseguida se convirtió en algo diferente.
La lengua de Pedro ya no era pasiva, sino que empezó a explorar los confines de su boca de forma sensual. Sus labios se pegaron con fiereza contra los de ella con un ansia que despertó una respuesta fervorosa en ella.
Medio alzándola, la movió hacia atrás hasta apretarle la espalda contra la pared. Sus caderas se frotaron de forma rítmica contra las de ella, volviéndola casi loca de deseo.
Pedro se apartó entonces jadeando. Con los puños cerrados, le frotó con delicadeza los labios entreabiertos con los nudillos. Paula besó lo que le ofrecía sin dejar de mirar el sensual arrebato de sus ojos.
Pedro lanzó un gemido antes de aflojar las manos y capturar la curva de su barbilla en ellas.
-Eres increíble -murmuró con voz ronca-. Dadas las circunstancias, no puedo culparlo.
La confusión asomó a los ojos de Paula mientras volvía la cara en la palma de su mano.
-Cualquier hombre podría olvidar que está casado cuando tú enciendes el ardor. Y en tu posición, la tentación de usar los dones que Dios te ha regalado debe de ser irresistible.
Leandro. Estaba hablando de Leandro. Paula alzó la mano para empujarlo por los hombros aunque sabía que era un acto inútil.
-¡Suéltame! -jadeó entre dientes.
Su brusco movimiento hizo que una acuarela que había colgada en la pared cayera al suelo. Las astillas de madera y el pan de oro se derramaron por la moqueta. Curiosamente, el cristal quedó intacto.
El ruido pareció devolver a Pedro a la realidad. La tranquila y doméstica habitación parecía estar a miles de millas de distancia... Pedro apartó las manos bruscamente de ella y miró con expresión de asombro a las palmas de sus manos y después a la cara sonrojada de Paula. Entonces dejó caer las manos a ambos lados del cuerpo.
-Tienes razón. No es el momento ni el sitio adecuado.
Paula se sintió enferma. ¡El todavía creía que era una fulana, solo que una fulana deseable!
-¡No hay ningún momento ni lugar oportunos para ti!
Con la barbilla alta se aprestó a la pelea.
-No soy ningún tonto, Paula. Sé cuándo una mujer me desea.
Con un gesto de desdeñosa impaciencia, Pedro se pasó los dedos por el pelo.
-Yo tengo que mirar más allá de mis deseos básicos -se encogió de hombros ella-. Tengo que mirar por mi futuro.
Leandro podía darle a mi carrera en el cine un rápido empujón, pero, ¿qué puedes darme tú?
Al menos Pedro pareció asombrado. Ya era algo. ¿Y por qué se sorprendía? Si ella era la mujer que él pensaba que era, ¿no sería eso lo que debía estar pensando de ella?
-¿Me estás pidiendo que crea que no eres más que una buscona de alto nivel?
-No te estoy pidiendo que creas eso, Pedro. Es lo que crees -dijo ella con gravedad-. Y no quiero saber nada de ti mientras siga siendo así.
-Entonces, ¿quieres que crea que la mitad de lo que dijo la prensa era mentira? Eso es concederle demasiado crédito a una persona. ¿Por qué no eres sincera? No hay nadie aquí salvo nosotros dos. Entiendo que quieras ocultarle a tus padres la verdad y estoy seguro de que encontrarán muy reconfortante tu cuento de hadas, pero ahórramelo a mí.
-No pensaba defenderme ante ti.
-Muy apropiado porque no soy ningún padre ingenuo que esté deseando creer lo que me interese. Escucha, Paula, admito que inicialmente pensé que eras algo que no eres. Y no estoy diciendo que tú me engañaras a propósito...
-¡ Qué noble por tu parte!
-Fue una ingenuidad por mi parte considerando los círculos en los que te has movido desde los diecisiete años. Supongo que es imposible que una chica sobreviva en ellos sin una piel dura.
¡Qué criatura tan encantadora, abierta y tolerante era!, pensó con ironía Paula. ¿Adonde quería llegar?, se preguntó sombría.
-Debes encontrar bastante aburrido quedarte aquí atrapada.
-¿Debo?
-Yo no tengo ilusiones que puedas destrozar.
-Dormiré mejor sabiéndolo.
-Conmigo, Paula-dijo él con suavidad sin hacer caso del sarcasmo de ella-. Es lo que los dos deseamos y no tienes mucho más que hacer.
¡Vaya cortejo a la vieja usanza!
-Sinceramente tengo que decir que nunca había escuchado una proposición como esta antes.
-Me gusta ser original.
Pedro no pareció esperar por su respuesta. Parecía completamente confiado e insultante.
-El pacifismo -dijo ella inquieta-, de repente me resulta menos atractivo que antes.
Sentía lágrimas de pura furia empañándole los ojos.
-Dios bendito, mujer. ¿Es tan importante para ti mantener esa máscara de chica integra?
-Soy una chica integra y si no te vas ahora mismo de aquí, lo olvidaré y te diré exactamente lo que pienso de ti.
Pedro tensó la mandíbula y sonrió de forma desagradable
-Como tú quieras. Pero podrías arrepentirte de tu noble gesto cuando duermas sola en tus virginales sábanas.
-Espero que mis virginales sábanas te den una buena noche de sueño -dijo ella a sus espaldas.
Paula no tenía forma de saber que sus palabras habían dado en el blanco. La espalda de Pedro no era muy reveladora.
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