sábado, 18 de noviembre de 2017
MI UNICO AMOR: CAPITULO 9
Caminó por la orilla del lago en dirección contraria a la de Pedro. Necesitaba tiempo para pensar y decidir qué hacer. ¿En dónde estaban esas sombrías fuerzas plutónicas cuyo apoyo necesitaba?
Deseó que hubiera otra manera de alejarse de ese lugar.
Seguro que el dueño llegaba a la cabaña en otra embarcación. Quizás en una simple canoa con remos. ¿No iban los pescadores al centro del lago a pescar? Desde luego, era una conjetura aventurada, pero si buscaba bien tal vez encontraría algo.
Tardó media hora en encontrar lo que buscaba: Una canoa amarrada en un pequeño embarcadero de madera. Se dijo que la tomaría prestada. Tan pronto lograra su propósito se encargaría de que devolvieran la embarcación. Hizo una mueca. Sólo le faltaba lidiar con el señor Pedro Alfonso.
¿Cuál era la mejor manera de incapacitar un barco de motor, al menos temporalmente? ¿Un alambre atado alrededor del timón? Sería fastidioso, pero efectivo. Estaba segura de haber visto un rollo de alambre, junto a un par de botas altas.
Y velas. ¿No había visto una caja sobre uno de los armarios?
Pensó echar parafina derretida en la rendija de la llave.
Quizás verter agua en el tanque de la gasolina. Había toda una gama de cosas que podía intentar.
Bastante después, regresó al lugar donde vio pescar antes a Pedro. Él seguía con lo mismo y el sedal se mecía con la brisa. Pedro estaba en paz con su mundo. Esbozó una sonrisa porque no sería por mucho tiempo más. Ese pez en especial pronto se encontraría en aguas tormentosas.
Pedro se volvió cuando ella se acercaba y cauteloso, la observó. Fijó la vista en las tijeras que ella llevaba. Se puso de pie y acomodó la caña de pescar contra la caja de mimbre.
—¿Paula?
—Alfonso… —Lo saludó con ligereza y amabilidad. Se sentía extrañamente contenta y despreocupada. Miró el sedal arqueado sobre el lago y sus ojos cobraron un cierto brillo color de esmeralda. Se acercó a la orilla del agua—. ¿Cómo va la pesca?
—Bastante bien.
No se distrajo.
—Podemos cambiar la situación.
Y se inclinó hacia el sedal de nylon y lo cortó con las tijeras.
—¿Qué dian…?
Corrió para inspeccionar el daño y ella se dijo que no podía desaprovechar esa inmejorable oportunidad. Él estaba muy cerca del agua, podía resbalar, ¿qué importaría si ella le daba un empujoncito? Con satisfacción vio que él se deslizaba hacia el agua, después que ella lo impulsó, y que su cuerpo creaba olitas en la superficie.
La exaltación burbujeó en sus venas. Resultó muy fácil.
Observó el resultado de su acción hasta que Pedro subió a la orilla. No se había lastimado, pero estaba empapado y furioso.
El enfado de Pedro la hizo reír antes de volverse para volar como el viento hacia donde había dejado la canoa. Al llegar al agua se dijo con alegría que la venganza era muy dulce.
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