lunes, 17 de julio de 2017

¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 22





Impactada por la propuesta matrimonial de Pedro, Paula sólo pudo pensar en una pregunta.


—¿Por qué?


Él permaneció impasible ante aquella pregunta. Pero así era
Pedro. A menos que se tratara de Abril y de Mariana, siempre se mostraba estoico.


—Estamos viviendo una situación insostenible que tiene mala solución. ¿Las niñas deberían vivir contigo o conmigo? ¿Cómo, dónde y cuándo? Creo que el matrimonio nos ofrecerá la solución perfecta.


—El matrimonio no suele ser una solución —protestó Paula
recordando el suyo.


—Seamos sinceros, Paula: Entre nosotros hay una química
tremenda. ¿Por qué luchar contra ella? ¿Por qué no tomarnos el matrimonio como un acuerdo de negocios que nos beneficia a ambos?


—¿Un acuerdo de negocios?


Pedro pareció frustrado durante unos instantes y luego se
encogió de hombros.


—Será mucho más que eso, por supuesto, porque empezaríamos a compartir nuestras vidas. Dormiríamos juntos, comeríamos juntos y nos ocuparíamos los dos de las niñas. Esas cosas unen.


Sí, esas cosas unían, pensó Paula. Pero, ¿y el amor? ¿Y el anhelo de encontrar el alma gemela?


En lo más profundo de su corazón, una parte de ella pensaba que Pedro podría ser la suya.



****


Todavía había algo de penumbra en el dormitorio de Jillian
cuando alguien llamó con los nudillos.


—¿Paula? —preguntó Pedro en voz baja entreabriendo la puerta.


La tarde anterior habían regresado en silencio de la excursión y durante la cena, ella se había mostrado esquiva y algo tímida con él. Al escuchar ahora su voz, su primer impulso fue preocuparse por las niñas.


—¿Qué ocurre?


—Quiero enseñarte algo —dijo Pedro entrando en su dormitorio vestido con unos pantalones vaqueros y una camiseta—. Ponte la bata y las zapatillas.


—Pero yo...


—Date prisa o te lo perderás. Te espero en el pasillo.


Sin tener ni la menor idea de qué querría enseñarle, Paula corrió al cuarto de baño, se lavó los dientes, se pasó un cepillo por el pelo, agarró la bata de color rosado y se la ató fuertemente mientras se ponía las zapatillas.


—Sólo tenemos diez minutos —le dijo Pedro cuando salió al
pasillo, agarrándola de la mano y sonriendo como un niño pequeño que tuviera un secreto.


Paula se dejó guiar por las escaleras. Al llegar a la cocina salieron por la puerta de atrás. Durante el camino, Pedro había recogido su cortavientos y se lo había colocado a ella alrededor de los hombros.


Tras abrochárselo, Paula se sintió algo avergonzada porque
seguramente tendría un aspecto horrible. Tomó a Pedro del brazo y caminaron hacia el espacio que había entre el arroyo y la bodega.


Entonces lo vio. El cielo estaba teñido de naranja y púrpura y se fue transformando en rosa mientras el sol rompía en el horizonte.


Paula no recordaba cuánto tiempo hacía que no veía un amanecer.


—El de ayer fue espectacular —comentó Pedro pasándole el brazo por el hombro—. Pensé que te gustaría verlo hoy.


Paula fue consciente de lo a gusto que se sentía con su abrazo.


Amaba a aquel hombre. ¿Se estaría engañando al pensar que podrían ser un matrimonio feliz? ¿Se estaría engañando al pensar que algún día podría llegar a olvidar a su anterior esposa?


—He estado pensando en tu proposición —dijo ella cuando el sol subió un poco más en el horizonte y dio comienzo el día.


No podía decirle que lo amaba. Ese amor se convertiría para
Pedro en una carga que no estaría dispuesto a llevar. Podría llegar a ser un impedimento para la relación que estaban intentando construir.


