sábado, 18 de noviembre de 2017

MI UNICO AMOR: CAPITULO 11





Fue relativamente fácil, dar con la dirección que Adrian le había dado. La casa, ubicada en un trasfondo de viejos árboles frondosos y un brillante lago, brillaba en tonos rosados a la luz desvaneciente del sol de la tarde. Paula decidió que la casa tenía buenas proporciones y que era simétrica y bella. Con cuidado dirigió su MG al sendero empedrado y se detuvo. Sin darse cuenta volvió a preguntarse qué relación podría existir entre Adrian y Pedro.


Era evidente que tenían algún tipo de sociedad, pero le parecía que Adrian era quien se ocupaba de dirigir el asunto. 


Quizá Pedro estaba ahí como un hombre de ideas, definitivamente no mostró mucho entusiasmo por la parte sustancial del trabajo diario. ¡Típico! Era lo que ella debió esperar de él. ¿No se había él tomado un día libre para ir a pescar mientras Adrian se ocupaba de los clientes?


También había sido Adrian quien sugirió instalar en el negocio un nuevo sistema de programación en ordenador. Pedro no haría eso, es decir, ¿llevaría las riendas…? Por lo mismo no había motivo para que ella pensara en retractarse del acuerdo con Adrian.


Quizá podrían afinar los detalles durante esa velada. Salió del coche, se alisó la falda del vestido y se dirigió a la casa.


—Paula —la saludó Adrian en la puerta—. Me alegro de que hayas venido —dio un paso atrás para que ella entrara—. Adelante, te presentaría a mi esposa, pero esta noche no deja de aparecer y desaparecer. Sírvete una bebida en el bar. Regresaré en un segundo, debo ir a ver cómo van con los bocadillos.


Paula miró a su alrededor con una copa de vino tinto en la mano. La sala era larga y ancha, en forma de L, y el mobiliario reflejaba los serenos tonos del mar. La habitación estaba atestada y el murmullo de las conversaciones se mezclaba con la suave música que emergía de las bocinas.


—Vaya, vaya, pero si es la mujer seductora en persona…


El aire se le atoró en la garganta, era Pedro, por supuesto. ¿No imaginó ella que él estaría ahí? Estaba preparada porque tenía bien puesta su armadura. De manera intuitiva pensó que así debía seguir. De alguna manera indefinible, Pedro Alfonso era peligroso para ella. Lo sabía en el fondo de su alma, sabía que podría dejarla muy lastimada.


—Y el renegado —murmuró tranquila—. ¡Qué extraño encontrarte en un ambiente tan civilizado como este! Estoy segura de que te sentirías más a gusto en algún punto del mar abierto, con una pañoleta en la cabeza y un machete al cinto.


—Veo que tus garras están tan afiladas como de costumbre —apretó la boca de manera cínica—. Como siempre, estás despampanante, pero eso es parte del señuelo, ¿no? Una belleza exótica, con fuego en el corazón, una llama que con facilidad podría devorar a un hombre incauto. Que bueno que te conozco por lo que eres. Pero dime, ¿por qué estás aquí,Paula? ¿Viniste a atormentar a tu víctima hasta enloquecerlo? ¡Pobre Adrian! ¿Qué hará ahora que su esposa está a la mano?


—Estoy segura de que Adrian no tendrá dificultad en hacer lo que le plazca, y en este momento es atender a sus invitados —esbozó una sonrisa—. ¿Por qué no vas a ayudarlo? Él mencionó a algunos posibles clientes. Estoy segura de que podrás serle útil, si tratas con todas tus ganas.


—¿Quieres deshacerte de mí? —inquirió Pedro, burlón—. Te lo advertí, no te será fácil. Descubrí tu jueguito y pienso frustrar tus designios. No pienses que puedes engañarme. Es posible que tus encantos hayan hecho caer a Adrian, pero yo tengo la cabeza despejada y soy inmune.


—Me alegra saberlo —respondió con desprecio—. Eso significa que no te desilusionarás si decido ignorarte —añadió y se alejó de él.



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