sábado, 17 de diciembre de 2016
TE QUIERO: CAPITULO 15
Dos semanas más tarde, instalada de nuevo en su rutina, aquel viaje a Nueva York —y algunas de las cosas que ocurrieron en él— semejaban parte de un sueño. Paula llevaba varios días sin ver a Pedro quien, aun habiendo hecho propósitos de disfrutar de tres meses sabáticos, se había visto obligado a volar de nuevo a Estados Unidos para atender una emergencia.
Ella había aprovechado el tiempo para organizar el evento para el que el americano la había contratado en realidad: una fiesta inolvidable para celebrar sus diez años al frente de Alfonsoil. Ya estaba decidida la fecha —tendría lugar en tres semanas—, y las invitaciones habían sido enviadas, aunque solo para clientes, amigos y conocidos de renombre; por desgracia, según se enteró al hacer la lista, al americano no le quedaba ningún pariente cercano.
Paula se sentía muy satisfecha de cómo estaban saliendo las cosas; sabía que se había superado a sí misma, aunque no cantaría victoria hasta que todo hubiera pasado. Ni siquiera Pedro conocía al detalle en qué iba a consistir aquella velada, pero ella estaba decidida a que resultara mágica. Esperaba que, dentro de algunos años, la gente hablara aún de la espléndida fiesta de Pedro Alfonso, presidente de Alfonsoil.
Cada tarde, casi a la misma hora, Pedro la llamaba para ponerse y ponerla al día de las novedades y, entre unas cosas y otras, podían pasar más de media hora charlando por los codos hasta que alguien irrumpía en el despacho del americano o este recibía alguna llamada inaplazable y, muy a su pesar, se veía obligado a colgar. Paula esperaba aquel momento del día con impaciencia y se dijo que cuando ya no trabajara para él iba a echar de menos aquellas divertidas conversaciones.
Echó una nueva ojeada a su humilde Swatch —al mes de morir Álvaro se había visto obligada a vender el fabuloso Bvlgari con incrustaciones de brillantes que su marido le había regalado por su primer aniversario de boda—; eran las seis en punto. El avión de su jefe debía de estar a punto de
aterrizar en Barajas. En su última conversación habían quedado en que Pedro descansaría un rato en el hotel antes de salir a cenar con Candela, Lucas y ella misma.
Al principio, Paula había protestado por el cambio de planes.
Según ella, era mucho más lógico que su amiga y Pedro cenaran a solas, pero el americano logró convencerla de que resultaría todo mucho más natural y agradable si iban los cuatro juntos, así que, a regañadientes, había reservado mesa en uno de los restaurantes de moda en Madrid que tenía una lista de espera de más de dos meses, gracias a que el chef era el hijo de un buen amigo de su padre. Cuando Pedro volviera a conectar el teléfono, le estaría esperando un WhatsApp con la dirección del restaurante y la lista de las prendas que debía ponerse para la ocasión.
Paula repasó su agenda una vez más y asintió, satisfecha; estaba segura de que no se olvidaba de nada. En ese momento, entró Sol para que la ayudara con sus deberes, así que hizo el portátil a un lado y se concentró en la apasionante tarea de ayudar a su hija a aprenderse una poesía de memoria.
—No sé por qué te extrañas, Paula. A estas alturas deberías conocerla de sobra. —El tono desdeñoso de Lucas le valió una silenciosa mirada de reproche a la que él no prestó la menor atención.
Pedro se repanchingó contra el respaldo de la silla y, entonces, la mirada reprobadora se centró sobre él, quien, al advertirla, se puso en el acto más derecho que un poste de teléfono. Luego alargó la mano en dirección a los aperitivos que acababan de servirles, pero antes de decidirse a coger uno titubeó y preguntó con expresión asustada:
—¿Puedo?
Paula alzó los ojos al cielo, exasperada. Esperaba que a Pedro no le diera por sacar a pasear su retorcido sentido del humor; quería que causara una buena impresión en Candela. La misma Candela que llegaba ya con más de media hora de retraso.
—Debería haberla citado una hora antes —reconoció, fastidiada; pero, justo en ese instante, un torbellino en forma de mujer muy alta y muy delgada, y con los cortos mechones de su pelo rojizo apuntando en todas las direcciones hizo acto de presencia.
Candela los saludó desde lejos con una amplia sonrisa, completamente ajena al hecho de que las miradas de la mayoría de los comensales masculinos la seguían con interés. Iba vestida con uno de sus habituales vestidos, de colores llamativos y algo extravagante, que en otra persona con menos estilo que ella habría parecido un disfraz; sin embargo, ella lo lucía con la naturalidad de una supermodelo.
