sábado, 23 de julio de 2016

LA MIRADA DEL DESEO: CAPITULO 15







— ¿Dónde está Jake? —preguntó Paula sin apartar la vista del teclado, en cuanto sintió ía presencia de Pedro en la habitación.


Aunque no podía permitirse el lujo de deleitarse con el calor que producía su llegada, se tomó un momento para preguntarse cómo demonios iba dejar marchar a aquel hombre. Se conocían de solo tres días, se habían hecho amantes cuarenta y ocho horas atrás, pero Paula ya se preguntaba cómo iba a vivir sin Pedro


Estaba enamorada de él. No sabía cómo ni cuándo había sucedido, pero sospechaba que el sentimiento empezó a surgir en el primer momento en que lo vio al otro lado de la calle. Cuando oyó su voz por primera vez, cuando sintió su tacto y experimentó la novedosa sexualidad que le ofrecía, ya estaba enamorada.



Y la noche anterior él había querido escuchar sus secretos, sus objetivos y fantasías, e incluso estaba dispuesto a apartarse para no interferir en sus decisiones. Aquello le hizo admirarlo aún más.


Cerró los ojos y mantuvo los párpados fuertemente apretados para sofocar las lágrimas. ¿Por qué se había torcido todo tan pronto? Primero le había dicho a Pedro que no podía seguir con aquella relación después del caso.Y lo siguiente era reconocer que estaba enamorada de un hombre al que no podía tener. ¿Era aquello una ironía o una venganza del Destino?


Tomó un largo sorbo de café, mientras Pedro miraba el monitor por encima de su hombro.


—Jake está abajo, examinando tu colección de películas. No quiere saber qué clase de aparatos tienes aquí, que te permitan decirnos con total seguridad que el garaje de Stan no está preparado para explotar en cuanto pulsemos el botón de apertura.


—Lo que no sepa no lo afectará, ¿en?


—Ni a él ni a ti... ¿Qué tienes?


Paula amplió la ventana del monitor que mostraba las listas de pasajeros para los vuelos sin escala a Nueva Orleans. Pedro había encontrado en su buzón el mando a distancia del garaje, metido en un sobre con la dirección de una agencia turística de Nueva Orleans en el remitente. 


Estaba claro que Stan quería que lo encontraran, o, al menos, mandarles una pista falsa. Pero había dejado un rastro muy fácil de seguir, reservando el billete de avión con su propio nombre.


—¿Estás seguro de que quieres verlo? —le preguntó Paula.


—No, pero no tenemos elección. Es como si nos hubiera invitado a ir tras él —frunció el ceño cuando Paula le señaló el nombre de Stan en la pantalla—. Ni siquiera intenta ponérnoslo difícil.


—Tal vez no haya tenido tiempo de adquirir una identidad falsa, aunque eso es algo muy sencillo para un hombre con su historial. Puede que se ocupe de ello en Luisiana, y que aquí se acabe el rastro.


—¿Has comprobado sus cuentas bancarias?


Paula se mordió el labio, sorprendida por la facilidad con la que Pedro se había introducido en su mundo. O quizá solo estuviera comparando aquella investigación con una oficial, en la que él hubiera podido acceder a la misma información que ella, solo que con respaldo legal.


—Llevamos comprobando sus cuentas desde hace semanas —dijo ella levantando la vista—. Bueno, no lo hice yo misma, sigo alguien de la oficina. De cualquier modo, Stan no ha retirado una gran cantidad ni ha hecho ninguna transferencia considerable. Algunos cientos de dólares de vez en cuando... Pero sí retiro cincuenta mil dólares al principio. 
Supusimos que fue para comprar la casa, el coche y la casa en Long Island para su madre, pero no pudimos asegurarlo.


Pedro asintió. Entendía por qué Stan no se había limitado a tomar el dinero y desaparecer. Aquel hombre trabajaba lenta y meticulosamente, ofreciendo una imagen de legalidad a cualquiera que espiara su modo de vida.


