sábado, 5 de agosto de 2017

UNA CANCION: CAPITULO 6





Aquel sábado por la tarde, Paula fue a la hemeroteca municipal de Thunder Canyon, decidida a averiguarlo todo sobre Pedro Alfonso. Había oído hablar de él en la televisión a raíz de la entrega de premios a los mejores intérpretes de música country y, por supuesto, durante el Frontier Days del año anterior. Pero ahora, ¡se le veía tan diferente! Ella no conocía apenas sus canciones y menos aún la razón por la que estaba viviendo como un ermitaño en un bungalow situado en la cima de una montaña inhóspita junto al parque natural de Thunder Canyon. Sin embargo, se puso al corriente de todo tras consultar durante unos minutos los archivos digitales de la hemeroteca. Estaba huyendo de los paparazzi, todo el mundo quería entrevistarle para hablar con él sobre lo que había sucedido. Ella no sabía a qué
atenerse ni a quién creer. Había múltiples versiones de los hechos. Cada uno contaba la historia a su manera. Pensó que le gustaría oír la verdad del propio Pedro. Pero, ¿de qué Pedro? ¿Del hombre de la montaña? ¿O del cantante de música country? Tal vez nunca tuviera la oportunidad de escuchar su versión de los hechos. Pedro podría irse de allí al día siguiente.


Recordaba muy bien el beso que le había dado. 


Seguramente, él no le hubiera dado tanta importancia como ella. Después de todo, era Pedro Alfonso. Pero, ¿por qué habría querido ir a cenar a su casa con ella?


Había una mujer en la mesa de al lado que no dejaba de mirarla. Ni a ella ni a la pantalla de su ordenador. Sin duda, debía ser una de esas entrometidas a las que les gustaba meterse en la vida de los demás. Sería de la edad de Olga: unos sesenta años. Era pelirroja con el pelo rizado y llevaba unos pantalones vaqueros. Se la veía con ganas de hablar.


—Es una vergüenza, ¿no le parece? —dijo la mujer dirigiéndose a ella.


—La verdad es que no sé mucho sobre él. Por eso he venido aquí a informarme.


—He oído que el ayuntamiento le pidió que viniera a participar otra vez este año en el Frontier Days, pero que él se negó. Tal vez tiene miedo de dar la cara.


Paula reflexionó un instante sobre lo que había leído.


—O tal vez esté cansado de dar la cara y de recibir ofensas e insultos de algunas personas.


—¿Lo ha visto usted en algún concierto?


—No, ¿y usted?


—Sí, el año pasado. ¡Fue maravilloso! Cantando en el escenario, parecía un tipo normal.


—Tal vez lo sea.


—No puede serlo con todo el dinero que gana. He oído que tiene una mansión en Nashville y otra en Utah.


—Supongo que debe viajar mucho.


—Sobre todo cuando está de gira. No es de extrañar que no tenga familia. ¿Qué mujer podría aguantar ese tipo de vida?


Paula sintió una extraña desazón al oír esas palabras. 


Probablemente, la mujer estuviera en lo cierto. Aunque ella sabía también que había famosos que vivían felices con su esposa y con sus hijos.


Pero, ¿qué le importaba a ella todo eso? Cerró el navegador del ordenador.


Se disponía a levantarse de la mesa cuando la mujer volvió a abordarla con más preguntas.


—¿Por qué ha venido aquí a averiguar cosas de él?


¿Por qué?, se preguntó ella misma. Estuvo a punto de responder cualquier cosa para salir del paso, pero entonces recordó lo que acababa de leer sobre él y el dolor que había visto en sus ojos cada vez que la había mirado.


—Como usted ha dicho, oí rumores de que podía volver a venir a cantar este año en el Frontier Days y sentí curiosidad por conocer algo de su vida.


—No creo que se atreva a volver a cantar hasta que se resuelva el juicio que tiene abierto —dijo la mujer muy convencida—. Y apostaría a que el juez dará la razón a la familia de esa pobre chica.


Paula no tenía idea de cómo podría acabar aquel juicio, pero sí sabía una cosa: acabase como acabase, la vida de Pedro Alfonso ya nunca volvería a ser la misma.







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