sábado, 23 de julio de 2016

LA MIRADA DEL DESEO: CAPITULO 16





—Lo que no entiendo es por qué Stanley ha huido —dijo Paula por centésima vez en menos de dos días.


Pedro no respondió; mantuvo abierta la puerta del ascensor y la tomó de la mano para conducirla por el pasillo. Habían acabado la botella de champán, habían paseado por la playa, maravillándose del paisaje tropical, y habían probado la deliciosa comida mexicana en la terraza de un pequeño restaurante. Además, habían mantenido una conversación bastante vulgar sobre sus películas románticas favoritas. La de Pedro era Casa-blanca, el clásico en el que la protagonista abandona al verdadero amor de su vida.


Paula siempre había odiado esa parte,y se preguntaba si Pedro habría querido insinuar algo con esa elección.


Había algo en sus ojos; una especie de desafío... Como si estuviera dispuesto a dejarla marchar si se daba el caso. 


¿Lo haría realmente? Y si lo hiciera, ¿podría ella superarlo? 


A diferencia de Ingrid Bergman, Paula no se iría por ninguna causa mundial. Ella dejaría a Pedro solo por su trabajo, donde ni se la valoraba ni se la apreciaba lo bastante.


Pero Pedro sí la apreciaba.Y la valoraba lo bastante como para abandonarla, ¿no?


—Quiero decir, ¿qué habrá ocurrido para que Stan se marche después de todo este tiempo?


Pedro sacó la llave del bolsillo de sus pantalones de lino. 


Vestido con una camisa caribeña del color de sus ojos, le recordaba a Don Jonson en Corrupción en Miami. Solo que el aspecto de Pedro era mucho mejor. Paula suspiró, cerró los ojos y se permitió balbucear:
—Si Stan sabía que lo observábamos, y está claro que lo sabía si tenía esas fotos, y necesitaba tiempo para poner en orden sus asuntos antes de escapar, de acuerdo, entiendo su huida. Pero, que yo sepa, no hizo nada para preparar su marcha, aparte de mentirle a Donna y dejar las fotos y el mando a distancia del garaje, lo que solo le llevaría diez minutos. No, ocurrió algo que lo ahuyentó, como si hubiera presentido que estábamos a punto de detenerlo. En cualquier caso, no tengo ninguna prueba contra él, ¿y tú?


—No —respondió Pedro con el ceño fruncido—. Los dos estábamos demasiado distraídos.


—¿Distraídos? Los dos estábamos de vigilancia cuando no estábamos haciendo..., ya sabes —replicó ella con una mueca. Habían tocado el tema que deseaba evitar por todos los medios. Cuando hicieron el amor en Miami, le costó toda su fuerza de voluntad no sucumbir a las lágrimas. Pedro era tan tierno y encantador... Y apenas llevaban una semana siendo amantes.


Estaban enamorados. Y aun así, ella quería abandonarlo por un estúpido trabajo que la mantenía pegada a una vida estúpida. Aunque ese trabajo fuera su sueño...


—La dos estábamos haciendo «eso» la noche antes de su huida —le recordó Pedro—. Si lo hubiéramos estado observando, tal vez su romance con Donna nos habría dado alguna prueba.


—¿Qué romance? —exclamó ella al entrar en la habitación—. Se comportaban como si apenas se conocieran.


Pedro dejó la llave sobre el televisor y descorrió las cortinas de la ventana.


—Por lo visto, tu barbacoa es un potente afrodisíaco para cualquiera. Donna no me lo dijo, pero me hizo ver que todos tuvimos suerte tras la cena.


Paula se quedó helada. Santo Dios. Ni siquiera... había... Cielos.


—¿Me estás diciendo que Stan y Donna estaban haciendo lo mismo que nosotros al mismo tiempo que nosotros? —Seguramente ocurriera durante tu pequeño espectáculo en la ducha. Aunque crucé la calle a toda velocidad, me fijé en que no estaban sus coches.Tuvo que ser algo rápido, pero Donna parecía muy satisfecha. ¿Por qué?


