sábado, 23 de julio de 2016

LA MIRADA DEL DESEO: CAPITULO 14




Durante sus diez años de trabajos secretos, Pedro había vivido en casi todos los barrios de Tampa. Por eso sabía que cerca del Oíd Hyde Park Village había una tienda de comestibles que abría a las cuatro de la mañana. 


Normalmente no atendían a los clientes hasta las seis y media, pero una de las investigaciones más peligrosas de Pedro había ayudado a la dueña de un estafador, por lo que seguramente haría una excepción. Y así fue. Antes de subir las escaleras para sorprender a Paula, llevando una bolsa de caviar ruso de Lavinia's Deli Bakery, Pedro se pasó por la cocina y agarró una botella de vodka, más fría que el viento polar, y dos copas.


El caviar solía ser su manjar favorito... antes de conocer a Paula. Pero aunque había saboreado algunos de sus secretos, había mucho más que descubrir en aquella mujer.


Sin embargo, aunque Pedro quería saberlo todo, no tenía derecho a preguntarle nada. No, cuando tenía la intención de olvidarla en cuanto aceptara el siguiente caso.


Al entrar en el dormitorio,la vio acurrucada en la cama, con la roja melena despeinada, los labios hinchados y enrojecidos por los besos, y la piel aún acalorada por el último encuentro sexual. Seguía con la corbata atada a su muñeca, extendida sobre la almohada como una serpiente. 


A pesar de los ruegos, Pedro se había negado a cambiar la corbata por las esposas. No estaba dispuesto a tocar sus delicadas muñecas con los mismos grilletes con los que apresaba a los criminales y malhechores.


Se había pasado diez años haciéndose amigo de esos criminales, ganándose su confianza para que fe revelaran sus secretos... para luego traicionarlos y llevarlos ante la justicia.


En toda su carrera nunca se había arrepentido por sus decisiones ni había dejado de mejorar desde que salió de la Academia. Los antecedentes militares de su familia lo convirtieron en una persona capaz de adaptarse, y llena de recursos. No tenía más amigos verdaderos de los que hizo en la Academia, por lo que siempre podía dejar de ser Pedro Alfonso y asumir una nueva identidad, sin que nadie lo reconociera o sospechara de él. Incluso la tensa relación con su padre, basada en dos breves visitas por Navidad y Pascua, reforzaba su posición como el hombre más efectivo y digno de confianza del departamento.


Siempre se había enorgullecido por la habilidad para transformarse en otra persona... Hasta el momento actual. 


Hasta que conoció a Paula. Ella era la primera mujer que había vislumbrado un atisbo del verdadero Pedro Alfonso.Y no solo le había gustado, sino que quería conocer más de él. 


Como él de ella.


Paula dio un bostezo y se cubrió la boca con la mano.


—Veo que no estabas de broma. ¿En serio te apetece beber vodka a las cuatro y media de la mañana?


Pedro desenroscó el tapón de la botella y llenó las copas que Jake le había regalado para celebrar el éxito de una redada. Era una de las pocas pertenencias que había trasladado a aquella casa, pensando que tal vez quisiera instalarse allí y reencontrarse a sí mismo.


Paula lo había ayudado en eso, pero ¿hasta dónde? Pedro Alfonso no era más que una sombra del pasado. Solo un chico que quería crecer para convertirse en policía, nada más.


—La verdad es que en este momento me apetecen muchas cosas, pero voy a darte un respiro. Si no te gusta el vodka, abajo tengo zumo de tomate.


Paula se sentó y esbozó una sonrisa.


—Nunca lo he probado, así que no puedo decir si me gusta o no.


—Bien, pues no lo digas hasta que hayas probado este.


Sacó una lata de caviar de la bolsa, un paquete de queso cremoso y pan crujiente.


—¿Has probado alguna vez el caviar?


Paula aceptó el vodka que le ofrecía, pero miró el caviar con escepticismo.


—No es precisamente una especialidad irlandesa, pero mi tío Noah lo sirvió un año en Navidad. No recuerdo si me gustó.


