sábado, 15 de octubre de 2016

SUYA SOLAMENTE: CAPITULO 18




Paula pensó, cerca del ataque de histeria, que era como si él le hubiese leído la mente antes de que pusiera en marcha su estrategia de escape. Se acercó con piernas temblorosas hacia la sonriente pareja, preguntando directamente:
—¿Cómo es que estás aquí?


—¡Niña, menuda bienvenida! —para su asombro, Paula se encontró aplastada contra el corpulento pecho de su tía abuela en una extraña exhibición de afecto—. ¡En jet privado y helicóptero! ¡Imagínate, me he sentido como una reina! ¡Pedro lo ha arreglado todo!


—No podíamos celebrar nuestro compromiso sin ella —fue su fría y desagradable bienvenida.


Zafándose del abrazo de oso, Paula le dedicó una mirada de aversión. Él contestó con la sonrisa divertida de un hombre satisfecho que puede hacer que las cosas ocurran para obtener lo que quiere.


¡Con razón no había puesto objeciones a que pasara el día fuera! ¡Se había limitado a hacerla seguir y a arreglar el viaje de su tía para asegurarse de colocar a Paula en una situación aún más difícil! ¡Qué despiadado y manipulador!


—¡Me llevé una gran alegría cuando Pedro me llamó con la noticia de vuestro compromiso! —exclamó Edith—. ¡Creo que no he pegado ojo desde que me invitó a venir aquí y quedarme para la boda!


Oh, claro, ¡menudo estratega!


—¿Por qué no vamos a la terraza? Ágata nos traerá algo frío para beber —dijo Pedro con suavidad—. Mamma está descansando antes de la cena. Cree que se encuentra perfectamente, pero sigue estando delicada —añadió, y Paula notó con rabia que se dirigía a ella con cierto tono de advertencia.


No necesitaba recordarle el delicado estado de salud de Fiora. Apreciaba mucho a su madre, y de no ser por que no quería hacerla sufrir, habría abandonado Italia al darse cuenta de que se había enamorado de un hombre que no le convenía en absoluto, ya fuese aquello una excusa válida o no.


La recuperación de Fiora era su más fuerte moneda de cambio. Y encima había metido en todo aquello a su tía, consiguiendo otro punto a su favor. ¡Tenía ganas de matar a aquel demonio manipulador!


Atravesando con los ojos su amplia espalda mientras caminaban alrededor de la inmensa villa, Paula apenas oyó decir a Edith:
—Espero no haberla fatigado. Hemos tenido una charla muy interesante a mi llegada. Disculpa si la he retenido demasiado tiempo.


Al escuchar su tono de preocupación, Pedro se giró, ofreciéndole una sonrisa cálida y sincera.


—Eres la familia de Paula, Edith, y Mamma valora por encima de todo las relaciones familiares. Que se haya retirado no tiene nada que ver con tu presencia, que es más que bienvenida. Carla, que es su dama de compañía, y yo siempre insistimos en que descanse todas las tardes. 
Conocerte y tenerte aquí la hace muy feliz. Y la felicidad es la mejor medicina, ¿no es así?


«Otra advertencia nada sutil», despotricó Paula mientras pasaban bajo la pérgola cuajada de glicina y se dirigían a la escalera que llevaba a la terraza.


Tan pronto como pudiese estar a solas con su tía tendría que confesarle que el compromiso, al menos en lo que a ella respectaba, era una farsa y explicarle lo que la había llevado a esta penosa situación. Lo estaba deseando. No existía en el mundo persona más recta y franca que su pariente, que deploraría el engaño y lo diría sin tapujos.


