lunes, 25 de diciembre de 2017

LA VIDA QUE NO SOÑE: CAPITULO 24





Pedro volvió a soñar con Susana esa noche. Pero no estaba sola. Paula estaba con ella. Las vio a las dos caminando juntas. Intentó llamar su atención, pero no lo oían.


Empezó a correr tras ellas, tan rápido como podía, con los pulmones a punto de estallar. Pero no las alcanzaba. 


Siempre había la misma distancia entre ellos, por más que corriera. Por fin se detuvo, jadeando y aún intentando llamar su atención. «¡Parad! ¡Esperadme!». Pero apenas le quedaba voz y sabía que no había ninguna posibilidad de que lo oyeran.


Pedro se sentó de golpe en la cama. Estaba cubierto de sudor y su corazón latía como si hubiera estado corriendo de verdad.


Igual que la noche anterior, la perra estaba en el umbral de la puerta, con las orejas erguidas.


Pedro salió de la cama y se metió en la ducha, hasta que el repiqueteo del agua difuminó el sueño y su corazón recuperó el ritmo normal.


Cuando salió, ya vestido, la perra estaba tumbada en el cojín que había junto a la cama. Alzó la cabeza y lo miró una vez, con expresión de conformidad, como si por fin hubiera decidido confiar en él.


Susana, a los seis o siete años, había deseado un perro más que nada en el mundo. Sus padres le habían dicho que aún era demasiado pequeña, así que ella se inventó uno imaginario. Puso cacharros para el agua en la cocina y en el cuarto de baño de arriba y jugaba en el jardín trasero con un perro que nadie excepto ella podía ver.


Pedro recordaba su voz llamando al perro imaginario como si hubiera ocurrido el día anterior.


—Lola —dijo, agachándose a acariciar la cabeza de la perra—. ¿Te parece bien ese nombre?


La perra le lamió el dorso de la mano.


—Me tomaré eso como un «sí» —dijo él.



***


Pedro no le hacía falta que le dijeran que debía aceptar los deseos de Paula y dejarla en paz.


Pero no podía concentrarse en nada más. Era como si le hubieran inyectado una droga tan adictiva que sólo vivía pendiente de la siguiente dosis.


A las seis de la tarde de ese día, la oficina casi estaba vacía. 


Se levantó y cerró la puerta. Marcó el número directo de Kevin, que nunca dejaba el trabajo antes de las siete. 


Contestó al segundo timbrazo.


—Hola —saludó Pedro.


—Deja que adivine. Quieres recuperar tu puesto.


—Aún no he tirado la toalla.


—No puedo negar que eso me decepciona. Estoy empezando a darme cuenta de cuánto hacías aquí.


—Gracias, Kevin.


—Esto no es una llamada social, ¿verdad?


—No. Es para pedir un favor. Necesito saber si tienes algo en el ordenador referente a Jorge Chaves.


El teléfono sonó una hora después.


—He encontrado un par de cosas para ti —dijo Kevin—. Invítame a cenar y te las contaré.


—¿En Ernesto's?


—Sí, dentro de veinte minutos.


—Te veré allí —Pedro colgó.



****


Ernesto's era un tranquilo restaurante italiano situado en el corazón de Atlanta. No tenía mucho ambiente, pero la comida era insuperable.


Kevin ocupaba una mesa junto a la ventana.


—Eh, gracias por venir —saludó Pedro, sentándose frente a él.


—Cualquier cosa por una comida gratis.


El camarero tomó su pedido. En cuanto estuvieron solos, Kevin sacó una carpeta de su maletín y se la entregó.


—¿Dos incidentes? —comentó Pedro, tras echar un vistazo a las páginas que había dentro.


—Una vez llamaron los vecinos. La otra un médico de urgencias.


—¿Y por qué se retiraron los cargos?


—Porque la señora Chaves se negó a demandar —Kevin titubeó un momento—. La mujer que mencionaste en el club. Es ella, ¿verdad?


Pedro no dijo nada. Kevin se sirvió un panecillo.


—Ya veo.


—No sé —dijo Pedro, pasándose una mano por el rostro—. No consigo sacármela de la cabeza.


—¿Estás seguro de que sabes lo que haces? —preguntó Kevin con preocupación genuina.


—Mi intención no era buscar problemas.


—No he dicho que lo fuera.


Ambos se quedaron en silencio.


—¿Estás interesado en esa mujer? —preguntó Kevin por fin, recostándose en la silla y cruzando los brazos sobre el pecho.


—Está casada.


—Me alegra que lo hayas notado —Kevin suspiró y tomó un sorbo de su vaso de agua—. No eres el hombre más feo del mundo, ¿sabes? Hay un montón de mujeres sin compromiso que seguramente aceptarían una invitación a cenar. El problema es que no se lo pides a ninguna.


—Hablas como si nunca hubiera tenido una cita —Pedro frunció el ceño.


—Ya, sé que sales con mujeres —Kevin alzó una ceja—. Pero salir suele implicar una sucesión de citas, recalco la palabra «sucesión», cuyo resultado suele conocerse como «compromiso». Eso no te he visto hacerlo nunca.


—Puede que no haya conocido a la mujer adecuada —arguyó Pedro.


—¿Qué? ¿No te gusta que te analice?


—La verdad es que no.


—Mira, Pepe, no hablas mucho de eso pero sé que has tenido malas experiencias en tu vida. Perder a una hermana de esa manera… no hay palabras que puedan expresarlo.


—Kevin…


—Deja que termine. Creo que ése era el fuego que te alimentaba como fiscal. Y en algún momento dejaste de creer que tu trabajo suponía una diferencia. En eso te equivocas. Nunca he trabajado con nadie que haya cambiado tanto las cosas como tú.


—Gracias —Pedro miró hacia otro lado y tragó saliva.


—¿Es eso lo que estás haciendo por esta mujer? —preguntó Kevin con voz suave.


Pedro empezó a negarlo, pero calló.


—No lo sé —dijo.


—Quizá eso sea lo que debes analizar antes de seguir adelante con este asunto.


—Sí —aceptó él, deseando no tener que darle la razón.





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