sábado, 23 de julio de 2016
LA MIRADA DEL DESEO: CAPITULO FINAL
Siendo consciente de la ironía, Paula observó desde la ventana cómo un operario plantaba un cartel con la inscripción Se alquila en el jardín delantero de la supuesta casa de Pedro.
Era una idiota. Una completa idiota. Había dejado que Pedro se marchara, y aunque sus decisiones mostraban que había antepuesto su carrera a un hombre que le había enseñado a vivir las fantasías, la verdad era que había tenido miedo. Nunca había esperado enamorarse con tanta fuerza ni rapidez. No había sido capaz de poner a un lado sus objetivos y aceptar la otra mitad de su corazón desgarrado. La mitad que pertenecía a Pedro.
Tenía un nuevo trabajo que le permitía fraternizar con quien le diera la gana, pero no con Pedro. Aunque impresionada por el informe que presentó sobre Stanley, la compañía de seguros no quiso ir en busca del estafador, pero tras una entrevista con el director de First Mutual, Paula consiguió un puesto como preparadora de investigadores y como responsable de un programa interestatal de seguros.
Había encontrado algo propio,y todo gracias a Pedro. Lo único que deseaba era saber dónde encontrarlo y poder darle las gracias. Y también echarle los brazos al cuello, decirle que lo amaba y suplicar que la perdonase.
—¿Estás segura de que este asunto de los seguros es lo que quieres? —le preguntó Elisa, ocupada en retirar los vídeos de las estanterías—.A mí me parece que es una retirada muy fácil, Paula.A Noah todavía le quedan años en el puesto. Aún puede cambiar de opinión.
Paula observó con perplejidad cómo el operario que había puesto el cartel se desplazaba hacia la puerta de al lado y retiraba el cartel de Se vende de la casa de Stanley. Unos días después de volver de México, Donna se pasó por allí con una carta que había recibido de Stanley, dándole las escrituras de la casa. Dolida y furiosa por la traición, Donna la puso inmediatamente en venta, y parecía que no había tardado en venderse.
—Noah no va a cambiar de opinión. Puede que no dirija la compañía, pero al menos dirijo esta nueva división. Patricio y tío Noah me han prometido libertad absoluta, y además trabajaré junto a investigadores, realizaré vigilancias legales y tal vez atrape a algún estafador. Es casi como ser policía.
Elisa terminó de guardar los vídeos en una caja.
—Sí, salvo que no tendrás el placer de encontrarte con el detective Pedro Alfonso en la cantina.
Paula se apartó de la ventana, decidida a no volver a mirar, al menos durante cinco minutos.
—No, es verdad.
Elisa cerró las solapas de la caja y la selló con cinta adhesiva. Paula le quitó la caja y la puso sobre la pila de bultos que había en el vestíbulo.Tenía que alejarse de todo aquello. De todos los recuerdos y pesares.
—Aún no sabes nada de él, ¿verdad?
Paula negó con la cabeza. Le había dejado tres mensajes a Jake Tanner, pero no había recibido ninguna respuesta. De modo que decidió que ya era suficiente. Si él quería hablar con ella, podría encontrarla sin dificultad.
Cuando regresó al hotel en Cozumel, él ya se había ido. No llegó a tiempo al aeropuerto, y tuvo que quedarse un día más, debido a la cancelación del siguiente vuelo.
Pero cuando llegó a Tampa, Pedro ya se había mudado, sin dejar ninguna nota ni dirección. Desde entonces había pasado casi una semana, por lo que Paula pensó que ya era hora de volver a su viejo apartamento e intentar comenzar de nuevo.
—Eh, ¿qué es esto? —preguntó Elisa tomando el estuche de una cinta de vídeo.
—No lo sé —respondió Paula.
Sacó la cinta y vio que no tenía etiqueta. Intentó meterla de nuevo, pero no encajaba bien en el estuche
—. ¿Dónde la has encontrado?
—Estaba en la mesa, bajo la caja.
Paula se dispuso a meterla en el vídeo, pero el aparato estaba desconectado y empaquetado desde la noche anterior. —La comprobaré arriba.
—¿Todavía no ha desmontado Ted el equipo?
Ojalá lo hubiera hecho, pensó Paula. Se había pasado demasiadas horas mirando los monitores apagados.
—Han retirado las cámaras de la casa de Pedro y de la de Stan, pero como tenían otros encargos, les dije que desmontaría el equipo yo misma.
—-¿Y Ted te ha permitido tocar sus juguetes?
—Bueno, puesto que fui yo quien autorizó su compra, creo que no tiene elección —dijo Paula riendo—. Oye, llevas aquí todo el día. ¿Por qué no te marchas? Yo acabaré de recogerlo todo.
—¿Estás segura? Te queda mucho por hacer si quieres salir mañana.