Pero Paula sabía que tenían metas comunes y que miraban en la misma dirección.


—Creo que el matrimonio nos dará a ambos lo que queremos.


—¿Qué es lo que tú quieres, Paula? —le preguntó él tras guardar silencio durante unos segundos.


—Quiero un hogar para Mariana y Abril. Quiero sentirme a
salvo y segura, y saber lo que el mañana me deparará.


—¿Y quieres pasar las noches conmigo, igual que los días? — preguntó Pedro levantándole suavemente la barbilla.


La pasión que destilaban sus ojos la hizo ver que la deseaba, y ella también lo deseaba a él.


—Sí.


Los besos de Pedro siempre habían sido seductoramente
sensuales. La seducían para llevarla hacia la pasión, se metían en su cuerpo y creaban en su interior imágenes que no podía borrar. Esta vez, cuando Pedro la estrechó entre sus brazos y le selló los labios con los suyos fue distinto. No hubo mimos. Sólo hubo deseo masculino y pasión. Eso la halagó y la excitó, aunque también la hizo temer respecto a las intenciones que Pedro tenía con ella. No era hombre de medias tintas. Cuando sucedió lo de Eric, Paula se había preguntado qué era lo había hecho mal. Tal vez no le había dado a su marido lo que necesitaba. Tal vez no le había complacido en la cama. Ahora, aquel viejo temor volvía a asustarla.


Paula se apartó de Pedro. Necesitaba saber qué esperaba de ella antes de ir más lejos.


—Vamos a jurar unos votos, Pedro —dijo mirándolo a los ojos—. Necesito saber qué significa eso para ti.


Los ojos de Pedro se llenaron de una ternura y un cariño que ella no les había visto nunca.


—Esos votos significan que miraré por tus intereses como si
fueran los míos. Significan que te seré fiel.


Paula amaba a Pedro, y, que Dios la ayudara, estaba empezando a confiar en él. Tras la muerte de Eric había prometido no volver a fiarse nunca más de un hombre.


—No tenemos por qué precipitarnos —le aseguró Pedro—.
Podemos planear la boda para otoño. Y en cuanto a dormir juntos, puedo esperar hasta que estés preparada. Te deseo, Paula, pero no soy un cavernícola. No voy a obligarte a hacer nada que tú no quieras hacer.


—Gracias —murmuró ella.


En aquel momento fue consciente de lo nerviosa que hasta
entonces le había puesto aquella situación. Todavía tenían que conocerse mejor, y las niñas tenían también que acostumbrarse a la idea.


—Creo que a Mariana y a Abril les encantará la idea.


—Sí, yo también lo creo —asintió Pedro.


—¿Y qué me dices de tu madre? ¿Cómo crees que se lo tomará?


—Lo averiguaremos cuando se lo contemos —aseguró él
abrazándola—. Has tomado la decisión correcta, Paula. Ya lo verás.


Mientras caminaban de regreso a la casa tomados de la mano, Paula se preguntó cuándo había sido la última vez que se había sentido tan feliz. Durante los últimos años el trabajo la había llenado. Quería a Abril con toda su alma y todo su corazón. Pero parecía como si la felicidad se le escapara. Ahora sentía como si la estuviera rozando con las yemas de los dedos.


Cuando regresaron, Eleanora estaba en la cocina preparando galletas.


—Os habéis levantado los dos muy temprano —dijo mirando de reojo el camisón de Paula, la bata y la chaqueta que tenía sobre los hombros.


Pedro quería enseñarme el amanecer.


—Yo me levanto todos los días antes del alba y no se me había ocurrido nunca salir a verlo —musitó Eleanora—. Tal vez debería hacerlo mañana.


—Tenemos que decirte algo —dijo Pedro mientras Paula dudaba si quitarse el cortavientos o dejárselo puesto.


Eleanora los miró a ambos con gesto expectante y dejó de remover la mezcla que estaba preparando.


