sábado, 25 de febrero de 2017

APUESTA: CAPITULO 18




Una revelación, seis años atrás


—¿Quién es?


—¿A qué te refieres?


Paula meneó la cabeza y exhaló un suspiro de cansancio. 


Hacía semanas que la vocecilla del descontento resonaba ya en todo su cerebro, y no susurraba, sino que gritaba.


—Kieran, no juegues conmigo. Estás viendo a otra mujer, ¿no es verdad?


Kieran, sentado frente a ella en la mesa, la miró un momento, y volvió a bajar la vista al plato, cortando su bistec con aparente calma.


—No tengo idea de qué estás hablando.


—¿Crees que soy idiota?


Kieran se fingió irritado, secándose las comisuras de los labios con la servilleta.


—Lo que creo es que estás siendo ridícula, Paula.


Los ojos de la joven estaban llenándose de lágrimas por segundos, pero tragó saliva, esforzándose por contenerlas.


—Lo que estoy es dolida. Kieran, porque también estoy segura de que no es la primera, ¿me equivoco?


Kieran echó la servilleta sobre la mesa y suspiró.


—¿Qué quieres que diga, Paula?


—¡Quiero la verdad, maldita sea! Me lo debes.


Kieran pareció comprender al fin que de nada servía seguir negándolo, y se derrumbó, avergonzado.


—Yo… lo siento tanto, Paula… lo siento tanto…


La joven casi no podía respirar. Había estado completamente segura de que estaba viéndose con alguien, pero «las otras» habían sido un disparo al aire. Dios, ¿cómo podía haber estado tan ciega, haber sido tan ingenua…?


Con una calma que no sentía en absoluto, dobló su servilleta y se puso en pie.


—Me marcho. No aguanto un segundo más aquí —murmuró.


Kieran frunció el entrecejo.


—No digas eso, Paula. Podemos solucionar nuestros problemas, sé que podemos.


La joven se rió con amargura.


—No, Kieran, no podemos. Para eso hace falta sinceridad, y tú no la has tenido conmigo.


—Pero yo te amo, Paula, tú lo sabes. Podemos superar esto.


Ella volvió a reírse despechada.


—Eres un bastardo. Durante meses he estado creyendo que nuestro distanciamiento era culpa mía, pero me decía que era natural que me surgieran dudas a estas alturas de nuestra relación, y que tenía que esforzarme por superarlas. Y todo este tiempo has estado acostándote con otras mujeres. ¿Pues sabes qué? Dile a esa última furcia que te has buscado que puede quedarse contigo.


Kieran se incorporó tan rápido que dejó caer la silla.


—¡Paula, espera! ¿Adonde vas a ir?


La joven se detuvo un momento, con la mano en el picaporte de la puerta de entrada.


—Te lo haré saber cuando lo sepa.


—Oh, vamos, ahora eres tú quien está jugando conmigo. Los dos sabemos adonde vas, ¿no es verdad? —masculló Kieran yendo a su lado, con su rostro a escasos centímetros del de ella. Su tono estaba cargado de sarcasmo—. Vas a ir a refugiarte en los brazos de Pedro, de esa relación casi incestuosa de la que tienes tanta dependencia. Tal vez si te liaras con él de una vez por todas yo dejaría de sentir que es como una piedra en mi zapato.


—¡Esto es el colmo! —estalló ella furiosa—. ¡No tienes derecho, Kieran! No tienes derecho a culparme por mi amistad con Pedro de tus inseguridades, ni de que seas incapaz de no perder los pantalones con la primera que pasa —le dijo con una mirada gélida—. Pedro también es tu amigo, ¿o es que lo has olvidado? —le espetó dándose la vuelta.


Kieran contrajo el rostro y la agarró por el brazo para hacerla girarse hacia él.


—¿Ah, sí? ¿Por cuánto tiempo cuando le digas que te he estado engañando?


—Déjame ir, Kieran —le dijo ella mirándolo con desprecio, y casi con lástima—. No le diré por qué hemos roto.


—¿Y por qué no ibas a hacer eso después de lo que te he hecho?


—Porque Pedro te mataría si se lo dijera.






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