sábado, 9 de septiembre de 2017

UN MARIDO INDIFERENTE: CAPITULO 26




No volvió a verlo hasta la hora de comer del día siguiente. Hubiera preferido comer sola, pero no quería dar más trabajo a Ramyah. Pedro fue distante, pero educado. El aire estaba cargado de emociones; la tensión era como una presencia viva entre ellos.


—Paré ayer en casa de los Patel en el camino de ida —comentó él rompiendo el silencio en el segundo plato—. Nos han invitado a cenar el sábado por la noche.


Los Patel. La familia de Ghita. Y él esperaba que ella lo acompañara. Paula se concentró en un trozo de lechuga.


—Probablemente deberías ir solo —sugirió—. Yo no tengo nada que hacer allí.


—Te han invitado. No les ofendas.


Si no quería ir, no tenía por qué ir, pero decidió no comportarse como una niña ni poner la típica excusa del dolor de cabeza. Una cena podía ser divertida. Le sentaría bien estar entre otra gente y la comida india, sin duda sería deliciosa.


Después de comer volvió a su trabajo. Contempló los libros de afrodisíacos y pociones amorosas. Se había pasado la mañana leyendo y tomando notas. Era hora de ponerlas por escrito.


Paula trabajó toda la tarde y no salió de su habitación hasta que la cena estuvo servida.


—Ramyah libra el viernes —dijo Pedro al sentarse a la mesa—. Es el día santo para los musulmanes. Quiere saber si hay algo en particular que quieras comer para prepararlo mañana y dejárnoslo en el frigorífico.


Paula extendió la servilleta en el regazo.


—No hace falta que lo haga. Me encantará cocinar. Necesito algo que hacer aparte de leer y escribir.


—Bien.


Para alivio suyo, consiguieron pasar la cena sin una conversación tensa, acusaciones ni recriminaciones.


Después de que Ramyah terminara de recoger la cocina. 


Paula se fue a explorar el frigorífico y la despensa para ver las posibilidades que tenía para la cena del viernes. Había filetes de salmón congelados, lo que era tentador y un pato congelado. Ella podía hacer maravillas con un pato. Y también los chinos, recordó. De hecho, tenían interminables recetas afrodisíacas. Bueno, ella no iba a preparar una cena como pócima amorosa, sólo una agradable. Sacó el pato y lo dejó en la nevera para que se descongelara en las siguientes treinta y seis horas.


El jueves se evitaron el uno al otro. Pedro permaneció todo el día en la oficina trabajando y ella en su habitación escribiendo. Pedro parecía haber perdido las ganas de más confrontaciones emocionales, al igual que ella. No le sorprendía. Pedro era una persona racional y calmada que resolvía los problemas de forma racional. La pasión que había presenciado la semana anterior la había sorprendido de verdad.


Paula inspiró con fuerza y se concentró en la pantalla vacía de ordenador frente a ella. Su problema era que estaba pensando demasiado en el amor. Debería estar trabajando. 


Volvió a leer el artículo sobre la comida de los puestos callejeros que había terminado.


Serpientes. En eso debería estar pensando, en un tonel lleno de serpientes.



****


Durante todo el viernes, Paula tuvo la cocina para ella sola. Era un placer volver a cocinar de nuevo y se encontró tarareando feliz mientras rayaba un limón deteniéndose en la mitad al encontrar a Pedro en el umbral de la puerta mirándola con ojos sombríos.


El corazón le dio un leve vuelco.


—¿Necesitas algo?


—No, nada. Sólo algo de beber.


Se acercó al frigorífico y se sirvió una copa de vino blanco sin preguntarle a ella si quería. Entonces, al posarlo en la encimera, se le cayó y con una maldición, buscó la bayeta.


—¿Qué pasa?


—Nada —respondió él con tensión.


Tirando la bayeta en el fregadero, se dio la vuelta y salió de la cocina sin la bebida.


Paula siguió rayando el limón intentando que el incidente no le estropeara el buen humor. Estaba disfrutando. Inhaló la fragancia del limón. Oh, Dios, iba a estar estupendo.


Y lo estuvo. Todo salió perfecto. Había encontrado velas y flores y un bonito mantel. Lisette no la había decepcionado. 


A pesar de lo práctico que era el algodón, era una mujer sensual también, como lo demostraba la comida que guardaba congelada, los libros de poesía y la maravillosa colección de música.


Paula contempló la maravillosa mesa sintiendo una repentina emoción. ¿Qué estaba haciendo?


Se había propasado, como siempre.


Cerró los ojos. ¿Por qué? ¿Por qué había hecho aquello? Se quedó inmóvil sabiendo la respuesta y por fin, admitiendo la verdad.


Todavía amaba a Pedro. Siempre lo había amado y no podía hacer nada para evitarlo. Una penosa sensación de inevitabilidad la asaltó.


Abriendo los ojos, revisó la mesa una vez más. Debería quitar las velas y poner las flores en la mesita de café. Se debatió consigo misma y entonces, despacio, se dio la vuelta dejando la mesa como estaba.





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