sábado, 9 de enero de 2016

MISTERIO: CAPITULO 22




Finalmente fui a reunirme con los abuelos que se habían instalado en la habitación de papá. La abuela estaba sentada en la orilla de la cama y el abuelo se hallaba a su lado sacándose los zapatos.


—Te traje un regalo, Paula —dijo ella mientras extraía una caja rectangular forrada con un papel dorado y una cinta roja aterciopelada.


—¡Abuela!, para que te molestaste, no es mi cumpleaños. —Sonreí, ella sabía cuánto me gustaban los regalos. Tomé el paquete y lo examiné con atención.


—No es nada. —Su voz se tornó un susurro—Ábrelo, quiero ver si te gusta. —Lentamente desenvuelvo el paquete.


Al destapar la caja encontré una fotografía enmarcada que nos habíamos tomado la última vez que los había visitado. 


Aparecíamos los tres abrazados, yo estaba en medio de los dos y todos teníamos unas sonrisas gigantes, con los cabellos alborotados por la brisa y un cielo azul de fondo. 


Mis ojos volvieron a llenarse de lágrimas. Abracé la foto y traté de sonreírle a la abuela.


—Abuela, es preciosa, gracias. —Nos abrazamos los tres.


—Roberto nos contó acerca del diario, Paula. —La voz del abuelo en esa ocasión fue suave—Quiero que sepas que estoy muy orgulloso de ti, has sido valiente al querer enfrentar el pasado. Tu sabes cuánto te queremos hija y que con nosotros cuentas para lo que sea. —La abuela pasó su brazo sobre mis hombros.


—Gracias por todo, por el cariño, por la paciencia y por estar siempre presente en mi vida. Los adoro. —«Las lágrimas volvieron a salir, pero estas eran de alivio. Nunca fuimos capaces de decirnos esas palabras ».


—El amor no se agradece Paula —dijo la abuela. Su voz era dulce—El amor se siente y lo único que siempre hemos querido hija, es que seas feliz. —Con eso dejamos atrás los secretos, no había nada más que ocultar. Desde ese momento me sentía completa, preparada para seguir adelante sin tener que mirar atrás.



************


Una semana después, papá, Alicia, las niñas y yo, nos fuimos juntos a la fiesta de Emma. El evento se realizó en un club cuya fachada exterior ara similar a la de un castillo medieval pintado de color rosa. Niñas corrían y gritaban por todos lados.


Junto a la puerta nos esperaba Pedro. Papá se encargó de bajar a las niñas, Alicia y yo nos acercamos a la cumpleañera.


—¡Hola princesa! —Saludé a la cumpleañera y ella corrió hacia mí para abrazarme.


—¡Paula, Paula, viniste! —Envolvió mi cuello en sus bracitos con ternura.


—No me perdería tu fiesta por nada del mundo. ¿Cuántos años estás cumpliendo? —Pregunté bajándola al suelo e inclinándome para quedar a su altura.


—Seis, ya soy una niña grande. —Era demasiado linda, no me resistí y le di un beso en la mejilla.


—Vamos, Emma, enséñame dónde puedo dejar el regalo. —Ambas caminamos tomadas de la mano para llegar hasta Pedro.


—Papá, Paula me trajo un regalo. Guárdalo, nosotras vamos a jugar. —Cuando se lo entregué, nuestros dedos se rozaron. 


Una pequeña descarga de electricidad se encargó de recorrer mi cuerpo. Nos miramos, podría jurar que él había sentido lo mismo.


—Lo mantendré seguro, vayan a divertirse. —Me guiñó un ojo.


Nos encontramos con Alicia y las pequeñas, Emma se unió a las niñas y las tres salieron corriendo, persiguiéndose y gritando sin parar.


Por el rabillo del ojo veo a mi padre conversando con Pedro y el gusanillo de la curiosidad me invadió. La pregunta de Alicia me hizo reaccionar.


—¿Vas a hablar con él? —Aly pasó el brazo sobre mi hombro. Se refería a Pedro—Ustedes hacen una bonita pareja —Negué con la cabeza.


—Eres una traidora, ¿estás de su parte ahora? —Alcé una ceja.


—¡Nunca amiga! —alegó con picardía, dándome un ligero empujón.


—No sé Aly. La noche en que mi padre te propuso matrimonio hablamos un momento en la terraza, pero la conversación quedó en el aire. De verdad no sé qué va a pasar con nosotros —le dije sintiéndome frustrada.


—Si tienes otra vez la oportunidad de hablar con Pedro, te pido que lo escuches. Ya después que lo hagas podrás tomar una mejor decisión. —Asentí, no quería seguir hablando del tema. No sabía si volveríamos a retomar esa conversación y nada más pensar en ello me entristecía.


—Oye, no te hagas la loca amiga, ¿para cuándo es la boda? —Pregunté para cambiar de tema. Una gran sonrisa se forma en su rostro.