—¡Perdonad, por favor! ¡Perdonadme! —Como de costumbre, hablaba sin parar a toda velocidad —. Una ancianita se ha desmayado en la calle delante de mí y he tenido que quedarme con ella a esperar a que llegara el Sámur.
—Claro, claro, Candela. ¿No sería pariente del viejecito al que el otro día salvaste de morir atropellado por una bicicleta? —Lucas recibió las miradas furiosas de las dos amigas, una plata y otra oro, impertérrito.
—Está bien. Estaba con el informe de un cliente y he perdido la noción del tiempo —admitió con un encogimiento de hombros. Luego se volvió hacia el americano, que los observaba con interés, y añadió con expresión contrita—: Te pido disculpas, Pedro.
—No hay por qué, Candela. A mí esas cosas me ocurren a menudo —afirmó con una de sus atractivas sonrisas, a la que ella respondió en el acto.
Paula notó que Lucas fruncía el ceño al ver aquel intercambio y, una vez más, se preguntó si todo aquel desdén con el que trataba a su amiga no sería más que una forma de protegerse de su encanto.
Desde que eran niños siempre había sospechado que lo que él sentía por Candela iba mucho más allá de lo que estaba dispuesto a admitir, ni siquiera ante sí mismo.
La cena fue todo un éxito; por una vez, sus dos amigos parecían dispuestos a darse una tregua y a permanecer sentados, frente a frente, sin empezar una pelea a muerte.
Su jefe parecía encantado con Candela, que no paraba de relatar extravagantes historias del día a día en los juzgados y, entre los disparatados comentarios de Pedro y el humor seco y agudo de Lucas, Paula tenía agujetas en la tripa
de tanto reír.
Mientras servían los cafés que habían pedido, las dos amigas intercambiaron una rápida mirada y se levantaron al mismo tiempo para ir al aseo. Ya en el baño de chicas, a salvo de oídos indiscretos, empezaron a cambiar impresiones.
—Está como un queso y encima es un encanto —soltó Candela sin más preámbulos —. Creo que cualquier mujer se sentiría superorgullosa de estar con un hombre como él.
Aquel inesperado entusiasmo hizo que las tripas de Paula hicieran una cosa rara, pero lo achacó a la cena, abundante y deliciosa.
—Entonces, ¿te gusta? —preguntó al reflejo de su amiga que, en ese momento, había sacado un bote de cera de pelo de su bolso y procedía a atusarse los cortos mechones rojizos para dejarlos aún más de punta.
—La palabra «gustar» se queda muy corta.
—¡Perfecto! —exclamó Paula con aparente entusiasmo, mientras trataba de ahogar la extraña sensación de pérdida que acababa de asaltarla.
Candela siguió arreglándose el cabello sin dejar de hablar.
—Nada me gustaría más que añadirlo a mi lista de chicos guapos con los que pasar un buen rato, pero…
—¿Pero? —Arrugó la frente, desconcertada.
—Pedro no tiene el más mínimo interés en mí —afirmó su amiga, rotunda.
—¿Estás loca? No sé cómo puedes decir eso. No habéis parado de charlar durante toda la cena, Pedro se moría de risa con tus historias. No te ha quitado ojo ni medio segundo. —Paula sacudió la cabeza con incredulidad; saltaba a la vista que formaban una pareja perfecta.
Candela se volvió hacia ella con los brazos en jarras y lanzó un hondo suspiro.
—¡Ay, Pauly, siempre en Babia! Nunca cambiarás, hija mía.
Al ver que su interlocutora ponía cara de no entender nada, la pelirroja prosiguió:
—Pedro Alfonso está colado por ti. —Paula abrió la boca para soltar una carcajada, pero la volvió a cerrar sin que ningún sonido hubiera salido de su garganta. Candela se dio un último toque de brillo en los labios, le guiñó un ojo a través del espejo y comentó—: Será mejor que volvamos o se preguntarán si nos han raptado.
Paula la siguió de vuelta a la mesa, demasiado atónita para hacer ningún comentario, pero al notar la manera en que Pedro miraba a su amiga de arriba abajo con evidente apreciación, se tranquilizó en el acto y se dijo que era típico de Candela querer buscarle pareja. Llevaba haciéndolo desde que se cumplió el primer aniversario de la muerte de Álvaro y, aunque no había tenido ningún éxito hasta el momento, estaba claro que todavía no había perdido la esperanza.
