sábado, 18 de noviembre de 2017

MI UNICO AMOR: CAPITULO 7





Se entretuvo con las revistas que estaban esparcidas sin orden en varias secciones de los armarios. Quien quiera que fuera el dueño de la cabaña, era aficionado a diferentes cosas, porque además de varias revistas de pesca muy leídas y algunas de coches, había bastantes con fotografías que le proporcionaron material para meditar. Vio artículos de cómo plantar jardines bajo el agua y buenos consejos para decorar un pequeño apartamento.


Consultó su reloj. Treinta minutos. Alzó el cuello de su chaqueta y fue a buscar al hombre. Sería amable con él durante la siguiente media hora y luego, con tranquilidad, le recordaría que había transcurrido una hora. Con dignidad insistiría en que regresaran.


—¿Cambiaste de opinión y viniste a probar suerte? —preguntó él al verla. Las pequeñas olas lamían la orilla donde él estaba sentado—. Comenzaron a morder. ¿Ves aquella carpa en la red? Tardé diez minutos en pescarla.


—Pobre carpa, debe estar agotada —comentó quedo. Sabía que uno debía callar donde se pescaba, pero quizás eso querían los hombres que se pensara—. ¿Pescas por aquí a menudo? Conoces bien la cabaña.


—He venido varias veces —aceptó—. Me agrada pescar. Me proporciona el tiempo para meditar y poner en perspectiva al mundo.


—Supongo que tienes muchas oportunidades de hacerlo dado el tipo de trabajo que desempeñas.


—¿Qué quieres decir? —la miró de reojo.


—Bueno, no puede ser muy seguro —se sentó a su lado, sobre la hierba fresca—. Tengo entendido que despiden a los hombres con más frecuencia que con la que los contratan. Eso significa que tienes mucho tiempo para hacer antesalas… Y pescar.


Desde luego, no había motivo para que un hombre de cuerpo fuerte como Pedro Alfonso estuviera sin trabajo más de uno o dos días. Se le ocurrieron muchos tipos de labores que él podría hacer… Picar piedras, cavar para sacar sal siberiana…


—Parece que te molesta mi trabajo, más bien mi falta de trabajo —comentó—. ¿Qué es exactamente lo que te irrita? ¿El hecho de que disfrute lo que cada día me proporciona y que no bullo hasta llegar a un estado de neurótico hiperactivo?


—Yo no podría vivir de esa manera tan caprichosa —le informó—. Me agrada saber de dónde provendrá mi siguiente comida y eso significa que no tengo tiempo para admirar la naturaleza con tranquilidad.


—Vaya, eres una mujer de negocios decidida a triunfar. Me impresionas —tiró del sedal y con habilidad lo sacó del agua—. Debiste estudiar mucho para llegar al punto en que te encuentras, o sea estar iniciando tu propio negocio. Impulso y ambición, son cualidades difíciles de tener.


—Realmente no. Si tú quisieras algo con mucho anhelo podrías pugnar por conseguirlo.


—¿Yo? —Pedro pareció un poco horrorizado—. ¿Para qué quiero tener ambición? Me parece que es mucho trabajo. No veo el caso de gastar tanta energía si estoy contento como soy.


Tiró otra vez del sedal para tomar el anzuelo.


—¿No sientes que quizá te pierdes algunas cosas?


Los movimientos hábiles de los dedos largos y esbeltos la tenían fascinada. Pedro tenía las manos bronceadas y parecían rudas y capaces.


—¿Qué podría estar perdiendo? Puedo quedarme tranquilo y ver cómo pasa el día y cuando el flotador se sume en el agua sé que un pez tira de la caña. En ese momento la adrenalina comienza a fluir y la batalla empieza —la miró—. ¿Conoces ese sentimiento, Paula? ¿Alguna vez disfrutaste los sencillos placeres de la vida al gozar de la pureza de un día perezoso en que uno toma conciencia de su propio ser?


—Por supuesto que sí —contestó y sin darse cuenta, su mirada fue añorante al observar el agua del lago—. Pero hay mucho que hacer y hay que atender los negocios.


—No es bueno permitir que la rutina nos domine —dijo con firmeza, mientras examinaba la punta del sedal—. Si uno no toma lo que le es ofrecido, la vida puede pasar sin que nos demos cuenta. Apuesto que a pesar de tantos años de estudio no sabes ponerte un par de botas altas impermeables, para meterte al agua y sentirla a tu derredor, o cómo ponerle carnada a un anzuelo… —tiró de una pequeña caja de plástico—. Podrías intentarlo en este momento si lo deseas.


—No… No lo creo… No podría… Realmente no quiero —se puso de pie porque la acometió un repentino pánico. Respiró profundo—. Tengo que irme, Alfonso, es hora de que me regreses a casa.


—No es posible, acabamos de llegar. Además, esta es la mejor hora para pescar. El clima refresca y los peces se tornan perezosos…


—Más bien quieres decir que te es más fácil pescarlos. ¿Qué tipo de deporte es ese? —preguntó—. Dijiste que una hora y esa hora ya pasó. Quiero regresar de inmediato —contempló el surtido de flotadores y lo que estaba esparcido en el suelo al lado de Alfonso—. ¿Necesitas ayuda para guardar todo esto?


Él levantó la punta de la caña, hizo un leve movimiento con la muñeca y arrojó el anzuelo al agua. Paula entrecerró los párpados.


Pedro… —murmuró con cuidado—. Hace frío y te agradecería que recogieras tus cosas para que emprendamos el regreso.


—¿Frío? —repitió—. No lo noté. ¿Por qué no vas a la cabaña por una caña y regresas acá? El ejercicio te hará entrar en calor. Y si eres quisquillosa, yo colocaré la carnada.


—Es evidente que no me escuchas —apretó la boca—. Dije que quiero regresar y lo dije en serio. ¿Me llevarás a casa o no?


Pedro se inclinó hacia delante y su cuerpo se tensó cuando el flotador color naranja se sumió y desapareció de la vista.


—Acaban de morder, ¿lo ves? Observa, le da un pequeño mordisco…


Su concentración era total. Paula lo observó y su mente comenzó a bullir como una bomba a punto de explotar.


—La pesca es un deporte cruel —murmuró con voz tensa.


—No es cierto —respondió quedo, concentrado en los movimientos del flotador—. Los peces no sienten nada y cuando termino siempre los devuelvo al lago.


—¿De veras? —con interés fijó la vista en la red de mantenimiento—. En ese caso te ayudaré.


Con la precisión y rapidez de un ángel vengador, Paula levantó la red y la volteó para que los tres ocupantes que se retorcían cayeran al agua, y con satisfacción sombría los vio alejarse.


—¿Por qué hiciste eso? —exigió Pedro furioso—. Me hiciste perder al otro pez.


—Estupendo —Paula se sacudió el agua de los dedos—. Tengo frío y estoy cansada de esperar. Te agradecería que metieras los aparejos en la caja y que pusieras en marcha el motor del yate.


—Paula, no…


Paula se dirigió a la cabaña y la voz de Pedro la siguió, pero ella no la escuchó. Era el colmo. Él la había desviado de su camino sin siquiera pedirle permiso y también había evitado que se reuniera con Adrian. Era evidente que él no sabía con quién trataba. Pedro tenía mucho que aprender si pensaba que podía pisotearla y estropearle sus planes.




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