—Prueba un poco —untó un trozo de pan con el dedo y se lo acercó a los labios—. No me ofenderé si lo escupes. 


Ella le dio un gran mordisco al pan. Los ojos se le abrieron como platos ante la explosión de sabor marino que le sacudió el paladar, rápidamente suavizada por el queso. 


Cerró los ojos mientras masticaba y relajó la expresión.


—Ahora mézclalo con el vodka —le ordenó él.


Ella obedeció, y soltó un gemido de placer al saborear el alcohol helado- Pedro se llevó a la boca el resto del pan y se lo tragó.


—Vale cada centavo que cuesta, ¿verdad? Con mi sueldo de policía no puedo permitirme muchos lujos como este. 


Paula asintió, y se sirvió otro trozo de pan untado con queso y caviar. La experiencia de comer caviar puro con los dedos era de lo más sensual.


—Si lo probaras todos los días, no te resultaría tan especial —le dijo a Pedro.


Él se acabó el vodka y volvió a llenarse la copa.


El tono y la mirada de Paula le recordaron que su relación era, supuestamente, tan limitada como sus caprichos gastronómicos. Ese había sido el acuerdo al que habían llegado, mucho antes de que descubriesen la verdad sobre sus respectivas profesiones.


Pero Pedro se preguntaba si sería capaz de dejarla marchar.Paula era el único lazo que lo mantenía unido al hombre que era. Había sido ella quien había sacado a la superficie su verdadera personalidad, y, aunque él deseaba conocerse a. fondo, deseaba mucho más conocer a la mujer responsable de su liberación.


—Cuéntame por qué te convertiste en investigadora privada —se lamió los dedos, antes de quitarse la camiseta y acostarse junto a Paula.


—Mi tío me llevó a ver su oficina después de notar cuánto me gustaban las novelas policíacas. Y mi padre, que era crítico de cine, se quejaba de que yo siempre adivinaba el final de las películas a los quince o veinte minutos del comienzo. Se ponía tan furioso que creo que me mandó a trabajar con mi tío para poder disfrutar de las películas en paz. 


—Pero me dijiste que solías ver las películas con él.


Paula se encogió de hombros.


—Al crecer aprendí a tener la boca cerrada y a apreciar otros aspectos del cine además del argumento.


—¿Cómo es que no te hiciste policía?


Ella dudó unos momentos antes de responder.


—Patricio es policía. Lo era, más bien. Se ha retirado y ahora se está entrometiendo en mi trabajo.


—¿Patricio?


—Mi hermano mayor. Dirigía la brigada de homicidios en Atlanta hasta hace seis meses. Nunca se ha interesado por Chaves Group, pero aun así mi tío Noah quiere hacerlo detective jefe en la empresa.


—El puesto que tú deseas.


«Desear» no era la palabra exacta para describir lo que Paula llevaba años sintiendo. Ansiaba, codiciaba ese puesto con todas sus fuerzas. Gracias a Pedro, podía reconocer con más facilidad sus emociones.


—No hablemos de trabajo —dijo, y tomó otro sorbo de vodka.


—Lo siento —dijo Pedro—. Pero tenemos que hablar de trabajo, del tuyo y del mío, antes de que podamos decidir lo que vamos a hacer con lo nuestro.


—¿Lo nuestro? —a Paula se le hizo un nudo en la garganta.


—¿Sigues de acuerdo con que esto termine? Nunca pusimos una fecha, pero todo indica que acabará en cuanto uno de nosotros atrape a Stanley.Y si es así...


—No eres el típico policía de incógnito, ¿verdad?


—¿Qué?


Ella se desplazó a un lado para servirse más vodka,pero no volvió a su sitio. Necesitaba poner cierta distancia entre ambos. No tenía la menor idea de por qué Pedro quería alargar las cosas, cuando ella ni siquiera se había permitido considerar esa posibilidad.


