sábado, 25 de febrero de 2017
APUESTA: CAPITULO 16
Seis años atrás
Paula llevaba aproximadamente un año viviendo con Kieran cuando una vocecilla empezó a susurrarle palabras de inseguridad y descontento dentro de su cerebro. Al principio trataba de ignorarla a toda costa, de ignorar aquella extraña sensación en la boca del estómago que le decía que algo no iba bien.
Cuando conoció a Kieran, tenía solo diecisiete años, y estaba empezando a transformarse de un patito feo en… bueno, en un pato simplemente. Él era el chico más guapo que había visto en su vida, y no solo eso, también era listo, divertido, rico y popular. Pasada una semana, estaba loca por él.
Sin embargo, algo parecía haber cambiado en él después de la universidad. Allí era donde había sido más feliz: con montones de amigos, trofeos deportivos y medallas, y una ronda interminable de fiestas. Todo el mundo apreciaba a Kieran en el campus, todos querían tener su amistad. Tal vez por eso Paula se sintió tremendamente orgullosa cuando le pidió salir con él. Era casi un honor.
Pero las cosas cambiaron para Kieran en el mundo real: los negocios de su familia sufrieron altibajos, con lo que se esfumó su idea de poder vivir de las rentas, y tuvo que empezar a trabajar duramente para mantener la filial de la empresa familiar a cuyo frente lo habían colocado. La gloria de sus triunfos con el equipo de rugby de la universidad quedó reducida a jugar al golf los domingos con los miembros de la junta directiva de su empresa, y poco a poco fue transformándose en alguien a quien Paula ya no conocía.
Para entonces ella contaba ya veintitrés años, y llevaban juntos casi seis. Aquella vocecilla insolente de su cabeza le decía que si lo amaba debería estar ya dispuesta para el matrimonio y la docena de críos con la que tanto se habían picado Kieran, Pedro y ella. Pero, ¿estaba dispuesta?
—Chaves, ¿otra vez has estado bebiendo?
La joven alzó la vista hacia Pedro con fastidio.
—Haces que suene como si fuese alcohólica. Dios, hacía tanto que no te veía… —se quedó un momento pensativa—. ¿Cuándo fue la última vez que nos vimos?
Pedro se dejó caer a su lado en el sofá.
—En Navidad —respondió.
Paula resopló.
—¿Lo ves? Hace más de un año.
Pedro miró en derredor un momento, sin decir nada. Era el cumpleaños de la madre de Paula, y el salón estaba lleno de amigos y familiares.
—¿Cómo te van las cosas? —inquirió girándose hacia ella.
—Si de verdad quieres saberlo, ahora mismo mi vida apesta —masculló ella bebiendo otro sorbo de su copa.
Pedro se quedó mirando preocupado el rostro de perfil de su amiga. Nunca antes la había oído hablar de ese modo.
—¿Por qué? ¿Qué ha ocurrido? —inquirió.Paula apuró la bebida de un trago.
—Ojalá yo lo supiera.
—Si hay algo en lo que pueda ayudar…
Paula sonrió ante la calidez que impregnaba su voz.
—¿Todavía sigues empeñado en salvar el mundo, Alfonso?
—No, ya hace tiempo que me di cuenta de que me venía algo grande.
—Mmm… —murmuró ella girándose hacia él—. Entonces, ¿en vez de eso vas a tratar de rescatarme? —le espetó con ironía.
Pedro se quedó callado un instante. Paula había sido siempre tan alegre, tan positiva… ¿Qué le había ocurrido?
—¿Necesitas ser rescatada? —inquirió. La joven dejó escapar una risa amarga.
—¿De qué?, ¿de mi perfecta vida?
Pedro la observó muy serio, y extendió la mano para remeter un mechón de cabello rojizo detrás de la oreja de Paula. La joven siguió sus dedos con la mirada mientras descendían por la curva del pómulo y llegaban a la barbilla, deteniéndose allí.
—Lo estás pasando muy mal, ¿eh? —murmuró Pedro—. ¿Por qué no me dices de qué se trata?
La joven se quedó mirándolo fijamente un instante, para bajar después el rostro, al tiempo que una lágrima rodaba por su mejilla.
—No lo sé, Pedro, de verdad que no lo sé —balbució meneando la cabeza desesperada.
Por primera vez en su vida tenía un problema del que no podía hablar con Pedro. En ese momento, en medio de tanta gente, se sentía incapaz de afrontar las emociones que había tratado de ahogar con el alcohol y él estaba haciendo aflorar. Se levantó del sofá y salió corriendo escaleras arriba, a llorar en su habitación. No volvería a ver a Pedro ni a hablar con él hasta después de su partida a América.
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