—Lo sé. Solo quiero...
Pero Elisa la hizo callar con un gesto de manos y agarró su bolso. Paula le dio un fuerte abrazo y la vio salir por la puerta. Le encantaba la compañía de su amiga y la quería mucho, pero quería aún más a Pedro.
Estuvo otros quince minutos empaquetando los utensilios de cocina, hasta que sonó el teléfono móvil. Miró la pequeña pantalla de cristal líquido, pero el teléfono no reconocía el número. Seguramente sería alguien que se había equivocado.
—¿Diga?
—¿Ya no te gusta mirar?
A Paula le dio un vuelco el corazón.
—¿Pedro?
—Te he dejado un misterioso regalo que hubiera podido encontrar el investigador más inepto, y aún no lo has visto.
¿Ver qué? El vídeo...
—¿Cómo sabes que aún no lo he visto?
La risa de Pedro fue ronca y profunda, tan sexy que a Paula se le endurecieron los pezones.
—Porque te estoy observando.
Ella miró hacía la ventana frontal y alargó el brazo para subir las persianas.
—Oh, no —la detuvo él—. Nada de espiar. Lo que hay en ese vídeo es infinitamente más interesante que un policía al acecho.
—¿Estoy bajo vigilancia? —preguntó ella mientras subía las escaleras con la cinta en la mano.
Pedro la había llamado.
¡Y la estaba observando!
—Cariño, tenerte a ti bajo vigilancia implica varias posibilidades realmente deliciosas.
Paula se mordió el labio. Un estremecimiento la recorrió de arriba abajo.
—¿Y eso es bueno o malo?
—Espera a verlo.
Paula entró corriendo en la habitación, metió la cinta en el vídeo y encendió los aparatos. La pantalla azul cambió a negro y después a gris. El sonido estaba distorsionado.
Paula ajustó la imagen, y entonces se vio a sí misma desnuda, en la cama de Pedro, con un bote de aceite en la mano.
—¿Me has grabado?
—¿Estás furiosa?
Paula pulsó el botón de avance rápido para pasar su espectáculo personal, hasta que Pedro entró en escena. Lo vio entrar en la habitación y agarrar la corbata que había usado para vendarle los ojos, lo vio echarse aceite en las manos y deslizar las palmas por su espalda. Paula sintió que le ardía la piel, como si la estuviera tocando de verdad.
Endureció los muslos y se dejó caer de espaldas en la cama, puesto que ya no había ninguna silla en la habitación.
—¿Y? —insistió él—. ¿Estás enfadada?
—No, estoy fascinada, excitada... y arrepentida.
Oyó un clic y tardó diez segundos en darse cuenta de que Pedro había colgado. Cuando volvió a oír su voz, ya estaba en la puerta, vestido con vaqueros y camiseta gris, con una barba de varios días y el pelo revuelto.
Arrebatadoramente atractivo.
—Pedro... —quiso acercarse,pero él la detuvo con una mano.
—Nada de tocar. Solo hay que mirar.
Inclinó la cabeza hacia la televisión. Ella se giró, a tiempo para ver cómo Pedro ajustaba los almohadones en la cama, le ponía uno bajo la barriga y empezaba a tocarla y a lamerla. No tenía que mirar.
Lo recordaba todo con exactitud, y se preguntó si aquella jugada del vídeo significaba que aún tenía una oportunidad...
El corazón le latía desbocado, impulsado por la vergüenza y el deseo. Pero, sobre todo, impulsado por el amor.
—¿Y si no quiero mirar? —le preguntó con un tono burlón de desafío.
Él se metió la mano en el bolsillo y sacó la misma corbata roja que había usado aquella vez.
—Tengo varios métodos de coacción. Y aún tengo esas esposas que me suplicaste que utilizara.
—Entonces, ¿por qué no las usaste conmigo en México? ¿Por qué no me convenciste de que estaba siendo una idiota por dejarte marchar?
Pedro bajó la mirada, pero no pudo ocultar la sonrisa de satisfacción por oír el tono de arrepentimiento.
—Tenías que darte cuenta por ti misma, Paula. Si no, te hubieras pasado el resto de tu vida preguntándote si yo era la mejor elección, por encima de tu trabajo y de tus sueños.
—Sigo trabajando para Chaves Group —dijo ella. No quería hacerle pensar que había abandonado por completo—. Pero ahora dirijo mi propia división. Entreno a los investigadores para las compañías de seguros.
—Ya me lo han dicho.
—¿Quién?
—La misma persona que me dejó entrar esta mañana mientras te estabas duchando.
«Elisa».
—¿Has estado todo el día en la casa sin que yo lo supiera?
—Bueno, por algo soy tan bueno en mi trabajo.