—No haces una ronda habitual de ocho horas —le respondió—. Si así fuera, no me habría resultado tan difícil descubrir que eres policía. Estás casi siempre en casa y, a menos que me equivoque, mantienes pocos lazos con el mundo exterior. 


Pedro frunció el ceño. Paula no había visto antes esa expresión, y estaba segura de no querer volver a verla. Todo su rostro pareció ensombrecerse, desde los ojos hasta las mejillas. 


—Acabas de describir lo que ha sido mi vida en la última década.


—¿Y estás listo para cambiarla? —él la miró con recelo, como si estuviera pensando en una respuesta inesperada, pero entonces Paula dijo lo primero que se le pasó por la cabeza—: Porque yo no quiero cambiar lo que deseo. Y no puedo estar con un policía y a la vez seguir con mi trabajo —hizo un esfuerzo para seguir, por encima del arrepentimiento y de la sospecha de estar cometiendo un error—. No importa cuánto desee lo contrario.


Fueron el instinto de supervivencia y su testarudez los que pusieron las palabras en su boca, y no pudo tragárselas ni siquiera cuando vio el dolor reflejado en el rostro de Pedro.


—Supongo que eso responde a tu pregunta, ¿verdad? —le espetó él—. Pero solo has hecho una suposición correcta. No deseo más que tú abandonar mi trabajo. Apreció tu sinceridad, al menos desde ahora en adelante.


—Nunca te he mentido, Pedro. Solo que no siempre te he contado toda la verdad. Igual que tú.


—Sí, bueno, eso ya forma parte del pasado, ¿no? ¿Qué será lo siguiente?


Paula le quito la copa vacía y la dejó en la mesa. El escalofrío que le recorrió la espalda tenía poco que ver con la temperatura de la habitación o el vodka.No soportaba la idea de renunciar al sueño por el que había luchado toda su vida.


Sí, Noah había dicho que quería a Patricio como detective jefe, pero ella aún no había tenido la oportunidad de resolver aquel caso y demostrar de lo que era capaz.


Intentó acercarse a Pedro y traspasar el muro invisible que de repente se había levantado entre ellos, pero él no la recibió como habría hecho en otras circunstancias... antes de que ella acabase con cualquier posibilidad de una relación. Pero en el mundo real Paula no podía enamorarse de un hombre al que apenas conocía, y además en secreto.


A pesar de todo, por el momento podían vivir la fantasía.


—Volvamos a la cama. Como dijiste antes, entre nosotros siempre ha habido sinceridad.


Él no parecía tan seguro, y ella no podía culparlo. Su propia seguridad se desvanecía a cada segundo que Pedro alargaba la respuesta.


¿Cómo podía abandonarlo todo por un hombre al que solo podría ver entre caso y caso?


Además, tenía que atajar las absurdas reglas de Noah. 


Cualquier relación con un policía pondría en peligro sus opciones de tomar el control de la empresa tras la retirada de su tío. Tal vez incluso la posibilidad de dirigir el trabajo administrativo.


¡Se sentía tan confusa!


No sabía lo que realmente quería... de Pedro, de la vida... de ella misma.


—Parece que en la cama somos más sinceros de lo que creo que queremos admitir —dijo Pedro.Apagó la lámpara y abrazó a Paula.


A ella se le hizo un nudo de pena en la garganta y el estómago se le revolvió. Por unos segundos pensó que tendría que ir al cuarto de baño, pero las náuseas desaparecieron ante el suave murmullo de Pedro.


—Durmamos un poco —le susurró él—. Mañana buscaremos juntos una solución. Para lo nuestro y también para el caso.


—Sí, será lo mejor —dijo ella, odiándose a sí misma por aceptar, cuando lo único que quería era sentir a Pedro en su interior. Pero se limitó a cerrar los ojos, abrazarse a su pecho y aspirar su olor, concentrándose en los latidos de su corazón y en grabar aquel momento en el alma.


Él la besó con ternura en la cabeza y la abrazó con más fuerza.


—No es lo mejor, pero hay que hacerlo.