Paula no podía hablar. Ni siquiera podía creer que no hubiera comprobado la grabación antes de salir, pero tenía el presentimiento de que Stan había huido porque sabía que lo habían atrapado en el acto... mientras hacia el amor. No era que un hombre lesionado no pudiera hacerlo bien, pero si sus movimientos habían sido especialmente acrobáticos o vigorosos, entonces su inesperada fuga sí tenía sentido.


—Tengo que llamar a Elisa.


—¿Elisa? ¿De qué estás hablando Paula?


Paula sacó el teléfono móvil del bolso, pero soltó una maldición al comprobar que en la isla no tenía cobertura. Agarró la hoja de instrucciones que explicaban cómo llamar a través de la línea del hotel, y se negó a responder a Pedro hasta que hubo marcado el número.


—Creo saber por qué huyó Stanley. Y creo tener pruebas. Pruebas legales que los dos podemos usar.


Tal y como estaba previsto, el Starlight Princess atracó en el muelle poco después del amanecer. Aunque ninguno de los dos había dormido más de una hora, Paula y Pedro esperaban agazapados tras carrito de venta ambulante, donde más tarde alguien vendería churros y bebidas frías. De momento, no se veía a nadie por los alrededores. Pedro no esperaba que Stanley apareciera tan temprano, pero no podía asegurar nada. Después de todo, nunca se había imaginado que a Stan le gustara el sexo morboso... ni jamás pensó que tendría que pasar una noche viéndolo en acción.


Paula había hablado con Elisa, y le había encargado que le mandara la grabación de video por Internet. Lo siguiente solo era encontrar a Stanley.


Los dos estaban ansiosos por hablar con él, pero por desgracia hablar sería lo único que podrían hacer. Pedro no había conseguido autorización para detener a Stan. Había llamado a sus superiores, pero estos se habían negado a tomar medidas legales contra Stanley Davison. Se había ido y tenía su dinero, y nadie estaba dispuesto a explicar por qué la policía lo había pillado con los pantalones bajados... aunque aquello supusiera una prueba legal y definitiva.


Ya tenían bastante mala lanía, por lo que el teniente Méndez ordenó a Pedro que redactara un informe y que se reincorpora al trabajo en cuanto volviera de Cozumel.


Paula también tenía la prueba que necesitaba para demostrarle los fraudes a la compañía de seguros, pero le había pedido a Elisa que no dijera nada hasta que hubiera encajado todas las piezas del rompecabezas. Era una investigadora privada, no una cazadora de recompensas. Sin embargo, estando apostada tras el puesto de churros, y con las imágenes impresas del vídeo en un sobre, a Pedro no le parecía tan feliz como debería estar.


—Sabes que no tenemos por qué hacerlo —le dijo, por segunda vez en menos de una hora. —Y tú sabes que tienes tanta curiosidad como yo —respondió ella.


—¿Sobre qué?


—Por qué lo hizo. Por qué permaneció tanto tiempo en la casa, y por qué se marchó tan súbitamente, asegurándose de que lo siguiéramos.


—Es un bastardo muy codicioso. Seguramente solo quiera regodearse con su triunfo.


—No, hay algo más —dijo Paula—.Ya conoces su historial. Nunca ha permanecido en un mismo sitio más tiempo del que le llevaba cometer alguna estafa. Nunca ha tenido una casa en propiedad ni tampoco una novia, al menos alguien que no participara en sus estratagemas. Donna parece una persona digna de confianza, por muy peculiar que sea. Yo creo que, tras la indemnización, Stan estaba considerando la posibilidad de cambiar su estilo de vida. Pero algo lo espantó.


—Sabía que lo estábamos observando. Tal vez en medio de la pasión salvaje, se dio cuenta de que no había echado las persianas.


—Es imposible que viera la cámara. Una cosa es que me viera con los prismáticos, pero mi equipo es demasiado bueno. Demonios, tú eres policía y no descubriste ninguna cámara en tu casa.


—No me lo recuerdes.


—¿Por qué no? De no haber sido por aquellas cámaras, no nos habríamos conocido.


—Nos conocimos por la cesta de limones que alguien dejó por equivocación en la puerta de mi casa.


