sábado, 9 de septiembre de 2017

UN MARIDO INDIFERENTE: CAPITULO 25




El ambiente se cargó de electricidad en el acto. Las palabras de Paula flotaban en el aire amenazadoras. La cara de Pedro estaba dura como una piedra y siguió con la mirada clavada en ella.


—Por lo que yo sé, tuvimos un matrimonio feliz hasta que decidiste no volver a casa conmigo nunca más. ¿Y puedo recordarte que fuiste tú la que me dejaste y la que pidió el divorcio?


Era cierto que ella había pedido el divorcio, pero no lo había querido.


—¿Y no lo querías tú? —preguntó ella con amarga burla —¿Recuerdas cuanto tardaste en firmar los malditos papeles? ¡Tus abogados me los mandaron firmados a vuelta de correo! ¡Imagino que sólo tardarías un minuto en firmarlo todo!


Él entrecerró los ojos.


—¿Y qué esperabas? ¿Que te obligara a estar conmigo en contra de tu voluntad?


Pedro sacudió la cabeza despacio.


—Yo no quería estar con una mujer que no me quisiera. Si no me acuerdo mal, no nos habíamos visto en cinco meses cuando me dejaste aquella encantadora notita.


—¡Tú estabas fuera del país! ¡Siempre estabas fuera del maldito país!


—Mi trabajo me obliga a viajar y eso ya lo sabías. Y cuando estaba en casa entre proyecto y proyecto, eras tú la que no estabas. Siempre tenías una excusa u otra.


¿Excusa! La rabia la atenazó. A ella no le había parecido que a Pedro le importara. Nunca le había dicho que quería que ella estuviera en casa, que la echaba de menos.


—¡A ti no parecía importarte en absoluto!


Hubo un momento de silencio.


—Oh, no —dijo él muy despacio—. Tú, mi devota ex mujer, eras a la que no le importaba demasiado estar en casa cuando yo estaba, como habíamos planeado desde el principio. Lo que más me asombró fue aquella estancia tuya en Nueva York. ¿Te acuerdas?


Había sido uno de los momentos más miserables de su vida y todavía permanecía vívido en su recuerdo.


—Sí, me acuerdo.


—Volviste de casa de Sophie en Roma mientras yo estaba en Guatemala y el día antes de mi regreso, decidiste ir a Nueva York a hacer un curso de cocina. Entonces llevábamos meses sin vernos. Cuatro exactamente, y tú preferiste tomar un curso de cocina.


—Podrías haber ido a Nueva York a pasar el fin de semana.


Él soltó una carcajada amarga.


—¡Oh, gracias por tu generosidad!


—Si te importaba tanto, ¿por qué no lo hiciste?


Pedro apretó los puños y se metió las manos en los bolsillos.


—¡No me lo pediste! Supuse que tenías otros planes. Y si a ti te importaba, ¿por qué fuiste para empezar! No, cariño, no te atrevas a hablar de importar o no. Dejaste muy claro que ya no querías seguir casada. Fuiste tú la que escribiste esa notita diciendo que nuestro matrimonio ya no funcionaba y que querías romperlo.


—Y a ti te importó tan poco que ni siquiera descolgaste el teléfono para hablar de ello conmigo.


Él arqueó una ceja con sorna.


—Yo no merecía más que una carta. Ni siquiera te molestaste en esperar para poder decírmelo en persona. Me escribiste aquella horrible carta y era tan breve que supuse que no tenía sentido discutir el tema. Lo dejaste muy claro —la miró con expresión tormentosa—. Y tampoco tiene sentido discutirlo ahora después de tantos años —echó un vistazo a su reloj—. He tenido un día muy largo y estoy cansado. Buenas noches.



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