Pero la oportunidad se echó a perder cuando Pedro las dejó solas para buscar al casero. Edith se volvió hacia ella enseguida con ojos brillantes de emoción y le dijo:
—¡No sabes lo feliz que me ha hecho esta noticia! ¡Qué peso me he quitado de encima! Debo confesar que llevaba un tiempo preocupada por tu futuro bienestar. No, escucha —pidió al ver que Paula abría la boca para protestar—, no viviré eternamente, y quién sabe qué habrá sido del irresponsable de tu padre. Odiaba pensar que iba a dejarte sola en el mundo —se acercó a una mesa situada a la sombra y ordenó, recuperando un ápice de su antigua acritud—: Siéntate, niña. Estaba preocupada por ti. Has estado trabajando a todas horas con la única compensación de saber que estabas ayudando a gente necesitada, sin tiempo ni ocasión para conocer hombres o dedicarte a una carrera rentable. Me sentía culpable por haber estado tan implicada en Life Begins y no haber pensado en tu futuro, por no haber hecho, ni con mucho, lo suficiente por ti.


—¡No hables así! —gritó Paula con gran emotividad—. ¡Todavía vivirás muchos años! Y lo has hecho todo por mí —protestó vehementemente, consternada por lo que acababa de oír y añadió con sincera compasión—: No debe de haber sido fácil cuidar de mí —en el momento en que la mayoría de las mujeres piensan en tranquilizarse y tomarse las cosas con más calma, Edith se había hecho cargo de una niña que podría tacharse de abandonada—. Me diste una familia, el sentimiento de ser aceptada, una infancia segura y feliz.


—Nunca fue difícil, niña. ¡Nunca! —los ojos de Edith se humedecieron—. Y ahora ya no tendré que preocuparme más. Tu boda me ha quitado una gran carga de los hombros, te lo aseguro. Y con un hombre tan fuerte, tan cariñoso… tan rico… —señaló todo lo que les rodeaba—. Pero créeme, aunque fuese tan pobre como las ratas lo aceptaría de corazón. Tuviese el dinero que tuviera, no dejaría de ser un buen esposo para cualquier mujer. De hecho, gracias a su generosidad podemos dejar el futuro de Life Begins en manos de gente preparada, de modo que enterramos otra preocupación.


Pedro no volvió a reunirse con ellas. Ágata trajo zumo de naranja helado y recién exprimido y expresó las disculpas del signor. Tenía que trabajar y las vería en la cena.


Dejando a su tía abuela en su habitación, admirada del servicio y decidiendo cuál de los dos trajes que traía sería más apropiado para la cena, Paula salió a buscar a Pedro dispuesta a reprenderle. ¿Qué derecho tenía a seguirla y a traer a su confiada tía y meterla en aquel lío?


Se le daba bien humillarla. Pensó que había sido muy lista al evitar su «persuasión», pero durante todo el tiempo él había tenido un as en la manga y se había estado riendo de ella. 


¡Con razón le había permitido marcharse para no tener que verlo!


Dirigiéndose directamente a su estudio, lo encontró junto a la ventana hablando por teléfono. Cambiando el peso del cuerpo de un pie a otro, esperó hasta que acabó de hablar, negándose a dejarse impresionar por su magnificencia. Los ojos aún le echaban chispas cuando él se volvió hacia ella y le sonrió.


—¿Cómo te atreves? —le espetó, saltando prácticamente en su deseo por acercarse a él y abofetearle.


—Cara? —levantó una ceja en un interrogante que ella encontró exasperante.


—¡Sabes perfectamente de lo que hablo! —la cara se le encendió de rabia—. Sabes muy bien lo que has hecho. ¡Ahora decepcionaremos a dos ancianas en lugar de a una sola! ¿Tienes idea…? ¿Sabes lo que me ha dicho mi tía? ¡Dice que al saber que tengo el futuro asegurado se ha quitado un gran peso de encima! —con ojos vidriosos, no lograba hablar con coherencia por la rabia que sentía al ver que la había puesto en aquella situación—. Utilizas a la gente como marionetas para obtener lo que deseas, sin tener en cuenta sus sentimientos.


Pedro le costó evitar una sonrisa. La pequeña Paula Chaves poseía un encanto cautivador. ¡Un manojito de furia sibilante!


Reconoció admirado que ella había tenido que armarse de valor para venir a insultarle. Estaba acostumbrado a que todo el mundo, sobre todo sus compañeras de cama, que eran algo que ya pertenecía al pasado, lo tratase como si fuese una especie de dios, que se deshiciesen por agradarle y lo halagasen servilmente. Ver a Paula enfrentarse a él de esa manera le hizo sentirse vivo por primera vez en años.