Paula se giró y miró por encima del hombro a media docena de turistas que bajaban del barco.


—Ya había decidido tener una aventura contigo antes de que trajeras la cesta.


—Oh, ¿en serio? —Pedro observó el desembarco de turistas y comprobó que Stanley no estaba entre eilos. Entonces agarró a Paula por la cintura y la apretó contra él—, ¿Qué era lo que más te gustaba? ¿Mis músculos? ¿Mi trasero?


 —Oh, sí... Todo —dijo ella con un suspiro—. Pero creo que lo mejor fue cuando te vi acariciar al gato. Una mujer puede aprender mucho por la manera en que un hombre acaricia a una mascota.


—Eres una chica mala, Paula Chaves, ¿lo sabías? —la abrazó con más fuerza, pero entonces oyeron una voz tras ellos: 
—Y creo que yo era el chico malo.


Era Stanley. Iba casi irreconocible, con el pelo teñido de rubio, lentillas azules y una camiseta con un estrafalario dibujo, pero era Stanley Davison.


—No, solo eres un pelota embustero y confabulador —dijo Pedro. Soltó a Paula, pero la mantuvo entre Stan y él. No estaba seguro de que pudiera controlarse y no propinarle un puñetazo en la mandíbula a aquel estafador.


—Hey, chico, eso me ha dolido —dijo Stan en tono de mofa—.Y yo que pensaba que entre nosotros estaba naciendo una bonita amistad.


—Te equivocaste.


Paula extendió el brazo para impedir que Pedro la rodeara.


—De acuerdo, Stan. Querías que te siguiéramos. Nos dejaste un rastro bien claro. ¿Qué querías enseñarnos? ¿Tu victoria? ¿El éxito de tu estratagema? —Paula agitó con rotundidad el sobre frente a él—. ¿Acaso piensas que podrás volver a tu antigua vida? Por que si es así...


Stan agarró el sobre, provocando que Pedro diera un paso adelante.


—¿Puedo? —preguntó en tono cortés, alzando una mano Paula le dio permiso en silencio.


Stan sacó las imágenes impresas del vídeo y las miró con el ceño fruncido. Paula alargó un brazo y puso los dedos sobre la imagen de su flaco trasero.


—No es exactamente tu lado bueno, pero ningún hombre con una lesión de columna como la tuya podría hacer las cosas que hiciste en tu dormitorio. Van a acusarte de fraude y, ¿quién sabe? Tal vez la compañía de seguros se lleve un buen disgusto y se empeñe en dar contigo.


Stan soltó un suspiro.


—¿Puedo quedarme con esto? —preguntó alzando las imágenes.


—Claro —respondió ella tras un segundo de duda—.Tengo los originales. Podría incluso darte una copia de la cinta, pero no creo que a Donna le gustase mucho.


—Nunca tuve la intención de implicarla en esto ni hacerle daño —respondió él mirando a Pedro—.Ella no sabía nada. 


—¿Por que nos has atraído hasta aquí. Stan? — le preguntó Pedro—. Sabías que te teníamos bajo vigilancia. ¿Pensaste que íbamos a pillarte con estas imágenes, y por eso te largaste a tiempo? 


Stan dobló la imagen y se la metió en el bolsillo de sus shorts de surfísta.


—No tenía ni idea de que tuvierais una cámara en mi habitación. Ni de que me estuvierais observando esa noche después de la cena. No era el único que tenía las persianas levantadas.


Paula se puso colorada, y Pedro se adelantó, dispuesto a propinarle un puñetazo a Stan.


—Tranquilo, amigo —lo calmó Stan—. Estaba demasiado ocupado para ver nada. Si os he traído aquí ha sido para daros una explicación.


—¿Una explicación sobre qué? —preguntó Pedro—. ¿Que eres un maestro del fraude? Eso ya lo sabíamos.


Stan negó con la cabeza y sacó una carpeta de la mochila que llevaba al hombro.


—Todo el mundo que me conoce lo sabe. Pero hasta que apareció Donna, nadie sabía que yo tenía un hermano. Nadie. Ni siquiera mí madre. Es el hijo bastardo de mi padre. Me enteré de su existencia hace tres años, después de que mi padre sufriera una crisis en Las Vegas.


