Lo había visto con sus propios ojos.
Y sabía por qué le costaba creer que Paula Chaves fuera el tipo de mujer que aceptaba unos cuantos golpes a cambio de una vida de lujo y consumo.
Paró en una gasolinera ante un surtidor de gasolina sin plomo. Pasó la tarjeta de crédito por la ranura y esperó a que se llenara el depósito con los brazos cruzados sobre el pecho.
Afuera de la tienda, dos adolescentes discutían sobre quién de ellos era dueño de un boleto de lotería premiado con el reintegro. Por el rabillo del ojo, vio el BMW de Paula pasar de largo.
Reaccionó de forma automática. Puso el tapón al depósito.
La máquina lo avisó para que recogiera el recibo, pero se metió al coche sin hacerlo.
Se incorporó a la carretera lo más rápido que pudo. No la vio y pisó el acelerador, sin permitirse pensar en qué hacía y por qué.
Medio minuto después la descubrió dos coches más adelante. Pisó el freno y mantuvo la distancia. En el semáforo, ella giró a la derecha.
Estaba tres coches por detrás de ella. Una furgoneta le bloqueaba la vista. Un par de kilómetros después, la furgoneta se desvió a la izquierda.
La vista estaba despejada, pero el coche de ella había desaparecido. Condujo un par de minutos más, giró en redondo y volvió en dirección opuesta, escrutando los edificios de ambos lados de la calle. Estaba a punto de rendirse cuando vio el BMW en un aparcamiento. Puso el intermitente y aparcó en un hueco un par de filas más allá.
Un letrero indicaba que estaba ante la Biblioteca Trace Matherson. Se preguntó si había esperado que fuera al centro de asistencia a mujeres más cercano, para demostrar que él tenía razón.
Podía haberse equivocado. Tal vez su vida fuera así de normal y e iba a devolver libros que había sacado para su hijo.
Y él la había seguido. Empezaba a asustarse de sí mismo.
Dio una vuelta alrededor del aparcamiento, encontró la salida y regresó a la oficina.
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Paula tomó el ascensor hasta el segundo piso, fue rápidamente a la sección de ordenadores y eligió uno en un extremo. Accedió a su cuenta de correo electrónico y esperó un momento, con el corazón en la boca, hasta que apareció la pantalla.
Tiene un correo nuevo.
Una película de sudor cubrió su frente y su labio superior.
Pulsó sobre el icono.
Hemos encontrado un lugar seguro para usted y para su hijo. Le adjunto un documento con los detalles de su destino. Debe ir al aeropuerto internacional Hartsfield Atlanta, el 7 de febrero. Vaya a la heladería de la terminal A. A las 9:00, pida un helado de chocolate para su hijo. Pida al dependiente que se asegure de que no lleve nueces, porque el niño es alérgico. Esa será la señal para que el dependiente le entregue los billetes. Cuando los tenga, vaya a la Terminal de British Airways. Su vuelo saldrá a las 12:00. En el sobre encontrará billetes de tren e instrucciones para el resto de su viaje.
Buena suerte.
Kathryn Milborn
Paula se quedó quieta, asombrada. Tan sencillo. Parecía tan sencillo… Se preguntó si sería posible.
Un destello de esperanza cosquilleó en su interior. Por primera vez en mucho tiempo, le pareció real.
Al fin se va a ir de ese infierno.
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