sábado, 5 de agosto de 2017
UNA CANCION: CAPITULO 7
Paula detuvo el coche al llegar frente a la casa de Olga y Manuel. Era una casa de dos plantas de estilo colonial, situada en el casco viejo de la ciudad. Había sido también su hogar antes incluso de que Joaquin naciera. Se había trasladado a la casa de los Lambert al poco de quedarse embarazada y había estado viviendo allí hasta hacía unos meses, en que había llegado a la conclusión de que llevar una vida más independiente sería lo mejor, tanto para ella como para Joaquin.
Llamó a la puerta para anunciar su llegada y entró en la casa. Olga y Manuel estaban sentados viendo la televisión, mientras Joaquin jugaba con unas construcciones en un rincón del cuarto.
El niño corrió hacia ella nada más verla y se agarró a su cintura.
—Te he echado mucho de menos, mami.
—Yo también a ti, cariño. ¿Estás ya preparado para marchar?
—¿Qué prisa tienes? Por qué no te quedas un poco y descansas. Se te ve muy demacrada —dijo Manuel con la mayor naturalidad.
Era un hombre jovial y campechano. Decía siempre lo que pensaba sin andarse por las ramas.
—Debería llevar patines de ruedas los sábados por la noche para trabajar en el LipSmackin’ Ribs.
—¿Sabes si tienen un uniforme de invierno en ese restaurante? —preguntó Olga con el ceño fruncido y en tono irónico.
Paula llevaba la indumentaria oficial de las camareras del restaurante: unos shorts azul marino y una ajustada camiseta blanca que dejaba al descubierto buena parte del vientre y que lucía en la pechera unos grandes labios rojos: el logotipo del local.
—Creo que el uniforme es el mismo tanto en verano como en invierno. Pero con todo el trajín que nos traemos, corriendo de acá para allá, no hay peligro de que pasemos frío.
Ella sabía que no era eso precisamente lo que le preocupaba a Olga, sino que fuera medio desnuda por la calle. No le parecía mal que las camareras del LipSmackin’ Ribs llevaran ese uniforme mientras estaban trabajando pero, fuera del restaurante, lo encontraba indecoroso.
Eso estaba muy bien, pero ella tenía que pagar las facturas de la casa todos los meses.
Había hecho algunos cursos nocturnos de administración, pero no estaba aún capacitada para gestionar una empresa. Al salir del instituto, había trabajado de secretaria en una compañía textil de Thunder Canyon, pero la empresa entró en quiebra a los pocos años. Después de eso, había conseguido un puesto de recepcionista en una compañía de seguros de Bozeman. Allí era donde había conocido a Eduardo. Pero, al poco de quedarse embarazada, había tenido que dejar el trabajo por los mareos que tenía por las mañanas. De hecho, había estado a punto de perder al bebé. Después de la muerte de Eduardo, Olga y Manuel habían insistido en que se fuera a vivir con ellos para que pudiera llevar así mejor el embarazo y luego, tras el nacimiento de Joaquin, no habían querido ya que se marchara.
—¿Has cenado algo? —le preguntó Olga.
Olga era una mujer regordeta, con el pelo rizado y canoso, que llevaba siempre unas gafas muy finas con montura plateada. Había tenido muchos problemas en sus embarazos e incluso había sufrido dos abortos. Por eso había comprendido desde el primer momento la necesidad de que Paula guardase reposo y estuviera bien cuidada.
Paula sonrió a aquella mujer que había llegado a convertirse en una segunda madre para ella.
—Ya tomaré algo en casa. No he tenido tiempo de nada con las llamadas que he tenido que hacer.
—¿Llamadas? ¿Qué llamadas? —preguntó Manuel, apartando la vista de la televisión.
Paula comprendió que no debía haber dicho nada, pero ya era demasiado tarde para rectificar. Ella no tenía costumbre de mentir, y además sabía que tarde o temprano los padres de Eduardo acabarían por enterarse de que había perdido su otro trabajo en la agencia de servicios de limpieza. Porque, de ninguna manera, estaba dispuesta a aceptar la ayuda de Pedro.
—Me han despedido en la agencia Mops & Brooms. Me pusieron como excusa que el negocio flojeaba bastante últimamente. Así que estoy tratando de encontrar alguna otra cosa que pueda compaginar con mi trabajo en el restaurante.
Manuel y Olga intercambiaron una mirada de complicidad, siendo finalmente la mujer quien se erigió como portavoz de la pareja.
—Si lo necesitas, ya sabes que puedes volver a esta casa cuando quieras. Siempre serás bienvenida en ella. Tanto Manuel como yo creemos que tu labor principal es criar a Joaquin y no ir de acá para allá trabajando en lo primero que te salga.
—Les agradezco mucho su generosidad y todo lo que han hecho por mí. Sé que saben que lo digo de corazón. Pero no tienen por qué preocuparse, Joaquin y yo estamos bien. Tengo el empleo del restaurante y estoy segura de que pronto encontraré algún otro trabajo. En la primera oportunidad que tenga, iré a la biblioteca y publicaré mi curriculum en Internet, en todas las páginas de ofertas de trabajo.
Eso era lo que debía haber hecho esa tarde, en vez de haber estado investigando en la vida de Pedro Alfonso, se dijo ella.
—He hecho un poco de pollo —dijo Olga—. Puedes llevarte algo. Te conozco bien y sé, que si no, te irás a la cama con una simple ensalada y un yogur.
Paula no sabía lo que había de malo en cenar una ensalada y un yogur, pero se mordió la lengua mientras Joaquin dejaba a un lado sus construcciones y se ponía la chaqueta.
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