Pero ¿por qué? Había un millón de respuestas posibles, pero todas eran meras conjeturas. Había que encontrar a Stan y sacarle la verdad.


—De modo que se ha ido a Nueva Orleans — dijo Pedro—. Una gran ciudad con mucho turismo. Un sitio muy fácil para confundirse con la población. ¿Ha hecho una reserva en algún hotel?


Paula negó con la cabeza y borró la lista de pasajeros del monitor. Stan había tomado el primer vuelo de la mañana. A esas horas ya estaría en Nueva Orleans, si no había tomado otro vuelo desde allí, aunque su nombre no aparecía en ninguna otra lista. Claro que con su dinero podía contratar un avión privado e ir adonde quisiera sin dejar rastro.


—Puedo consultar los hoteles principales, pero hay muchos sitios en los que podría estar. ¿No te ha dejado ninguna pista en el garaje?


Después de que Paula hubiera rastreado el garaje con las cámaras, en busca de alguna trampa o explosivo, Pedro le había pedido que las desconectara.


Ella había aceptado sin discutir. Las cámaras eran efectivas, pero no eran el método más seguro. Trabajando con Pedro, tenía que pensar en las implicaciones legales de su investigación.


Miró la cinta de vídeo que había expulsado sin examinar. La cinta contenía la grabación de una cámara que Ted había instalado la noche anterior, mientras Stan y Pedro estaban en la barbacoa. Era una cámara relativamente legal, aunque Paula no había tenido la oportunidad de pedirle permiso a Pedro para instalarla en su casa. Con el objetivo
enfocado hacia el dormitorio de Stan, y sin captar ningún sonido, todo lo que filmara podría ser usado como prueba en un juicio.


Pero ¿y si Stan desaparecía antes de poder usarla?


Había sido la última oportunidad de Paula para demostrar que Stanley era un estafador. Algo en ella o en Pedro lo había puesto sobre aviso y lo había hecho escapar. Los hombres inocentes no huían... ni dejaban un rastro a seguir.


 —Oh, Stan nos ha dejado algo muy interesante en su garaje —le respondió Pedro—.Ven a verlo por ti misma.


Paula lo siguió escaleras abajo... y se quedó boquiabierta al ver la colección de fotografías en blanco y negro que había en la mesa del comedor. Fotos que la mostraban espiando desde su ventana con prismáticos, una foto de Pedro hurgando en la basura de Stan, otra de los ayudantes de Jillian,Tim y Jase, siguiéndolo por la calle... Incluso había una foto de Jake hablando por su teléfono móvil junto al Blue Star Diner.


Pedro rebuscó en el montón y sacó una tomada, sin duda, el día anterior por la mañana. En ella aparecían Paula y Elisa saliendo del coche, junto a las oficinas de Chaves Group.


—Ahora sabemos por qué Stan reaccionó de aquella manera al oír tu apellido por primera vez. Sabía que estaba siendo observado por agentes de tu empresa, pero no por una de las propietarias.


— ¿Cómo ha conseguido estas fotos? Ni siquiera lo he visto con una cámara —preguntó, y un escalofrío le recorrió la columna. No le había importado que Pedro la observara la noche anterior, pero descubrir que Stan había acechado sus pasos, dentro y fuera de casa...


Dejó escapar una retahila de insultos y maldiciones que hicieron reír a Pedro y a Jake. Pedro le dio unos momentos para que se calmara, y entonces le acarició los hombros.


—No es justo, ¿verdad?


Ella le dirigió la mirada más malvada que pudo, haciéndolo retroceder unos centímetros. No era estúpida, demonios. No necesitaba que nadie le recordase lo irónico de la situación.


Jake carraspeó para aliviar la tensión del ambiente.


—Pensamos que tiene un cómplice —dijo.


—¿Donna? —preguntó Paula.