—Vamos a casarnos.


Ella no dijo nada durante unos segundos, y finalmente preguntó:
—¿Cuándo?


—En otoño —intervino Paula—. Todavía no tenemos fecha
exacta.


—Los viñedos están muy bonitos en otoño —aseguró la otra
mujer volviendo a batir la mezcla.


—¿No vas a felicitarnos? —le preguntó Pedro.


Esta vez, Eleanora dejó el cacharro y la cuchara de madera sobre la encimera, se acercó a su hijo y lo abrazó. Luego hizo lo mismo con Paula.


—Felicidades a los dos. Lo digo de verdad. Supongo que
tendremos que hablar de cómo vamos a vivir y...


—No tiene por qué cambiar nada —aseguró Pedro mirando a Paula.


Vio en sus ojos que ella estaba de acuerdo. Eleanora y Paula habían alcanzado una especie de acuerdo al vivir bajo el mismo techo, pero de todas maneras...


—Tal vez por ahora no cambie, pero cuando estéis recién 
casados querréis estar solos —insistió su madre—. Había pensado reformar la casa de invitados para Paula, pero puede ser un buen sitio para mí.


—No vamos a sacarte de tu propia casa —se apresuró a decir Paula.


—Hay sitio de sobra —protestó Pedro—. Podríamos comprarte una parcela y construir nuestra propia casa. Tenemos tiempo para pensarlo.


Pedro se giró hacia Paula y la besó fugazmente en los labios.


—Tengo que ir a la bodega.


—¿No desayunas? —le preguntó su madre.


—Ya tomaré luego unas galletas de esas que estás preparando.


Y dicho aquello salió a toda prisa de la casa, dejando a Paula a solas con su madre.


—Será mejor que vaya a vestirme —murmuró la joven.


—Espera, Paula.


Ella se puso tensa para recibir lo que venía después, pero no
estaba preparada para lo que Eleanora le dijo.
—No hagas esto sólo porque sea conveniente. Los matrimonios de convivencia se convierten en matrimonios tristes.


—Ya lo sé —respondió ella con sinceridad—. Yo seguí casada con mi marido porque estaba embarazada, porque creía que el bebé debía tener a sus padres juntos.


—¿Qué ocurrió entre tu marido y tú?


—Eric tuvo una aventura.


—¿Lo sabe Pedro?


Paula negó con la cabeza y se preguntó por qué se lo habría
contado a Eleanora y no a Pedro.


—Creo que tenemos muchas más cosas en común de las que imaginaba —aseguró Eleanora tras estudiarla detenidamente durante unos segundos.


—Mi matrimonio con Pedro no será meramente de conveniencia —le confesó Paula—. Guardo hacia él sentimientos muy profundos que se hacen más fuertes cada día.


Eleanora pareció satisfecha con aquella explicación.


—Creo que tú le haces mucho bien —aseguró la mujer
dirigiéndose a un armario para sacar una sartén—. No le das todo lo que quiere.


—Con Eric hice muchas concesiones. He aprendido la lección.


—Fran no era una mujer fuerte —confesó Eleanora vertiendo la masa que había preparado sobre la sartén—. No era fuerte como tú. Siempre se atenía a los deseos de Pedro. No lo animaba a hacer cosas nuevas. Tú sí. Y lo cierto es que entre ellos no vi nunca las chispas que saltan entre vosotros. Ellos eran muy buenos amigos, y eso es necesario en un matrimonio. Pero está muy bien ser algo más que eso.


Siguiendo un impulso, Paula se acercó a ella y le dio un abrazo.


—¿A qué viene eso? —gruñó Eleanora.


—Creo que me va a gustar tenerte como suegra.


—Espera a que llevéis casados un par de años, a ver si dices lo mismo.


Las dos mujeres se sonrieron la una a la otra y Pedro sintió como si hubiera encontrado su lugar en el mundo.











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