domingo, 19 de noviembre de 2017
MI UNICO AMOR: CAPITULO 12
Al otro extremo de la habitación vio un arco, bajo el cual habían colocado las mesas con platillos muy apetecibles.
Evitó a la gente que se servía, y se dirigió al arco que conducía a un agradable invernadero. Estaba vacío, entró y se tranquilizó porque Pedro no la había seguido.
Su pulso fue normalizándose. No comprendía por qué Pedro ejercía en ella ese efecto. La forma en que él hacía emerger su vitalidad con tanta fuerza era muy extraña.
Observó el invernadero. La iluminación difusa proyectaba un cálido fulgor ámbar sobre unas vitrinas de roble y se reflejaban en las paredes de cristal. La curiosidad la hizo adentrarse para explorar el lugar. Una escultura de madera, iluminada en un pequeño nicho, captó su atención y se acercó para verla mejor. Absorta, estudió las curvas y los intrincados giros.
—¿No te parece que su diseño es extraño?
Sorprendida, se volvió y al reconocer el cuerpo alto de Ruben Blake se acongojó. Él había sido su primer jefe y su primer amor.
—Yo… Sí, nunca vi algo parecido —respiró profundo y se dio fuerzas para continuar—: ¿Cómo estás, Ruben? Hace tiempo que no nos veíamos.
—Muy bien, gracias y debo decir que estás muy bien, Paula. Dirigir tu propia empresa debe serte provechoso.
—Así es —calló, pero tuvo que agregar—: Haber trabajado para ti fue el incentivo que necesitaba. Me hiciste pensar con claridad en lo que deseo de la vida.
—Por eso huiste.
Hizo una mueca.
—No lo diría así —se encogió de hombros—. Yo tenía sólo veinte años y el momento de controlar mi futuro se presentó.
—Las cosas no debieron terminar así, Paula. No me diste tiempo…
—Tuviste bastante tiempo, Ruben —declaró—. De haber sabido que eras casado nada habría ocurrido. Me engatusaste y fui lo bastante ingenua para caer. Pero tuve suerte de alejarme antes de que me incitaras a acostarme contigo, lo que hubiera sido una gran tontería.
Le dio un sorbo al vino tinto, permitió que el líquido le bañara la lengua y lo saboreó con lentitud. Eso le dio el tiempo que necesitaba para dominarse y medir sus propios sentimientos. Ignoró cómo reaccionaría al verlo después de tanto tiempo.
Hecho extraño, no fue tan traumático como lo imaginó.
—Me porté de manera abominable —admitió él—. Ahora lo comprendo; entonces…
—Ya no tiene importancia —apretó con los dedos el pie de la copa y la giró levemente, luego levantó la barbilla—. Eso quedó en el pasado porque comencé de nuevo.
—Me agradaría que fuéramos amigos —murmuró con el rostro cerca del de ella y deslizando un dedo sobre la escultura—. ¿Es eso posible?
—Todo es posible.
Paula se encogió de hombros.
Un sonido desde la puerta los hizo volverse. Pedro estaba apoyado con negligencia contra la pared.
—¡Qué escena tan cálida! ¿Interrumpí algo?
Al parecer ese pensamiento no lo molestaba.
—Sólo hablábamos —respondió Ruben alejándose de Paula con la tez enrojecida.
—Por supuesto… —Pedro sonrió—. ¿Qué otra cosa estarías haciendo recluido en un invernadero que la luna ilumina y en compañía de una mujer bella? —entrecerró los párpados—. ¿No estás un poco fuera de tu territorio, Blake? No esperaba verte aquí esta noche.
—¿Te refieres a que tenemos la misma clase de negocio? —Ruben se encogió de hombros con actitud apocada—. Te equivocas si crees que vine a pescar pedidos. Adrian me invitó. Fuimos compañeros en la universidad, quizá ya lo sabes.
—Las viejas amistades no mueren con facilidad, ¿verdad? —comentó Pedro—. Y según lo que he oído, también conoces a Paula desde hace años. Imagino que ella no tardó en cautivarte porque tiene talento para eso.