—No lo creo —respondió Pedro—. Pero no podemos descartarla. Tengo la tarjeta que me dio esta mañana. Jake va a reunirse con ella dentro de un rato, a ver si puede sonsacarle alguna información. Pero lo que importa es que Stan sabía que lo estábamos observando.Tú y yo.


—Entonces, ¿por qué ha huido? —Paula no era ninguna experta en el comportamiento de los criminales, pero esperaba que Pedro sí lo fuera—. ¿Por qué no se limitó a esperar a que nos cansáramos de vigilarlo y abandonáramos?


—Quizá no supiera que yo soy policía y tú una investigadora privada dispuesta a seguir espiándolo toda su vida. O tal vez no quisiera correr el riesgo de que lo atraparan y demandaran por fraude. Sea como sea, quería que lo siguiéramos.


Si no, no nos habría hecho saber adonde se iba.


Jake sacó un sobre doblado del bolsillo.


—Nos ha dejado el mando a distancia del garaje, y hay un número de teléfono apuntado en el reverso. He llamado, pero es un teléfono público de una tienda del centro. Lo comprobaré después de ir a la biblioteca, aunque creo que es un callejón sin salida.Tal vez solo sea el número que utilizaba para contactar con su cómplice. Pero lo guardaremos por si acaso,junto con la dirección.


Paula miró el número y sintió el impulso de buscarlo en la base de datos del ordenador. Pero había prometido comportarse, y tras ver la fotografía que la mostraba a ella
discutiendo con un mecánico el precio de un silenciador, había jurado mantener la promesa el mayor tiempo posible.


—¿Qué vamos a hacer? —preguntó.


Pedro le tomó la mano y le dio un beso en los nudillos.


—¿Crees que puedes usar tu ordenador para reservarnos dos plazas en el próximo vuelo a Nueva Orleans? 


Paula le dio una bofetada amistosa.


—Puede que nunca lo encontremos.


—Vamos Paula. Él quiere que lo encontremos. Además, todavía no me has visto en acción. Déjame espacio y podrás apreciar la astucia y el ingenio de uno de los mejores...


«¿De los mejores qué?», quiso preguntar ella, pero se limitó a suspirar, y subió a hacer la reserva. Pedro sabía algo que aún no había revelado, y Paula decidió respetárselo. Pedro la había incluido en su investigación,
como si hubieran sido compañeros desde el principio.Y a ella le gustaba demasiado esa sensación como para echarla a perder.


Era mejor dejar que la sorprendiera.Tal vez pudiera aprender algo de él que pudiera usar; algo que aliviara la pena que sentiría al cambiar la apasionada relación con Pedro por el retorno a su vida privada, solitaria y aburrida.


Se detuvieron en el aeropuerto de Nueva Orleans el tiempo suficiente para que Paula probara suerte con el número que Stan había dejado en el sobre, anteponiendo el código de la ciudad. Una mujer muy agradable de Caribbean Travel les facilitó la dirección de su local en Poydras Street. Stan se había preocupado de asumir una identidad falsa, pues nadie de la oficina reconoció su nombre. En cambio, sí reconocieron la foto que Pedro les mostró, y cuando les enseñó la placa de policía, se mostraron dispuestos a cooperar en todo lo que pudieran. Por lo visto, Stan había reservado un pasaje en el crucero que zarparía a las nueve de la noche y que llegaría a Cozumel, México, dos días después.


—Deberíamos reservar dos pasajes —sugirió Paula.


—Me temo que el señor en cuestión se quedó con el último camarote —respondió la agente de viajes—. Pagó demasiado dinero por él, y ni siquiera es de los mejores.


Después de que les apuntara el número del camarote, le dieron las gracias y salieron.


Paula no estaba dispuesta a abandonar. Quería acabar el juego que Stan había comenzado, y atrapar cuanto antes a esa rata escurridiza.


—Podríanlos acercarnos al muelle. Tal vez si muestras tu placa nos permitan subir a bordo.