Pedro se despertó dos horas más tarde, agradecido y molesto a la vez de que Paula hubiera aceptado permanecer en su cama hasta el amanecer.


Una parte de él necesitaba tiempo y espacio para pensar con claridad, pero otra parte necesitaba pasar con ella todo el tiempo que les quedaba.


Mientras Paula se duchaba, sola, Pedro bajó las escaleras y le dio de comer al gato.


Estaba en el porche trasero cuando vio a Donna salir de casa de Stan y saludarlo con la mano.


—Siento que anoche no fuéramos con vosotros —dijo Pedro.



—No lo sientes —respondió Donna con una sonrisa—.Y yo tampoco... Pero el grupo estuvo impresionante. La próxima vez iremos los cuatro. Queda con Stan cuando vuelva.


Sacó las llaves del bolsillo y abrió la puerta del conductor del coche de Stan, que estaba aparcado en el camino de entrada. Era extraño... Stan nunca dejaba fuera su preciado Mercedes.


Pedro miró la hora.


Le resultaba difícil creer que Stan llevara dos días levantándose antes que él, sobre todo si se había acostado tarde. A menos... que no hubiera vuelto a casa. De repente Pedro recordó que la noche anterior había oído las pisadas de una sola persona saliendo del coche. Y no había oído abrirse la puerta del garaje.


Si no hubiera estado tan felizmente ocupado con Paula, habría pensado que algo no iba bien.


—¿Stan se ha ido?


—Sí —la expresión de tristeza de Donna se tornó en perplejidad—. Espera... ¿No lo sabías? Él me dijo que te lo había dicho... y que tú habías aceptado cuidarle la casa si yo me quedaba con el coche. Por eso no pudo dejarme abierta la puerta del garaje. Dijo que te había dejado el abridor, para que pudieras recoger las llaves de la casa, que tiene en la caja de herramientas.


Pedro se le tensaron los músculos del pecho.


—Sí... Pensaba que se iría mañana, no anoche.


—Yo también —dijo ella asintiendo—. Pero dijo que había surgido un imprevisto y que tenía que marcharse cuanto antes. Bueno, supongo que nos veremos pronto.


Arrancó el motor y empezó a dar marcha atrás. Pero entonces Pedro superó el impacto que le había producido la repentina desaparición de Stan, y corrió por el jardín para detener a Donna.


De momento, ella era la única relación con Stan y sus imprevistas vacaciones. Stan no le había contado nada de un viaje, ni le había pedido que le vigilara la casa.


—Lo siento —le dijo a Donna cuando ella bajó la ventanilla—. He olvidado decirte que Paula quiere invitarte algún día a comer. Iba a proponértelo anoche, pero...


Donna sonrió y sacó una tarjeta del bolso. Bingo.


—Dile que me llame al trabajo. Que me deje un mensaje en el contestador si no me encuentra.


Pedro tomó la tarjeta y esperó a que el Mercedes desapareciera por la calle. Entonces corrió escaleras arriba y agarró el móvil de la mesita de noche.Antes de que Paula saliera de la ducha, envuelta en toallas, ya estaba hablando con Jake. —Stan ha desaparecido. Se largó anoche después de ir a un concierto con Donna —informó a Jake con los ojos puestos en Paula.


Ella soltó una maldición y se desprendió de las toallas, dispuesta a vestirse. Pedro tuvo que darse la vuelta. Verla desnuda era demasiado para su libido, incluso con una crisis entre manos.


—¿Qué quieres decir con que ha desaparecido? —Pedro oyó cómo Jake insultaba a otro conductor mientras maniobraba su coche hacia el arcén.


—Quiero decir que se ha ido. No sé nada y no he tenido oportunidad de investigar. Solo he hablado con su novia. Me ha dicho que Stan me dejó el mando a distancia de la puerta del garaje, para que recogiera la llave que tiene en la caja de herramientas. Stan le hizo creer que lo habíamos acordado todo.


—Maldita sea. ¿Qué lo habrá asustado tanto? —preguntó Jake.


