sábado, 17 de diciembre de 2016

TE QUIERO: CAPITULO 14





A la mañana siguiente, Paula salió de su habitación con la maleta en la mano. Pedro, con los párpados cerrados, la aguardaba en el salón en la misma postura que la noche anterior. Si no hubiera sido porque llevaba ropa limpia y tenía el pelo húmedo de la ducha, cualquiera habría pensado que
no se había movido del sillón. Al oírla, el americano abrió los párpados y, al notar aquellos ojos penetrantes clavados en ella, Paula no pudo evitar ruborizarse.


—Hola, Paula, baby —susurró él, como si pensara que hablar en un tono de voz normal podría provocar una catástrofe de dimensiones incalculables.


—Eh… esto… ¡Hola, Pedro!


Paula trató de sonar alegre y despreocupada, mientras, muerta de vergüenza, posaba sus pupilas en todas partes menos en él. Sin embargo, sus siguientes palabras la obligaron a mirarlo de frente:
—Una pregunta, Paula. ¿Por casualidad estuvimos anoche en un local de digamos… mala reputación?


Ella le lanzó una mirada especulativa por debajo de sus largas pestañas. A lo mejor no se acordaba de nada, se dijo; la noche anterior estaba tan borracho que no sería extraño. 


Decidió actuar con cautela y contestó con otra pregunta:
—¿Por qué lo dices? —Abrió mucho los ojos, en un intento de parecer lo más inocente posible.


—No sé. —Pedro se rascó la barbilla recién afeitada sin quitarle la vista de encima—. Tengo una vaga imagen de una de esas… esas bailarinas exóticas, ya sabes…


De pronto, Paula vio el cielo abierto y, decidida a evitar una situación que se le antojaba de lo más incómoda para cualquier futura relación laboral, lo interrumpió sin contemplaciones.


—¡Qué va, Pedro, por Dios! Lo habrás soñado. Ya se sabe cómo estáis de salidos los tíos… Bailarinas exóticas, ja, ja. Eres tronchante. —Aquellas carcajadas, tan falsas, le provocaron un ataque de tos.


Él la miró con expresión perpleja.


—Pues para ser un sueño parecía muy real. Cada vez que pienso en aquel baile… bueeeno, será mejor que lo deje ahí.


Aquella inconfundible mueca lasciva fue la puntilla. 


Abochornada por completo, Paula trató de ocultar sus mejillas ardientes bajo su larga melena y, con un gesto aparatoso, giró la muñeca y miró su reloj.


—¡Uy, es tardísimo! Será mejor que nos vayamos corriendo al aeropuerto; si no, perderemos el avión.


—Quedan más de tres horas para que salga nuestro vuelo, Paula, baby —protestó Pedro, que parecía encontrarse muy a gusto en el sillón.


—Por eso mismo, Pedro. Aún nos queda encontrar un taxi, facturar, hacer el numerito sexy en el control de seguridad —en cuanto pronunció aquella palabra se arrepintió; pero, por fortuna, Pedro no se inmutó, así que siguió con la lista—, comprar chocolatinas en el duty free…


—¡Ok, ok, me has convencido! Voy a coger mi maleta y nos vamos.


Diez minutos después estaban instalados a bordo de un taxi rumbo al aeropuerto JFK y, para alivio de Paula, el beso, tan inesperado como extraordinario de la noche anterior, parecía no haber ocurrido jamás.



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