sábado, 9 de septiembre de 2017
UN MARIDO INDIFERENTE: CAPITULO 24
Pedro ya se había ido cuando Paula se despertó a la mañana siguiente. Había madrugado ya que el viaje era largo y pretendía volver en el mismo día. Era un alivio tener la casa para ella sola. Se sintió como si pudiera respirar de nuevo.
Sin embargo, el día pareció alargarse una eternidad a pesar de tener muchas cosas que hacer. Pedro le había dejado su ordenador y le había dicho que podía utilizarlo.
También había dicho que volvería a casa hacia las ocho, pero a las nueve todavía no había aparecido. Bueno, se habría retrasado por algo y no tenía forma de comunicárselo sin teléfono.
Pero hacia las diez, ya empezó a preocuparse. ¿Y si le había pasado algo? ¿Y si había sufrido un accidente?
Empezó a imaginarse todo tipo de cosas e intentó leer para no dejar que su imaginación se desbocara, pero no podía concentrarse.
Eran cerca de las once cuando por fin los faros iluminaron la terraza. A pesar del miedo que le atenazaba el pecho, tuvo la sensación de haber vivido aquello ya, y entonces lo supo, de repente, como si se le hubiera encendido una luz en la mente.
Era el sueño. La situación le había devuelto las sensaciones del sueño Pedro subía las escaleras con sorprendente energía. Estaba maravilloso, fuerte, vibrante y muy vital.
Arqueó las cejas con sorpresa al verla.
—Hola —dijo—. Pensé que ya te habrías metido en la cama.
—¿Dónde estabas? ¿Por qué has tardado tanto?
Ella sonó como una esposa preocupada y a él no se le escapó. Esbozó una sonrisa de picardía y soltó el maletín y una caja en el suelo de la terraza.
—¿Me has echado de menos?
El enojo sustituyó a la preocupación.
—Para nada. He pasado un día tranquilo y maravilloso.
—Siento no haberte podido avisar de que llegaría tarde. El hombre al que tenía que visitar no pudo reunirse conmigo hasta esta tarde, así que no pude salir de la ciudad hasta después de las siete. Tu padre está bien. Se ha cancelado el contrato y ha conseguido llamar la atención de las autoridades de Hong Kong, que ya están investigando las actividades fraudulentas de esa empresa.
Paula soltó un suspiro.
—Bien. ¿Sabe ya la policía quienes destrozaron mi habitación?
—Saben quién está detrás, pero no han conseguido atraparlos, lo que es de preocupar —frunció el ceño—. Tu padre está preocupado porque puedan querer vengarse ahora, lo que sería bastante estúpido por su parte, pero tampoco tienen mucho cerebro, o sea que es algo a tener en cuenta.
A Paula le dio un vuelco el corazón.
—¿Y qué quiere decir eso? ¿Que no puedo volver a Kuala Lumpur?
—Exacto.
—¡Esto es una locura! ¿Cuánto tiempo va a durar?
—No tengo ni idea. Tu padre nos lo hará saber.
—¿Y se supone que yo debo aceptarlo? ¿Se supone que voy a seguir colgada en el fin del mundo hasta Dios sabe cuándo? ¿No se os ha ocurrido otra cosa mejor?
Pedro se encogió de hombros.
—Él cree que aquí estás a salvo.
Ella soltó un gemido de frustración y enterró la cara entre las manos.
—Oh, Dios, voy a volverme loca.
—No Paula, tú eres fuerte.
Pero no lo suficiente. Pensaba salir de allí como fuera.
Levantó la cabeza.
—¿Trajiste mis cosas?
—Tu ropa y el bolso están ahí —señaló la caja y abrió su maletín—. Toma, el cuaderno, los CD´S y los cheques de viaje. Pero nada del pasaporte.
A Paula se le hundió el alma a los pies.
—¿No han encontrado el pasaporte? Pero si estaba al lado de los cheques en el cajón.
—Es evidente que alguien se lo ha llevado.
—¡Esto es una locura! ¿Quieres decir que uno de esos mafiosos registró la oficina de mi padre y me robó el pasaporte?
—Puedes solicitar uno nuevo, pero tendrás que esperar hasta que sea seguro volver a Kuala Lumpur.
—¡No quiero esperar! ¡Quiero irme! ¡Quiero salir de aquí!
—A veces no podemos hacer lo que queremos. Comprendo que no es fácil de aceptar, especialmente para alguien consentido e indulgente como tú.
Paula dio un respingo.
—¿Qué? ¿Me has llamado consentida e indulgente?
Él arqueó una ceja.
—¿Ha habido algo en tu vida que hayas querido y no hayas conseguido?
El calor le subió hasta las mejillas.
—¡Pues claro que lo ha habido! —Explotó con ardor—. Un matrimonio feliz, por ejemplo
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