—Eso sería hacer un uso indebido de mi autoridad, ¿no?—Pedro sonrió y llamó a un taxi—.Una cosa es tratar con una simpática e ingenua agente de viajes, y otra con un oficial de navegación. Si se da cuenta de que un policía de Florida no tiene nada que hacer en Nueva Orleans, puede llamar a la policía local, o peor, a la Guardia Costera. 


—Oh, es verdad, lo siento.Todo el asunto de las competencias legales es nuevo para mí.


Pedro se echó a reír y le abrió la puerta del taxi.


—Ya te acostumbrarás. AI aeropuerto, por favor —le dijo al taxista—. Lástima que no podamos quedarnos más tiempo por aquí. Conozco un bar en Bourbon Street donde preparan unos daiquiris de ensueño.


Paula miró por la ventanilla, sin ocultar la aflicción. Nunca había estado en Nueva Orleans, pero había leído muchas novelas policíacas que se desarrollaban en la ciudad. 


Hubiera sido muy emocionante explorarla con Pedro, descubriendo los rincones secretos y tal vez una atracción más profunda hacia Pedro.


—¿Y si Stan no se marcha en el barco? ¿Y si solo está ganando tiempo para preparar otra huida?


Pedro la estrechó contra él y ella no pudo protestar. Dios, cuánto le gustaba estar en sus brazos... Le había encantado que le apretase la mano durante el despegue, y que la acomodara con una almohada a pesar de que el vuelo solo duraba un par de horas. Le encantaba todo de Pedro; todo, menos su trabajo. Un trabajo que a él le gustaba tanto como a ella el suyo. Un trabajo en el que era muy bueno. Un trabajo que los mantendría separados, él trabajando de incógnito y ella escalando posiciones en la jerarquía de Chaves Group.


—Si Stan no aparece, pasaremos un par de días en una playa de México para relajarnos un poco—le aseguró él—. Pero tengo el presentimiento de que Stan no va a desaparecer sin dejar una pista. Es un jugador. Esto es su juego, y no le gusta perder.


Paula lo comprendía muy bien, ya que aquella había sido su mentalidad desde niña. Pero ella había trabajado duro para conseguir sus objetivos, sin querer competir con nadie. Ni siquiera se había hecho policía, una idea con la que había soñado, porque eso hubiera implicado la rivalidad con Patricio. Y sin embargo, había acabado luchando con él por el liderazgo de Chaves Group.


Cielos, si tenía que enfrentarse otra vez a la ironía iba a darle un ataque. Se acurrucó en los brazos de Pedro y echó una breve siesta, soñando con el biquini tan sexy que se compraría en Cozumel.


Habían planeado volar hasta Miami, hacer escala en Cancún y llegar finalmente a Cozumel, la pequeña isla donde esperaban encontrar a Stanley Davison. Pero,antes que nada, Pedro llamó a su teniente y le pidió unas vacaciones. Méndez se las concedió, sin hacerle preguntas. 


Era un veterano detective que sabía cuándo confiar en sus hombres.


Por su parte, Pedro esperaba que aquella excursión al Caribe no acabara en una búsqueda infructuosa. No quería perder el tiempo buscando a Stanley, cuando podía aprovecharse del paradisíaco entorno para seducir a Paula y convencerla para no acabar con la relación. Aún no se le había ocurrido una solución para el problema que se presentaba con la política de Chaves Group, que prohibía la relación de sus empleados con cualquier representante de la ley. La única esperanza estaba en que fuera Paula quien dirigiese la empresa, y de ese modo pudiera ser ella quien dictara las reglas.


Pero tampoco había resuelto el problema de su propio trabajo. Una profesión que lo mantendría oculto durante semanas, incluso meses, sin más contacto con el mundo exterior que Jake. Trabajando de incógnito, el verdadero Pedro Alfonso apenas podría disfrutar de la vida.


