A pesar de la cantidad de secuestrados que había liberado, Pedro era incapaz de controlar su nerviosismo. Lo más difícil había sido la angustia que había percibido en la voz de Paula antes de colgar. Había sido muy valiente al darle la pista que necesitaba para adivinar quién era el secuestrador.
Mientras volaba en el helicóptero, rezó porque Paula estuviera bien y apartó la idea de que quizá nunca más volvería a verla.
Distraídamente, se quedó mirando sus botas de combate.
¿Le perdonaría Paula alguna vez? Había sido un tonto. El miedo que había sentido al enterarse de que la habían secuestrado, había limitado su capacidad para pensar con claridad. Pero aquellas dos palabras que había oído de sus labios, aquel te quiero, lo habían hecho reaccionar.
Su ansia de venganza hacia la familia Chaves ya no era un objetivo a cumplir. Quería tener otra oportunidad con Paula. Por ella era capaz de dejarlo todo, incluso su ilusión de tener un hijo.
Pero eso todavía no lo sabía. Ella aún creía que estaba dispuesto a divorciarse. No debería haber reaccionado como lo hizo al saber que no podía tener hijos. Debería haberle ofrecido su apoyo y comprensión.
Recordó el momento en que le había dicho que estaba embarazada y sintió un nudo en la garganta. Aquellas palabras debían de haber roto su corazón en pedazos. De repente, lo más importante era aliviar el dolor de Paula y la venganza, el deseo de tener un hijo que perpetuara el nombre Alfonso, habían dejado de ser su obsesión.
****
—Jim —dijo Paula al hombre que estaba sentado junto a la puerta, en tinieblas—. Necesito ir al baño.
—¿Cómo? —preguntó adormilado.
—Necesito ir al baño ahora mismo.
Había esperado hasta hacerse de noche para que estuviera oscuro.
—Por favor, Jim, deprisa —añadió Paula dándole un tono de urgencia a su voz.
Maldiciendo, se acercó hasta donde estaba Paula atada.
—Venga, ponte de pie.
—Está oscuro ahí fuera y podría caerme. ¿Por qué no desatas mis pies?
—¿Qué más me da si te caes?
—Recuerda que para ti tengo un valor de dos millones de dólares. ¿Acaso no deberías cuidar tu dinero?
Sin decir palabra, se inclinó y desató las cuerdas.
—Gracias, Jim. No tardaré —dijo frotándose las muñecas.
—No vas a ninguna parte sola. Yo iré contigo.
—¿Adónde voy a ir? Ni siquiera sé dónde estamos. Lo último que querría es perderme entre la vegetación.
Paula abrió la puerta y Jim la tomó por la manga.
—No tan deprisa.
Entonces, lo oyó. Era el sonido de un helicóptero. Aquélla era su oportunidad. Miró hacia arriba, pero no vio nada.
¿Estaba tan sólo de paso?
Jim también lo había oído.
—Venga, adentro.
Paula dudó. Si le obedecía, todo habría acabado. Así que dio una patada a la lámpara de gas que estaba junto a la puerta. Hubo un momento de oscuridad mientras caía y luego la lámpara fue a parar a las mantas, prendiéndose fuego.
Forcejeó con Jim para liberarse, con la esperanza de que el helicóptero viera las llamas.
Desesperada, Paula lanzó patadas a diestro y siniestro, alcanzando un punto sensible en la pierna de Jim. Él la agarró por la chaqueta, pero ella se la quitó y quedó liberada. Corrió hacia la puerta y miró al cielo.
El helicóptero estaba encima, buscando con los focos.
Paula gritó y agitó los brazos. Unos segundos después, el aparato se estaba posando en tierra.
—¡Paula!
Al oír aquella voz familiar, sus rodillas se doblaron.
—¡Pedro! —exclamó incrédula.
A momento, la abrazó y una sensación de calidez y seguridad la invadió.
Debería haber confiado en que Pedro la encontraría. Lanzó una rápida mirada a sus espaldas y vio cómo un grupo de hombres vestidos de camuflaje rodeaban a Jim.
—No vuelvas a hacerme pasar por lo mismo.
—Estás loco si crees que quiero una segunda vez —murmuró ella—. Lo único que quiero es un baño caliente y una cama limpia.
—Y comer.
—No, no tengo hambre.
Al pensar en comida su estómago dio un vuelco y escondió una sonrisa.
—Éste ha sido el peor día de mi vida.
—Ya se ha terminado —dijo ella rodeándolo por el cuello.
Pedro la tomó por la barbilla y Paula sintió que su corazón se aceleraba. Fue un beso breve y tierno.
—Se ha acabado. Has pasado por un infierno. Imagino que querrás ir a casa.
—Sí, por favor —dijo y de repente recordó—. ¿Cómo está Tymon?
—Aparte de la contusión que ha sufrido por el golpe, está bien. Jim conocía la manera de trabajar de Arturo Pascal y sabía que apenas había habido cambios en la seguridad en los últimos años. Por eso pudo entrar en tu casa. Seguía manteniendo la amistad con Bob, así que le resultaba fácil saber lo que estaba ocurriendo.
—No puedo creer que el miedo de estos últimos meses haya terminado. ¡Ha sido horrible! Estoy deseando que mi vida vuelva a la normalidad.
—Sí, cuanto antes recobres tu vida, mejor.
Ayyyyyyyyy, qué lindos caps. Y la encontró Pedro no más.
ResponderBorrarAy noo ya quiero que le cuente la verdad!!!! Que ansias!!!
ResponderBorrar