sábado, 4 de febrero de 2017

LA VENGANZA DE UN HOMBRE: CAPITULO 28




—¿Dónde está tu esposa? —preguntó Umberto Alfonso en su habitación privada del hospital.


La madre de Pedro, Bianca, estaba sentada en una silla junto a su cama, estrechando su mano mientras Bella servía un vaso de zumo.


Pedro comprobó que en tan sólo un día, el aspecto de su padre había mejorado.


—Está en Nueva Zelanda. Nos pareció que debía venir cuanto antes.


—Pero no me estoy muriendo. Deberías haberla traído contigo. Quiero conocer a la mujer que será la madre de tus hijos —y lanzando una mirada hacia Pedro, añadió—. El doctor me ha dicho que estoy muy bien para tener setenta años. Quizá yo mismo pueda ir a Nueva Zelanda a conocerla.


—Será mejor que esperemos un tiempo, papá —sugirió Pedro.


Aquélla estaba siendo una recuperación milagrosa, pensó Pedro entrecerrando los ojos. Sacudió la cabeza. No, no era posible. Umberto había sufrido un infarto. Quizá había exagerado la gravedad.


Su padre se incorporó, pidiéndole a Bella que acomodara los cojines. Pedro acudió solícito a su lado y cuando todo estuvo al gusto de su padre, tomó la palabra.


—Eres un viejo sinvergüenza.


La mirada de culpabilidad que le lanzó Umberto fue la muestra de que sus sospechas eran ciertas.


—Las noticias que me traes me hacen sentir mejor. Tienes que volver junto a tu nueva esposa. Dile que la familia quiere conocerla —dijo su padre sonriendo—. ¿Cuál es el nombre de la afortunada?


—Paula.


—Ah, Paula, bonito nombre. Una buena elección, hijo. ¿Y su apellido?


—Chaves —contestó Pedro reticente.


Su hermana ahogó un grito.


—¿Chaves? —repitió Umberto—. Ése es el apellido de la familia que...


—Espera, Umberto —dijo su madre—. Deja que Pedro hable.


—Es la hermana de la mujer que me acusó.


—No cometas un error, hijo mío.


—Tendréis que decidir por vosotros mismos.


—Quiero conocerla —intervino Bella—. La mujer que se haya casado contigo, tiene que ser muy especial.


La preocupación del rostro de su padre, comenzó a desaparecer.


—Le contaré a Paula que estáis deseando conocerla —dijo Pedro más decidido que nunca a detener los planes de divorcio de Paula.


—Estupendo —dijo su padre enormemente satisfecho.


—¿Por qué tengo la sensación de que papá estaba deseando que llegara este día? —murmuró Pedro a su hermana.


—Quizá porque no acabo de encontrar un marido y Claudia ya está casada. Y claro, tiene una hija, pero eso no cuenta. Tú eres su última esperanza de perpetuar el nombre de la familia.


¿Cómo iba a decirles que su esposa nunca tendría hijos?


Pedro. Deberías comunicar a los Ravaldi que has vuelto a casarte. Alessandro querrá felicitarte.


Pedro inclinó la cabeza. Había estado posponiendo aquella visita, que debería haber hecho en su anterior viaje a Milán. 


Pero el volver a ver a su cuñado, volvería a abrir viejas heridas. Después de todo, Alessandro había perdido a su hermana.


Pedro apretó los puños. Las dos mujeres que habían estado bajo su cuidado y protección, Rosa Chaves y Lucia Ravaldi, habían muerto.


—He quedado con Alessandro para vernos —dijo, confiando en que no le molestara su nuevo matrimonio.


Recordó los ojos verdes de Paula y los hoyuelos de su irresistible sonrisa. Lo había engañado. Pero era dulce, amable y lo único que quería era su felicidad.


Tenía que tomar lo que tenía, correr el riesgo. Pero lo del heredero... Miró las manos entrelazadas de sus padres. 


Paula le hacía sentir muchas cosas que nunca antes había experimentado.


De repente, la echaba de menos desesperadamente.



****


La bocina de un coche sonó fuera.


El coche había llegado más pronto que el día anterior. Le dolía la cabeza y su rostro evidenciaba la mala noche que había pasado.


Se había sentido tentada de meterse en la cama y pasar el día durmiendo, pero el trabajo la esperaba. Tenía que olvidar a Pedro y concentrarse en su carrera. Buscaría otro trabajo, al menos así no estaría junto al despacho vacío de su apuesto y peligroso amante.


Al oír de nuevo la bocina, tomó su portafolio y se dirigió a la entrada.


—Lo siento, Tymon, se me ha hecho tarde.


Un nuevo chófer, con gafas de sol oscuras, la esperaba junto a la puerta del coche. Arturo Pascal había tenido en cuenta su opinión acerca de Bob Harvey. Al sentarse en el coche, reparó en que el modelo era diferente.


—¿Tymon? —preguntó asustada.


El asiento trasero estaba vacío. Trató de abrir la puerta. Pero estaba cerrada. De pronto se dio cuenta de que hacía unos quince minutos que no veía a Tymon. La había avisado de que el desayuno estaba listo y luego había dejado de oírlo. 


¿Estaría también detrás de aquello? Su mente barajó la posibilidad de que estuviera muerto.


Paula golpeó la ventanilla con su portafolios, pero era blindada. Otra ventanilla oscura la separaba del conductor.


—Déjeme salir.


El coche arrancó a toda velocidad. Respirando entrecortadamente, Paula trató de controlarse para no dejarse llevar por el pánico. Aquello era lo que Pedro temía que pasara, pero no estaba dispuesta a dejar que nadie se saliera con la suya.




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