sábado, 5 de agosto de 2017

UNA CANCION: CAPITULO 5




Dos horas después, Paula estaba en el dormitorio de Joaquin abrochándole los botones de la chaqueta del pijama. Pedro se sentó mientras tanto en el sofá de tela escocesa de color verde y malva del cuarto de estar, y se puso a ojear el álbum de fotos de Joaquin.


—Mami, ¿puedo darle a Pedro un abrazo de buenas noches?


—Vete a preguntárselo —respondió ella con un nudo en la garganta.


—Sí, iré a preguntárselo. Me gusta Pedro.


Joaquin y Pedro habían hecho muy buenas migas. Pedro había estado jugando con él un buen rato, como si fuera otro chico más de su edad. Aunque Manuel y Olga se portaban muy bien con Joaquin, preocupándose de que no le pasara nada, ninguno de los dos jugaba con él. El pobre Joaquin tenía que jugar él solo en el jardín de la casa de sus abuelos porque además tampoco había niños en la vecindad. Esa había sido una de las razones por las que Paula le había matriculado en preescolar, para que pudiese estar en contacto con otros niños. Pedro, sin embargo, se había puesto a jugar con él como si le conociera de toda la vida.


Joaquin se dirigió corriendo al cuarto de estar, seguido por su madre. Él nunca iba andando a ningún sitio, siempre iba corriendo a todas partes.


—¿Puedo darte un abrazo de buenas noches? —le preguntó a Pedro al entrar.


Pedro no se molestó en contestar. Tomó al niño en brazos y le dio un abrazo muy fuerte.


—Que duermas bien, vaquero.


El niño saludó con la mano a Pedro y volvió al dormitorio con su madre.


Paula le acostó, le tapó y le dio un beso.


—Hasta mañana, Joaquin. Te quiero mucho.


—Buenas noches, mamá.


Paula se quedó un minuto más junto a su hijo hasta ver cómo se le cerraban los ojos y caía profundamente dormido. Cuando volvió al cuarto de estar, oyó la voz de Pedro en la cocina y comprendió que debía estar hablando por teléfono. 


No quiso espiar su conversación, pero no pudo evitar escuchar algunas palabras.


—Comprendo la razón por la que la despidió. Pero estoy dispuesto a pagarle su salario completo si usted la readmite.


Ella se quedó estupefacta. ¿Sería capaz de hacer una cosa así por ella?


Se dirigió a la cocina con paso resuelto. Pedro no trató de colgar ni de tapar el teléfono con la mano cuando la vio entrar, sino que siguió hablando con toda naturalidad.


—Sí, estoy seguro de ello… Muy bien. Paula se pondrá en contacto con usted. Gracias… Igualmente… Buenas noches.


Paula no sabía qué decir y menos aún cómo decirlo.


—¿Por qué haces esto?


—Bueno, no ha sido tan difícil —respondió él—. He averiguado esta tarde por Internet el número de teléfono de la propietaria de la agencia de limpieza y le hice una oferta que no podía rechazar. Estás readmitida. Vuelves a tener tu trabajo.


—No, no lo quiero en esas condiciones. Ya encontraré otro trabajo por mi cuenta.


Pedro estaba muy cerca de ella, lo bastante como para poder besarla sin apenas tener que moverse. Sin embargo, sin saber por qué, un pensamiento muy distinto acudió a su mente.


—¿No te ha dicho nadie alguna vez que eres un poco orgullosa? —dijo él en un tono de voz que más parecía una pregunta retórica que una acusación directa.


—¿Y a ti no te ha dicho nunca una mujer que prefiere vivir su propia vida en vez de que otra persona decida por ella?


—Solo trato de que no sea una angustia diaria para ti saber cómo vas a llegar a fin de mes.


—No tienes que preocuparte de eso. Estoy ya acostumbrada a ese tipo de angustias.


—La vida es algo más que estar pendiente a todas horas de cómo hacer frente a los gastos de una casa y una familia.


Paula creyó advertir una profunda amargura en sus palabras. La verdad era que apenas se conocían. Durante la cena solo habían hablado de dónde habían nacido. Y ahora tampoco sabía mucho más de él. ¿Tendría algún secreto oculto que quisiese guardar celosamente?


—Muy bien, creo adivinar la razón por la que lo hiciste. Pero, aunque mi sueldo no es nada del otro mundo, poca gente estaría dispuesta a asumirlo como una factura más a fin de mes.


—Veo claramente que no sabes quién soy yo.


—¿Quién eres tú? —preguntó ella con voz temblorosa como si le diera miedo la respuesta.


—Soy Pedro Alfonso —respondió él, y luego añadió al ver que su nombre parecía no decirle nada—: El cantante de música country.


La única música que ella había escuchado esos últimos años era la de las películas de dibujos animados del canal Disney. 


Había tratado de olvidar aquellas viejas baladas country porque se emocionaba demasiado al escucharlas y le traían a la memoria algunos recuerdos que prefería olvidar. Sin embargo, mirando ahora con más atención al hombre que tenía delante, al que no había reconocido fuera de su ambiente, se acordó del cartel publicitario que había visto el año pasado con motivo del Frontier Days, la fiesta que se celebraba en la región para atraer a los turistas.


Recordó la imagen de Pedro Alfonso, con su rostro atractivo y bien afeitado, su sombrero Stetson negro, el pelo corto y sus chispeantes ojos verdes.


Se quedó boquiabierta. Pedro Alfonso, el famoso cantante, había ido a cenar con ella a su apartamento y había llevado unas costillas a la barbacoa.


Pedro se puso el sombrero que había dejado en la encimera. 


Luego se inclinó hacia ella, la besó en los labios con mucha dulzura y se dirigió a la puerta.


Cuando Paula recuperó el aliento, él ya había salido del apartamento.


Demasiado aturdida como para ir tras él y demasiado emocionada por aquel beso, se limitó a llevarse los dedos a los labios preguntándose si volvería a ver alguna otra vez a aquella superestrella del mundo de la música.







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