sábado, 17 de diciembre de 2016

TE QUIERO: CAPITULO 16





A la mañana siguiente, cuando llamó a Candela para que la pusiera al día de las últimas novedades, esta le contó que Pedro Alfonso se había comportado como todo un caballero y que se había limitado a besarla en la mejilla al despedirse. Una vez más, a Paula le pareció muy extraño,
pero, sin desanimarse, empezó a organizar una serie de citas con todas aquellas conocidas suyas que pensó que podrían atraer al americano.


Cuando le pasó el impecable esquema que había elaborado en su ordenador con las anotaciones de horarios, lugares y mujeres correspondientes, acompañado por una lista detallada sobre sus gustos y características personales, Pedro protestó con firmeza:
—Según esto tengo casi todas las noches ocupadas de aquí a la fiesta.


—Me dijiste que querías encontrar a la mujer de tu vida en tres meses —comentó ella sin perder la paciencia—, y te recuerdo que apenas queda un mes para que se cumpla el plazo, así que hay que darse prisa.


—¡Quiero que tú también vengas! —exigió con un mohín de niño enfurruñado.


Paula hizo un gesto con la mano, descartando aquella idea de plano.


—No seas ridículo, Pedro. No puedes pretender encontrar a tu media naranja si te presentas a cada cita con una carabina.


—¿Y si no me gusta? ¿Y si me estoy aburriendo? ¿Y si es un desastre? ¿No sería mejor quedar a tomar un aperitivo, por si las moscas?


Al ver su expresión abatida, Paula se sentó a su lado en el desvencijado sillón de su pequeño salón —de un tiempo a esa parte, el piso, pequeño y oscuro, se había convertido en su cuartel general y, aunque en un principio ella se había sentido algo incómoda al recibirlo allí, Pedro era un tipo tan
sencillo que enseguida dejó de importarle— y cogió una de sus manazas entre las suyas para darle ánimos.


—Lo pensé, pero creo que es mejor una cena. Así no hay peligro de que te precipites por una primera impresión equivocada; os dará más tiempo para conoceros mejor. Además, he escogido con mucho cuidado entre mis conocidas. Te aseguro que solo he llamado a las que pienso que de verdad te van a gustar.


Al escucharla, Pedro levantó la cabeza, completamente alerta. De pronto, parecía muy interesado por el tema y preguntó:
—¿Qué tipo de mujer crees que me gusta?


Paula trató de retirar su mano —pues ahora era la suya la que estaba atrapada en el interior de las cálidas manos masculinas—, pero él no se lo permitió, así que con un suspiro se acomodó un poco mejor en el sofá mientras pensaba en la respuesta.


—Para empezar, he elegido a las mujeres más altas que conozco…


—Vamos mal —masculló entre dientes.


—¿Eh? —Paula perdió el hilo durante un segundo—. ¿Qué has dicho?


—Nada, nada, continúa. Me doy cuenta de que eres una gran psicóloga.


Ella frunció el ceño, pero no fue capaz de detectar el menor rastro de ironía en su comentario.


—La mayoría tiene un buen trabajo y fortuna propia, y tienen buenos contactos que pueden serte útiles en el futuro. Hay alguna divorciada, pero he escogido a las que no tienen hijos para que no haya problemas. Son de ese tipo de mujeres, equilibradas y sofisticadas, que tienen muy claro lo que quieren en la vida lo cual, y te lo dice por experiencia una persona a la que los embates de la existencia han arrastrado de un lugar a otro sin control, una y otra vez, es un rasgo de lo más útil. — Al ver que los iris de Pedro se tornaban de un azul tormentoso, se apresuró a añadir—: ¡Ah! ¡Y, por supuesto, todas son muy atractivas!


—Menos mal, porque tu descripción me ha dado ganas de salir corriendo —rezongó el americano que, como quien no quiere la cosa, acariciaba sin cesar la delicada piel de su muñeca, lo que estaba empezando a producir unas sensaciones de lo más extrañas en el estómago femenino.


En ese instante, Sol entró como un torbellino en el salón y, no sin esfuerzo, Paula consiguió liberar su mano.


—Dice la Tata que si te quedas a cenar, Pedro —luego bajó la voz y, con los ojos brillantes, prosiguió casi sin detenerse a respirar—: Dí que sí. Ha dicho que si te quedas preparará su tarta especial. Si no, melón como todas las noches.


Paula entrecerró los párpados y sus ojos castaños brillaron, maliciosos.


—Me preocupa la Tata. Si no la conociera tan bien, pensaría que está haciendo lo posible por pescarte. ¿Qué opinas, Sol? ¿Crees que la Tata se ha enamorado de Pedro?


Sol asintió con la cabeza, muerta de risa. Paula la miró con ternura y, como siempre le ocurría, pensó que su hija era adorable. Al hombre que las contemplaba, embobado, también le parecieron adorables las dos.


—Me quedaré a cenar con una condición —dijo, al fin, el americano.


—La tarta especial de la Tata no debería necesitar ninguna condición; está de llorar.


—¡Quiero la revancha al Monopoly! —exigió, inflexible.


—¡Síiii! —Entusiasmada, Sol aceptó en el acto aquella cláusula.


—Luego no quiero lloros cuando caigas por enésima vez en mis calles repletas de hoteles… —le advirtió Paula, muy seria.


—¡Prometo que me portaré como un hombre! —Pedro se golpeó el corazón con el puño en un gesto dramático que las hizo reír de nuevo.



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