Pedro Alfonso y ella… ¡por Dios, qué absurdo! No pegaban ni con cola. Cierto que era un tipo encantador y que ella lo apreciaba de verdad, pero a pesar de su actitud de oso amoroso, Paula tenía claro que el americano era un hombre peligrosamente atractivo —aquel beso ardiente que le dio
cuando iba borracho no tenía nada de ingenuo; aún se le ponía la carne de gallina al recordarlo— y ella ya había tenido su ración de hombres peligrosamente atractivos para lo que le quedaba de vida.
Si al final la cosa no cuajaba con Candela, tenía preparada una lista con un montón de mujeres cautivadoras que presentarle. A poco que hiciera a un lado su particular sentido del humor, Pedro Alfonso no tendría ningún problema en encontrar a la mujer de sus sueños.
El siguiente comentario de Lucas la hizo salir de sus agradables cavilaciones con brusquedad; había sido demasiado bonito para durar, se dijo.
—Bueno, querida Mantis, no nos has contado nada de tus últimas conquistas, ¿alguna nueva cabeza en tu vitrina de trofeos?
La sonrisa de Candela se borró en el acto; odiaba que Lucas se metiera con ella. Siempre la hacía quedar en ridículo y, aunque en cada ocasión se regañaba por entrar al trapo, era superior a sus fuerzas, así que replicó con una indiferencia desmentida por las dos manchas rosadas que aparecieron sobre sus pómulos afilados y el centelleo furioso de sus ojos grises:
—Mira quién fue hablar. Nada menos que el Mataperros, al que las chicas le duran una noche o menos. Estoy segura de que ni siquiera te quedas a dormir con ellas después, no vaya a ser que al tipo duro se le escape alguna emoción en sus sueños.
Como de costumbre, el rostro de Lucas permaneció impasible ante el ataque de la pelirroja. Paula conocía bien aquella máscara inexpresiva que lucía siempre que Candela estaba cerca; sin embargo, captó un brillo en los ojos oscuros que no tenía nada de indiferente.
Por fortuna, justo en ese momento, Pedro hizo un comentario jocoso que provocó una carcajada general y, para su alivio, volvió a reinar la tranquilidad. Decidieron ir a otro sitio a tomar la última copa y, cuando se despidieron en la puerta del local, Lucas acompañó a Paula a su casa mientras que Pedro hizo lo propio con Candela.
El lugar no quedaba lejos de su piso y la noche era agradable, así que fueron dando un paseo que Paula aprovechó para darle la charla.
—La verdad, Lucas, no me gusta que te metas tanto con la vida amorosa de Candela. Para ser sinceros, tú tampoco eres un ejemplo que digamos.
Su amigo se encogió de hombros y replicó tan solo:
—Es divertido hacerla saltar.
—No deberías burlarte de ella, solo está buscando al hombre de sus sueños.
—Pues ya debe haber descartado a la mitad del planeta —repuso él con sorna.
—Lo que ocurre es que está traumatizada por su primera vez —explicó Paula, en un intento de hacerle comprender por qué su amiga cambiaba de novio como el que cambia de camisa.
Al oír sus palabras, él se paró en seco en mitad de la calle, la agarró con fuerza de los brazos y preguntó, muy agitado:
—¿Traumatizada? Tuvo… tuvo… ¿fue una mala experiencia?
Sorprendida al ver la expresión torturada de su amigo, Paula se apresuró a negarlo:
—¡No! ¡No, claro que no! Todo lo contrario. Dice que fue tan maravillosa que no puede conformarse con menos. De hecho, me confesó una vez que a veces piensa que lo soñó todo. Si quieres que te sea sincera —prosiguió, sin percatarse de las chispas de deleite que, por unos instantes, destellaron en los iris oscuros—, yo también creo que fue un sueño. Francamente, no sé cómo sería para ti tu primera vez, pero yo estoy firmemente convencida de que el sexo mejora con el tiempo. Cuanto más practicas, mejor.
De pronto recordó algo y se quedó callada, pero su amigo no notó nada extraño.
—No creas. Mi primera vez también resultó maravillosa —contestó él con voz ronca. Luego echó a andar de nuevo, carraspeó un par de veces y le hizo una nueva pregunta—: ¿Y por qué no siguió con el tipo que la hizo sentir así?
—Eso mismo le pregunté yo, y me contestó que cuando volvió a hacer el amor con aquella persona no hubo ni siquiera un atisbo de la magia anterior. Ni siquiera disfrutó, así que cortó con él por lo sano. —Paula frunció el ceño—. No sé, me parece todo bastante raro.
Lucas no contestó, parecía absorto por completo en sus pensamientos y ya no volvió a abrir la boca hasta que le deseó buenas noches frente al portal de su casa.
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