sábado, 23 de diciembre de 2017

LA VIDA QUE NO SOÑE: CAPITULO 20





Esa noche, Pedro soñó con Susana.


Un sueño vivido, a todo color, en el que su bello rostro resplandecía de vida. Él le había enseñado a montar en bicicleta, y ése fue el día que conjuró su memoria. Estaban en el jardín trasero de la granja, Pedro, con nueve años, Susana con siete. Ella se había tomado las lecciones con tanta seriedad como su primer día de colegio. Quería, más que nada en el mundo, bajar por el camino que partía de la parte delantera de la casa montada en bicicleta, siguiendo a Pedro. Había aprendido muy rápidamente, por pura fuerza de voluntad, según decía la madre de ambos. Su misión en la vida, desde que empezó a andar, era estar a la altura de Pedro. Cuando conquistó el jardín trasero, fueron a la parte delantera de la casa, pedaleando lado a lado para bajar por primera vez por el camino de gravilla.


—No olvides los frenos —aconsejó Pedro—. Si necesitas ir más despacio, utilízalos.


—¿Y si no funcionan? —preguntó Susana, perdiendo algo de confianza.


Era una cuestión que Pedro nunca se había planteado. 


Reflexionó un momento antes de hablar.


—Pon los pies en el manillar y deja que siga rodando.


Pedro se despertó de repente, con la risa infantil de su hermana repiqueteando en su cabeza.


Se apoyó en un codo al oír un sonido en la entrada al dormitorio. La perra estaba en el umbral, observándolo. Por elección propia, dormía en la cocina, rechazando el cojín que él había colocado a unos pocos pasos de su cama. Aún no le había puesto nombre; no se le ocurría ninguno que encajara.


—Supongo que te he despertado, ¿eh?


La perra lo miró, sin parpadear, y se tumbó al otro lado de la puerta.


Pedro salió de la cama, fue al baño y se tomó un par de analgésicos para paliar el dolor de cabeza que palpitaba en sus sienes. El hombre que vio al otro lado del espejo no parecía haber dormido nada.


A lo largo de los años, había soñado muy pocas veces con Susana, su presencia le era denegada incluso mientras dormía. Y esas pocas veces habían sido cuando estaba especialmente preocupado por un caso, cuando la injusticia de un crimen no lo dejaba en paz.


Se había dormido unas horas antes, con el rostro de Paula Chaves grabado en la mente, y la imagen de la marca de los dedos de su marido en su brazo apareciendo y repitiéndose como un martilleo constante.


Podía negarlo cuanto quisiera, decirse que las cosas no tenían por qué ser lo que parecían. Pero llevaba demasiado tiempo guiándose por su instinto para ignorarlo. Y sabía lo que su instinto anunciaba.


La injusticia de un acto criminal.


Pedro volvió a ver el rostro de su hermana, eternamente juvenil. Hacía mucho tiempo que no se permitía pensar en aquella noche. La había borrado de su mente porque era la única manera de poder seguir hacia delante. Pero había algo en Paula Chaves que lo instigaba a volver la vista atrás, como si hubiera algo que había olvidado y debía recordar.


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