domingo, 5 de febrero de 2017

LA VENGANZA DE UN HOMBRE: CAPITULO 32





El sonido del teléfono despertó a Paula a la mañana siguiente.


—Paula, pensé que ibas a morir —dijo su hermana con exagerado dramatismo.


—Estoy bien, tan sólo necesito descansar. Quizá mañana, papá, Manuel y tú podáis venir a verme.


—Siempre he tenido celos de ti —continuó Cata—. A todo el mundo le has caído bien siempre: a los profesores, a los compañeros del colegio, a sus padres... Siempre quise ser como tú.


Aquello sorprendió a Paula.


—Tú eras brillante, alegre y guapa. No tenías por qué estar celosa de mí.


—Sí, por fin logré darme cuenta gracias a Manuel


De repente, los pensamientos de Paula fueron por otro camino.


—Cata, ¿por qué trataste de seducir a Pedro? ¿Era porque pensabas que me gustaba?


—Sí —contestó su hermana en un susurro—. Quería acostarme con él y contarte que lo había hecho. Pero él me rechazó. Entonces papá me vio saliendo de su habitación y todo fue terrible. Pedro le dijo a papá que debía encontrarme un buen chico con el que salir y cerró la puerta en nuestras narices. No sabía qué decir. Papá estaba furioso y yo asustada. Así que le dije que Pedro había intentado forzarme. Al poco la policía estaba allí tomándome declaración —dijo e hizo una pausa antes de continuar—. No sabía cómo arreglar aquello. Y tú... Te volviste tan silenciosa y retraída que me sentí culpable.


—Oh, Catalina, deberías haber confiado en mí. ¿Acaso no había resuelto siempre tus problemas?


—No pensé que fueras a ayudarme. Tenías que ver tu cara cada vez que veías a Pedro. Lo odiaba, sabía que acabaría haciéndote daño, así que quise que desapareciera de tu vida para siempre.


—¿Pensaste que si se acostaba contigo lo odiaría? —preguntó Paula sorprendida—. Eras muy joven para esa clase de juegos, Cata.


—A nadie le importaba lo que hiciera y, ya te he dicho, no me gustaba el modo en que lo mirabas.


Su hermana se había sentido celosa de la atención que le prestaba a Pedro, pero, de alguna extraña manera, Cata había intentado protegerla aunque con un resultado desastroso.


—Cata, ahora tienes un marido que te ama. Ya me has pedido perdón a mí y mañana podrás disculparte con Pedro.


—De acuerdo.


Paula colgó el auricular y se levantó de la cama. Se puso una bata y salió de su habitación en busca de Pedro


Necesitaba sentir el calor de sus brazos rodeándola.


Bajó la escalera sonriendo, pensando en lo mucho que Cata había madurado desde que descubriera que estaba enamorada de Manuel.


Al ver una maleta y una bolsa junto a la puerta, la sonrisa desapareció. Quizá fuera el equipaje de Tymon, pensó. Pero al ver a Pedro salir de la cocina, supo que estaba equivocada.


—¿Te vas?


Él asintió.


—¿Por qué?


—Tienes que olvidar todo esto. Conmigo cerca, no podrás hacerlo. Nunca logré entender por qué la única cláusula que añadiste al contrato que firmamos, aparte de que dejara en paz a Cata, fue que me marcharía cuando me lo pidieras. Debería haber adivinado que nunca habría ningún niño. Nunca habrías dejado que lo apartara de ti. Así que no estoy dispuesto a esperar a que me eches.


Paula suspiró. Aquello iba a ser difícil. Le iba a llevar un tiempo perdonarla, confiar en ella de nuevo. Pero tenía toda una vida por delante.


—¿Adónde vas? ¿Vuelves a Italia?


—Quizá.


¿Quería aquello decir que nunca volvería?


—Supongo que tu familia te necesita —dijo ocultando su tristeza.


—Mi padre ya está mejor. Hemos estado hablando. Mis padres te mandan recuerdos, al igual que Bella.


—Estaba deseando conocerlos.


Él ignoró su comentario.


—Aunque vaya a visitar a mi familia, volveré. Me gusta vivir aquí, en Nueva Zelanda.


Paula sintió alivio, tratando de descifrar el significado de sus palabras. ¿Quería eso decir que seguiría en contacto con ella?


—Creo que estoy embarazada.


Se hizo un tenso silencio. Paula se quedó a la espera de que la abrazara. Sin embargo, él dejó caer los brazos a los lados.


—No estoy del todo segura, pero creo que sí —dijo y se quedó callada, mirándolo.


—¿Cómo es posible?


—Después del accidente, me quitaron el bazo y un ovario estaba seriamente dañado. El otro también, pero menos. Me operaron durante horas y consiguieron salvarlos, pero los médicos me dijeron que tendría pocas oportunidades de tener un bebé.


Pedro no dijo nada.


—No sé si será un niño o si alguna vez podré tener otro hijo. Con mi historial médico, es todo un milagro que esté embarazada.


—¿De veras crees que me importa si es niño o niña?


—Creí que querías tener un hijo para que perpetuara el apellido de los Alfonso. Pero no debería estar diciéndote nada. Debería hacerme primero una prueba y confirmarlo. Quizá deba estar en cama durante un tiempo —dijo encogiéndose de hombros—. Estoy hablando muy deprisa, estoy abrumada.


—No eres la única —dijo Pedro poniendo sus manos en los hombros de Paula—. Pero lo que quiero decir es que me da igual si es niño o niña. Sabiendo que estás embarazada...


—¿Qué quieres decir?


—No puedo irme así. No puedo ni siquiera considerar...


—¿El aborto? ¿Estás loco? Puede que ésta sea mi única oportunidad de ser madre.


—Iba a decir divorcio, pero ésa no es una opción ahora mismo sabiendo que hay un niño en camino.


—¿Quién ha hablado de divorcio?


—Lo hiciste tú. Dijiste que querías seguir adelante con tu vida. Por eso me iba a ir, para darte tiempo a que decidieras lo que querías. Pero ahora, no puedo dejar a mi hijo.


—No voy a entregarte a mi hijo —dijo ella levantando la barbilla.


Deseaba que la amase tanto como ella lo amaba a él.


—Lo sé, no soy ningún monstruo —repuso él acariciando la suave piel de la nuca de Paula.


—Pero el contrato dice que tengo que darte al niño. ¿Y lo de perpetuar el nombre Alfonso?


—No importa, no puedo quitarte al bebé.


Paula sintió esperanzas. ¿Quería eso decir que la amaba? ¿Por qué si no iba a quedarse en vez de irse?


—¿De veras? —susurró, temiendo estar equivocada.


—Ya no busco venganza. Lo único que quiero es tu amor y el bebé será el milagro que lo selle. No necesito un hijo para ser feliz. Pero sí te necesito a ti.


Pedro, siempre te querré. Pensé que nunca me perdonarías.


—Estaba tan obsecionado en vengarme que no me extraña que quisieras darme mi merecido —dijo atrayéndola hacia él—. Te quiero, princesa —añadió y tomándola en sus brazos, se dirigió escaleras arriba.



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