—Es un talento que por desgracia no tienes tú —Paula lo miró con rencor—. Dudo que puedas cautivar a una sanguijuela siquiera.
—Por lo visto estás un poco nerviosa, cariño —Pedro alzó una ceja—. ¿Qué te pasa?
—Nada que tu ausencia no curaría. De hecho, hablábamos en privado, pero eres muy insensible como para haberte dado cuenta.
—Pido disculpas —entonó serio—. No me agradaría perturbarlos porque sin duda tenéis mucho que deciros después de tanto tiempo y seguro, que Adrian sigue ocupado.
Se volvió y salió del invernadero; el eco de su risa retumbó en el aire.
—Sabe lo que ocurrió entre nosotros —murmuró Ruben después de aclararse la garganta—. ¿Hay algo que el hombre no sepa?
Paula no contestó. Todo lo que Pedro sabía lo torcía hacia el lado sombrío, la juzgaba y la culpaba. Era una característica enfurecedora y cada vez que él se acercaba, la sangre de Paula bullía. Daría cualquier cosa por asestarle un puñetazo en la nariz para aplastársela porque no cesaba de insultarla.
—¿Por qué recalcó que Adrian sigue ocupado?
Paula bajó la vista y descubrió que tenía los dedos entrelazados con fuerza y los soltó.
—No le hagas caso, es evidente que está de mal humor.
—¿Debo pensar que vosotros dos no os agradáis? —preguntó con tristeza.
—Así es.
—Al verte esta noche comprendí que odiaría volver a perder contacto contigo —respiró profundo y se enderezó—. ¿Te agradaría volver a trabajar para mí?
—¡Bromeas! —contestó con actitud cínica.
—No —negó con un movimiento de cabeza—. Lo digo en serio. Por favor, deja que te explique. ¿Desarrollarías un programa para mi compañía? Crecemos con rapidez y es imperativo que funcionemos con más eficiencia. Sé que podrías idear algo porque tu trabajo siempre fue el mejor y tengo confianza en que elaborarías un programa estupendo.
Ella lo observó pensativa. Se llevó la copa a los labios y le dio otro sorbo al vino. Recelaba de los motivos que impulsaron a Ruben a hacerle esa proposición. ¿Trataba él de evitar las ascuas? Ella había pasado años en aceptar sus propias emociones y en el fondo de su mente existía una duda irritante. ¿Había posibilidad de que esos dolorosos sentimientos volvieran a emerger si volvía a ver a Ruben a menudo?
Por fin, comprendió que lo que sintió por Ruben había quedado enterrado bajo una avalancha de dolor y desilusión. Ella creyó estar enamorada, pero fue sólo un encandilamiento, la reacción de una chica impresionable que despertaba.
—¿Lo harías? —insistió—. Te pagaría la tarifa más alta.
—Me aseguraría de que lo hicieras —murmuró tranquila.
—¿Significa que sí trabajarás para mí?
—Aún no lo he decidido.
Paula dejó su copa medio vacía sobre un ancho armario de madera y pensó en la propuesta. El instinto le indicaba que si deseaba sobrevivir en el mundo de la industria y del comercio, debía olvidar el pasado y seguir viviendo. Era una profesional, no podía permitirse el lujo de desaprovechar las oportunidades que se le presentaban. Podría resolver los problemas uno a uno conforme se presentaran.
—¿Sabes que lo que hubo entre nosotros se terminó? Se acabó, ya no existe —dijo.
—Lo sé —Ruben tragó en seco—. Ahora lo acepto, pero luché contra ello. Comprendí que no tenía esperanza cuando te fuiste y te mantuviste lejos a pesar de mis cartas y llamadas.
—Estando eso bien claro, veré qué puedo hacer para elaborarte un programa. Hablaré con tu secretaria. Pero ahora, discúlpame porque debo hablar con Adrian.
Salió del invernadero, pero era consciente de que Ruben la devoraba con los ojos.
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