Paula aceptó ía carpeta y la abrió. Dentro había la foto de un niño de unos doce años, pero pasó las hojas rápidamente. 


No era una mujer fácil de manipular.


—¿Qué le pasa al niño? —le preguntó con voz firme.


—De todo.Tiene esclerosis múltiple, pulmones defectuosos y un corazón muy débil. Claro que su vida no sería un infierno si tuviera un sitio decente donde vivir. Podéis llamarme sentimental —dijo con una carcajada—,pero no podía permitir que se pudriera en algún centro público. Una gran parte del dinero está ahora a su nombre. Con el resto me pagué el crucero y una pequeña casita en la costa de un país sin acuerdos de extradición con Estados Unidos. Dentro de unos días, mi hermano será trasladado a un hogar benéfico, dirigido por un grupo de carmelitas. De modo que, a menos que queráis ir tras un niño enfermo y la Iglesia católica, olvidaréis todo sobre mí.


Paula cerró la carpeta, y aunque no mostró ningún signo de compasión, Pedro supo que la había afectado. Demonios, ni él mismo podía evitar sentir lástima por el chico, ni aunque compartiera la mitad de los genes con una víbora como Stan.


—¿Por eso nos has traído a México? ¿Para limpiar tu conciencia y convencernos de que estafaste a los contribuyentes de Tampa para salvar a un niño enfermo?


Stan sonrió, revelando una brillante dentadura postiza.


—No tengo conciencia, pero esperaba que vosotros sí y que dejarais al chico en paz.Y en cuanto a este viaje, consideradlo como un regalo de despedida, junto con mis felicitaciones. He tenido a los mejores investigadores de la ciudad siguiendo mis pasos —se palmeó el bolsillo donde tenía la foto de Donna y él en flagrante delito—, Si Donna no hubiera hablado de mi hermano, me habría quedado el tiempo suficiente para que tú reclamaras mi dinero —dijo mirando a Paula—, y para que tú me metieras entre rejas —añadió mirando a Pedro—, Los dos formáis un equipo magnífico.


Sin más, se dio la vuelta y se alejó silbando.


—No soporto perder —dijo Paula, golpeándose el muslo con la carpeta.


—Bueno, no hemos perdido realmente, aunque tampoco hayamos ganado.


— ¡No puedo creer lo que dices! —le espetó ella—. ¡Mira todo el tiempo que hemos perdido!


—No lo considero tiempo perdido —le respondió él con mucha tranquilidad. Lo sorprendía que Paula tuviera lo que quería en las manos y no se alegrara.


—No me refiero a eso. Supongo que al menos tengo lo suficiente para demostrarle a la compañía de seguros que sus investigadores pasaron muchas cosas por alto. El hermano de Stan, su médico, Donna,incluso la cinta de vídeo... 


Pedro negó con la cabeza y empezó a andar hacia el hotel. Por primera vez en su vida, le importaba un bledo todo lo relacionado con un caso. Le daba igual presentarse antes sus jefes con las manos vacías o que lo hubiera superado una rata como Stan. Lo único que le importaba era Paula, y ella no parecía darse cuenta. 


—¡Pedro, espera! —Paula corrió a su lado mientras él paraba a un taxi—. ¿Adonde vas?


—De vuelta al hotel a recoger mis cosas — dijo, al tiempo que se deslizaba en el asiento trasero del pequeño Volkswagen. Vio la expresión de Paula. Su confusión y su miedo.


El caso estaba cerrado. Lo único que quedaba por solucionar era cómo iba a acabar aquella relación. Era elección de Paula. ¿Lo deseaba tanto como él a ella? 


—Yo...


—Tú decides, Paula. Mi jefe quiere que vuelva al trabajo y que abandone esa casa.A menos que me des una razón para quedarme, tomaré el primer vuelo de regreso. Me ha gustado mucho ser tu diversión particular, tu pequeña aventura sin importancia. Pero ya me he cansado. O seguimos juntos, o sigo yo solo.


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