—Esta noche vamos a discutir lo de la fecha, después de dormir a las niñas. He planeado una pequeña velada a la luz de las velas con sushi, vino y una música de fondo. Roberto ha sido muy paciente, se merece eso y bueno… un cariñito de más. —Cubrí mis oídos y simulé alejarme de ella sin parar de reír.


—Demasiada información, no quiero saber más. —Nuestra diversión fue tan efusiva que atrajimos sin querer la atención de quienes nos rodeaban.


Dos horas más tarde nos encontramos alrededor de la mesa de la torta, cantamos cumpleaños, y Emma pidió un deseo mientras soplaba las velas. No soltó mi mano ni la de Pedro en ningún momento, ese cariño tan genuino que sentía por mí me ablandó el corazón.


Por el rabillo del ojo lo capturé varias veces a Pedro mirándome. Me gustaba que lo hiciera, a quien quería engañar. Seguía estando enamorada de él como una adolescente. Solo esperaba que su interés no decayera por haberme tomado todo ese tiempo en darme cuenta. Sin embargo, la conversación seguía pendiente, y lo que tenía que decir me inquietaba.


—Paula, es hora de irnos, las gemelas están cansadas —anunció papá después de comer pastel. Me acerqué para despedirme de Emma, pero su manito se aferró a la mía.


—Paula no te vayas tan pronto, ven a casa con nosotros, por favor —lo dijo con la vocecita más dulce que había oído.
La voz de Pedro resonó detrás de nosotras sobresaltándome.


—A mí también me gustaría que vinieras Paula, además, hoy debemos hacer todo lo que la princesa Emma diga. —la niña sonrió y me abrazó, ese gesto tan efusivo hizo que aceptara la invitación


—Acepto su invitación su majestad —le dije sonriendo mientras nos separábamos. Pedro me agradeció en silencio con una sonrisa.


—Amiga nos vamos, las gemelas están agotadas —me indicó Alicia para luego acercarse a mi oído y murmurar—Escúchalo y pásala bien, deséame suerte a mí. —Le guiñé un ojo.


Al terminar la fiesta ayudé a Pedro a guardar los regalos en el todoterreno. Emma se subió sola en su silla y nos llamó apurándonos.


—Ya casi terminamos —dije para calmarla.


—Listo, la última bolsa. Vamos, Paula. Princesa Emma, ¿quiere ir a palacio?


—¡Sí! —gritó la niña, aunque se notaba cansada.


Pedro se giró hacia mí antes que subiéramos al auto y posó su mirada azul en mis labios. Como un reflejo, acaricié su mandíbula. Él atrapó mi mano y la besó con afecto.


Al subirnos al todoterreno, puse música mientras Pedro manejaba. El trayecto era corto y en menos de quince minutos aparcó el vehículo en el estacionamiento de su edificio. Entre los tres logramos bajar todos los paquetes, y subimos a un viejo elevador. Emma pulsó el botón de su piso y las dos comenzamos a contar hasta que las puertas se abrieron. No podía negar que la pasaba muy bien con ella y Emma se mostraba feliz conmigo. Al igual que Pedro, que en todo momento nos observaba con cariño y satisfacción.


Entramos al departamento y quedé impresionada por su tamaño. Era muy espacioso y estaba decorado con practicidad, utilizando un estilo moderno con muebles coloridos y muy pocos adornos.


—Es precioso, Emma, me gusta tu castillo. —Ella se rió y tiró de mi mano para sentarnos en el sofá—Deja que me quite los zapatos, ya no los aguanto. —Ambas nos descalzamos en medio de risas.


—Ayúdame a abrir los regalos, ¡vamos, vamos! —La euforia de la chica era contagiosa. Entre las dos rompimos los papeles y abrimos cajas.


—¿La están pasando bien?, aquí les traigo pizza por si quieren. —Pedro colocó la bandeja sobre una mesa, ubicada en el medio de la sala. Estaba vestido de manera informal. 


Me pareció tan sexy que no pude evitar suspirar al verlo.


—Gracias Pedro, creo que princesa Emma la está pasando súper. —le guiñé un ojo a la niña.


—Papá, este es el mejor cumpleaños de mi vida —dijo emocionada y se levantó para tomar un pedazo de pizza.


—Gracias por venir con nosotros. —Pedro se acercó y se sacó los zapatos antes de sentarse a mi lado, muy cerca, tan cerca que nuestros cuerpos podían rozarse. Inhalé hondo, mientras él pasaba su brazo por encima de mis hombros, esta vez no lo rechacé, me gustaba cómo se sentía. Cerré los ojos y recosté mi cabeza sobre su hombro—Tenía tantas ganas de tenerte en mis brazos —susurró cerca de mi oído. Giré el rostro hacia él al escuchar sus palabras—¿Vamos a terminar esa conversación que dejamos pendiente? —Me perdí en su mirada, en esos ojos que me hacían olvidarme de todo, las palabras no salieron de mi boca. Estaban atoradas en mi garganta. El miedo a lo que sucedería era más fuerte que yo.









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