—Hago lo que se tiene que hacer. ¿No has oído eso de que el fin justifica los medios?


Cuando Paula vio que él avanzaba hacia ella, se sintió sofocada. El aire quedó atrapado en sus pulmones y apretó los puños: con «el fin» se refería a casarse.


¡Con ella!


Y no porque la amase, sino porque era lo conveniente. No quería decepcionar a su madre porque la adoraba. Y después de la tragedia que había acabado con la muerte de su hermano, su cuñada y el hijo que ésta esperaba, haría lo que fuese por alegrar sus últimos años de vida. Además, acostarse con una virgen iba a ser una experiencia novedosa. Él podría enseñarle todo lo que sabía sobre el placer. ¡Hasta que se aburriese!


¡Gracias, pero no, gracias! Puede que lo amase y lo desease hasta que se convirtiese en un dolor ardiente que casi no pudiese soportar, pero se respetaba demasiado a sí misma como para permitirse aceptar aquella proposición tan insultante.


Pero en aquel momento lo tenía cerca. Demasiado cerca. Y aun así, logró elevar la cabeza y mirarlo desafiantemente a los ojos.


¡Gran error!


Eran de un atractivo tan fascinante que se sintió aturdida. 


Siempre le provocaba aquella reacción. Y cuando le agarró una mano, abriéndole los dedos, no pudo hacer nada por detenerlo.


Acariciando con un dedo la palma de su mano, él refrenó la urgencia de su deseo por llevarla hasta el sofá y quitarle la ropa, poniendo de nuevo al descubierto la desnudez que su mirada ávida ya había contemplado. Deseaba explorar con manos impacientes cada curva, cada valle de su cuerpo menudo y proporcionado, y descubrir el secreto de su feminidad y su placer hasta que le rogase que la dejase ir. 


Deseaba hacerla suya.


Pero iba a ser su esposa. Estaba totalmente decidido. Y como futura esposa, debía respetarla. Apartando de su mente sus fantasías eróticas y prometiéndose cumplirlas todas en su noche de bodas, dijo:
—No hay por qué decepcionar a nadie, cara mía. Nuestra boda hará feliz a todo el mundo.


Aquel rampante atractivo era peligroso. Ella se sentía acalorada, inquieta, con los pechos tensos, los pezones empujando la camisa que llevaba bajo el traje de lino y la mente en blanco. Por no hablar de la vocecilla que le apremiaba para que se rindiera, que le dejase hacer todo lo que quisiese hacerle y admitir que le amaba. Pero de pronto, la conciencia de que estaba manipulándola otra vez le hizo recuperar la cordura de modo tan efectivo como si le hubiesen arrojado un cubo de agua helada.


Retirando la mano de golpe, dio un paso atrás, con el pulso latiéndole con fuerza en las sienes. Él se estaba aprovechando de su carácter bondadoso. Era lo suficientemente listo como para saber que ella sería incapaz de hacer daño a alguien a quien amase. Y sabía que ella y Fiora se apreciaban mucho mutuamente, y que quería mucho a su tía abuela, que valoraba todo lo que había hecho por ella y los sacrificios que había hecho al adoptarla y criarla como si fuese su propia hija.


Bueno, le había demostrado que no era tan blanda como él pensaba. Con la cabeza alta, le dijo:
—Olvidaste ponerme en la lista de las personas que serían felices con nuestro matrimonio. ¿O he de suponer que estoy incluida en ese «todo el mundo»?


Desdeñada por sus métodos, cuando todo lo que tenía que hacer era decirle que la amaba y que fuese algo sincero, cosa que ella sabía que nunca iba a pasar, pudo reunir fuerzas para marcharse mientras le decía:
—No me casaré contigo. Te dejo para que des la mala noticia cuando creas conveniente y sea tu conciencia la que cargue con las consecuencias, ¡si es que la tienes!







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