Los gemidos de la película verificaban que Pedro no solo era bueno en su trabajo de incógnito. Paula buscó el mando a distancia. No podía concentrarse con Pedro en la habitación y en la pantalla al mismo tiempo. Y tenía que concentrarse... al menos hasta que él la hubiera desnudado.
—Pensaba que por eso no respondías a mis mensajes —dijo ella apartando el edredón—. Creía que estabas con otra misión.
—Lo estaba, pero no podía concentrarme en la investigación. En las últimas semanas he encontrado al verdadero Pedro Alfonso.Y me gusta. Creo que necesita mostrarse más a menudo, por eso le pedí a mis jefes que me dejaran volver al servicio. Ahora soy un policía normal y corriente. Se acabaron las identidades falsas y los secretos. Incluso me he comprando una casa.
Paula recordó el cartel de venta, y se desvanecieron las esperanzas de que Pedro hubiera adquirido la casa de enfrente, donde habían compartido recuerdos tan dulces.
Pero entonces recordó que la casa de Stanley se había vendido.
—¡No! ¿Le has comprado la casa a Donna?
—Tiene mejores vistas, aunque no tiene piscina.Tendremos que arreglar eso, ¿no crees?
—¿Tendremos?
Pedro sacó el mando a distancia del bolsillo trasero y pulsó el botón de pausa, justo cuando estaban llegando al orgasmo en la pantalla.
—No he venido para torturarte con esa cinta, Paula.
—Pues es una verdadera tortura. No te imaginas cuánto deseo hacerte el amor ahora mismo.
—Vernos hacer el amor te excita, ¿verdad? Se te ve muy acalorada...
Caminó lentamente hacia ella, tiró el mando y el móvil al suelo, la tomó de las manos y la acercó a él para mordisquearle el cuello.
—Puede que el aire acondicionado se haya vuelto a estropear —dijo ella, convencida de que la temperatura en la habitación se había disparado.
— Puede que seas una mirona desvergonzada. .. O puede que lleves demasiada ropa.
—Puede...
En un instante estuvieron desnudos, pero Paula lo detuvo antes de que pudiera tumbarse sobre ella. Quería sentirlo en su interior más que ninguna otra cosa, pero antes tenía que decirle algo.
—Te quiero, Pedro. Pero quiero más que una aventura. Más que vivamos juntos una temporada compartiendo fantasías.
Él entrelazó los dedos en sus cabellos y le echó hacia atrás la cabeza, para que ella pudiera ver en su rostro la expresión de pura sinceridad.
—Te quiero, Paula. Me ayudaste a encontrarme a mí mismo y a que me diera cuenta de que me escondía tras mi trabajo. No tenía sueños ni esperanzas propias. No sabes qué regalo tan valioso me has dado.Y un regalo así merece otro a cambio.
La besó con dulzura, la levantó y la acostó suavemente.
Pero en vez de unirse a ella, recogió el estuche vacío de la cinta y se arrodilló junto a la cama.
—Parece que estás perdiendo tus habilidades como investigadora.
Paula recordó que no había podido meter del todo la cinta en el estuche. Miró en el interior y vio que había algo en el fondo. Algo metálico y redondo.
Se le hizo un nudo en la garganta al sacar un anillo de oro con incrustaciones de esmeralda, diamantes y ópalos.
Miró a Pedro. Necesitaba oírselo decir, y esperaba tener la compostura suficiente para responder.
—Cásate conmigo, Paula—dijo, le quitó el anillo de su temblorosa mano y lo deslizó en el dedo. La besó en los nudillos, buscando la respuesta en sus ojos.
—Me casaré contigo, Pedro —consiguió decir—. Si me prometes una cosa.
—¿Una cosa? Cariño, siendo mi mujer, no creo que pueda negarte nada.
—¿Incluso si te pido que uses tus esposas? La última vez no quisiste hacerlo.
Pedro alcanzó sus vaqueros, sacó las esposas plateadas, y se las puso rápidamente en las muñecas.
—Eso era antes de saber que podría atarte a mí para siempre.
Paula tiró de él, hasta que su cuerpo desnudo la cubrió con un calor que le llegó al alma.
—Para eso no necesitas esposas, Pedro.
Cerró los ojos, deleitándose con todas las sensaciones que la dominaban. El frío acero alrededor de sus muñecas. El roce de sus ardientes labios contra los suyos...
—Entonces, ¿qué necesito?
—No lo sé... Pensaba que podría ser divertido tenerme desnuda y esposada... Tal vez se te ocurra algo origina!.
Los ojos de Pedro brillaron con desafío, y Paula supo que gracias a él sería la mujer más satisfecha sexualmente del mundo, así como la más feliz.
—Obsérvame...
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Me encantó esta historia.
ResponderBorrarquenhermosa historia.. fue tan tierna.. me encanto..
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