domingo, 19 de febrero de 2017

FUTURO: CAPITULO 20




Pedro dudaba mucho que existiera una palabra en el idioma inglés para describir el maremágnum de emociones, todas ellas caóticas, que sintió al ver marchar a Pau. Entró en la casa, cerró dando un portazo y le dio una patada a la silla de la cocina que se interponía en su camino… 


Ella no regresó. 


Simplemente le dejó con un nuevo fardo de recuerdos que le estaban volviendo loco.


Le amaba. Estaba seguro de ello. Pero no sabía cómo abrirle los ojos. Hablar con ella no iba a funcionar…


Cada vez que sonaba el teléfono, esperaba que fuera ella, pero siempre era otra persona. Su madre le había llamado otra media docena de veces. Su hermana le había llamado dos veces también, pero él no había contestado a sus llamadas. No quería verse involucrado en otro lío familiar. Ya tenía suficientes problemas. Las únicas personas con las que había hablado habían sido clientes y distribuidores. Y también había hablado con Maggie.


Pensaba que se lo iba tomar muy mal, pero Maggie tenía muchos años y era muy sabia.


—Ya la he retenido aquí durante mucho tiempo —le dijo cuando él le preguntó por Pau un día después de su marcha—. Tiene trabajo. Los niños deben de estar deseando verla. Y creo que ella también los necesita. Echa de menos a Hernan.


Pedro sabía que era así. Le pidió la dirección de Mariana y le envió el peluche que Pau había comprado para Hernan. 


También le mandó su dirección. A lo mejor Mariana le escribía, para darle las gracias. No era mucho, pero era lo único que podía hacer sin que ella se volviera en su contra.


 Después de enviar el paquete para Hernan se fue a casa. 


Agarró la tabla de surf y se fue a la playa. Hacía un día lluvioso y frío. Estaban en pleno marzo… No había nadie más en la orilla. Pero las olas no estaban del todo mal… 


Finalmente, agotado, regresó a la casa. Comió un par de porciones de pizza fría y se fue a su taller. La noche anterior había pasado las horas allí, lijando el aparador. Se suponía que el trabajo le calmaba, pero en esa ocasión no estaba surtiendo efecto.


Eran casi las once cuando sonó el timbre de la puerta. Fue tan repentino que la pata en la que estaba trabajando se le cayó de las manos. Fue a abrir. Estaba cubierto de serrín, pegajoso por el barniz… No se había afeitado. Pero daba igual. Solo una persona podía estar llamando a su puerta a esa hora de la noche. Al final ella había escuchado a su propio corazón…


Abrió la puerta bruscamente y se quedó perplejo.


—¡Mamá!


Parpadeó. Apretó los párpados y volvió a abrir los ojos. 


Malena Alfonso estaba allí en carne y hueso. El pelo canoso se le rizaba con la lluvia. A su lado había una maleta.


—¿Mamá? —repitió, cada vez más preocupado—. ¿Qué demonios… Qué estás haciendo aquí?


Ella esbozó una sonrisa espléndida y decidida.


—Me voy a divorciar, cariño. He dejado a tu padre.



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