Pedro miró a Paula, quien se había puesto el top y los shorts y estaba atándose las sandalias.


No sabía cuál de los dos era responsable de la huida de Stan, pero no tenía sentido echar la culpa a nadie. Lo primero era averiguar si Stan había dejado alguna pista, y lo siguiente seguirle el rastro.


—Ni idea —le respondió a Jake. Dudaba de que Stan hubiera descubierto el equipo de Paula. A él mismo le había resultado imposible localizar las cámaras—.Anoche cenamos juntos. Se comportaba conmigo como un amigo de toda la vida.


—Estoy en el centro —dijo Jake—. Estaré ahí en quince minutos, veinte como mucho. No entres en su casa hasta que yo llegue. Podría haber conectado la puerta del garaje a un explosivo o algo así.


Pedro soltó una carcajada. Stanley Davison era un estafador de primera clase, pero ¿un experto en detonaciones? No parecía probable


—No creo que sea ese su estilo.


—Nunca se sabe.


Pedro apagó el teléfono cuando Paula corrió hacia la puerta, haciéndole señas para que la siguiera.


—¿Qué ha pasado?


—Donna se ha marchado —respondió él—. Ha dicho que Stan se ha ido y que yo lo sabía.


Ella se paró al pie de las escaleras y marcó un número en su teléfono móvil.


—Espera, Pedro —dijo cuando él se disponía a salir por la puerta—. Patricio, localízame a Jase y a Tim.


Pedro cerró la puerta y la observó, mientras ella esperaba a que su hermano localizase a los supuestos vigilantes de Stan. Pensó que lo mejor sería hacer lo que Paula pidiera, y de ese modo hacerla feliz. Demonios, no podía permitir que se fuera. Con él se había abierto, y él tenía que demostrarle que no iba a traicionarla... como habían hecho los otros hombres de su vida. Su tío, su hermano, su ex...


—¿Están en la oficina? —preguntó ella al cabo de unos minutos—. Maldita sea... ¿Qué?... Oh, no, todo va bien —cerró los ojos y respiró profundamente—. Stan ha salido, pero olvidaba que ya he recuperado mi coche y puedo seguirlo yo misma... No, Stanley no suele salir tan temprano. Oye, si no salgo ahora mismo voy a perderlo... Sí, eso es.


— ¿Por qué le has mentido? —le preguntó Pedro cuando ella cortó la comunicación.


—Porque si no lo hago, se presentaría de inmediato a meter las narices en nuestro caso. Por cierto, ¿quién tiene jurisdicción aquí?


—Ninguno de los dos, me temo —respondió él riendo—. Ojalá lo hubiera pensado dos veces antes de llamar a Jake. Llegará de un momento a otro.


—¿Cómo es ese compañero tuyo?


Pedro frunció el ceño. Jake Tanner era una persona bastante especial, a la que no le importaba pasar un asunto por alto siempre y cuando nadie resultara herido. Pero Pedro no quería correr el riesgo de hablarle sobre el equipo de Paula.


—¿Qué te parece si echamos una ojeada al garaje de Stan? —le propuso a ella.


—Si no te importa, prefería saber lo que nos está esperando dentro. Tengo la mala costumbre de imaginarme siempre lo peor.


Pedro asintió. Ciertamente, era una mala costumbre. Paula había rechazado una relación solo por considerar la posibilidad de unas consecuencias negativas. Pero, en cambio, él era una persona optimista.


—Ve a comprobar tus cámaras. Yo voy a echar un vistazo por aquí. Stan le dijo a Donna que me había dejado el abridor del garaje. Voy a ver si es verdad. 


—No toques nada —le advirtió ella.


Pero él sí que iba a tocar algo.A ella. 


En cuanto cazaran a Stanley y pudieran olvidarse de la investigación. Porque, aunque tan solo habían pasado quince minutos del «día después», Pedro estaba seguro de algo: tal vez Stan hubiera planeado la fuga perfecta, pero Paula iba a quedarse con él durante mucho, mucho tiempo.




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