Antes de Paula, había aceptado sin la menor duda el alto precio que implicaba su profesión. Pero en esos momentos... un trabajo rutinario y tranquilo no parecía algo tan aburrido, siempre y cuando Paula lo esperase en casa todas las noches.


Sin hacer caso de las objeciones de Jake, había incluido a Paula en la búsqueda de Stanley. Si tenían éxito, a ella le serviría para alzarse con el puesto de directora, y él pondría un broche de oro a su carrera de incógnito.


Pero si ella no se hacía con el control de la empresa y él no conseguía un arresto, tal vez el descubrimiento del fraude animara a Paula a dejar Chaves Group y montar su propio negocio. Podría hacer sus propias reglas y relacionarse con quien le diera la gana... Pero Pedro aún no quería formular esa sugerencia. No podía ignorar el tiempo y el esfuerzo que Paula le había dedicado a la empresa en pos de un objetivo claro: dirigirla algún día.


De momento, no le quedaba más remedio que respetar sus decisiones, igual que debía reconocer las iimitaciones de su propio trabajo. Con Stan fuera del estado, y sin una investigación oficial para solicitar la extradición o la cooperación de las autoridades locales, Pedro solo dependía de él mismo. Pero Stan se había tomado tantas molestias en atraerlo hacia México, que no era disparado esperar una recompensa, aunque solo fuese la confirmación de sus sospechas.


Una vez en Cozumel, alquilaron una habitación en un gran hotel, y mientras Paula tomaba una ducha para descansar de las treinta seis horas de vuelos y esperas, Pedro se acercó al bar y comprobó el horario previsto del crucero. El Starlight Princess arribaría a puerto a la mañana siguiente, por lo que Paula y él tendían la noche para ellos solos... tal vez la última noche.Y aunque la noche anterior habían hecho el amor en un hotel de Miami, Pedro empezaba a sentir que un abismo se abría entre ellos. Suponía que Paula se estaba preparando, y él también, para la inevitable ruptura.


Llamó al camarero, haciendo un esfuerzo por alejar esos pensamientos.


—¿Sí, señor? ¿Qué desea?


Pedro estuvo a punto de pedir una botella de vodka, pero entonces pensó que necesitaba algo realmente especial. 


Algo que Paula no pudiera rechazar ni olvidar.Aún tenía un as en la manga..., pero decidió probar primero eon el modo tradicional.


—Una botella de champán y dos copas, por favor.


—Si lo desea, podemos subírselo a su habitación—sugirió el camarero.


Pedro miró la puesta de sol sobre la playa. Un escenario mucho más romántico que una habitación con estampados tropicales en la cabecera de la cama.


—No, gracias. Pero mientras pone a enfriar el champán, ¿podría indicarme dónde está la tienda de regalos?


Lo primero en llegar fueron las flores. Un hermoso ramo de azucenas y aves del paraíso naranjas y azules. Un minuto más tarde, una mujer de la tienda de regalos llevó un vestido de sarong caribeño de los mismos colores que las flores. La mujer insistió en que Paula se lo probara enseguida, para que pudiera enseñarle cómo se ataban los lazos.Tras convencerla de que los tonos rojos, pardos y naranjas no desentonaban con los cabellos y con la piel, y que el azul combinaba muy bien con sus ojos, la mujer le entregó un sobre que contenía una invitación de Pedro escrita a mano.


¿Alguna vez te he contado mi fantasía de estar atrapado en una isla desierta? En la que aparece una bella muchacha nativa, luciendo un vestido del color del crepúsculo...


La nota no decía más, pero Paula podía completarla si bajaba las escaleras y se reunía con Pedro. Cerró los ojos e intentó con todas sus fuerzas encontrar un motivo para rechazar la propuesta. Había llegado demasiado lejos; si no dejaba de jugar con fuego, no podría alejarse sin sufrir graves quemaduras.


—Demasiado tarde, Chaves—se dijo a sí misma, sacando una azucena del ramo y poniéndosela tras la oreja—. Hay que pasar al tercer grado.






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