domingo, 9 de octubre de 2016

LA PROXIMA VEZ... : CAPITULO 25






Cuando al fin los niños se fueron a la cama, Pedro la hizo sentarse en el sofá, a su lado.


Pedro, quizá esto debería esperar hasta mañana. Es casi la una de la madrugada —comentó Paula.


—No. Será mejor que me atrapes mientras tenga ánimos. Esto no es algo de lo que hablo con facilidad.


—¿Por qué, Pedro? ¿No sabes que puedes decirme cualquier cosa?


—Lo sé —dijo él—. Sé que quieres comprender por qué actúo de esa manera en el trabajo. Todo empezó hace treinta años.


—Pero entonces apenas eras un niño —indicó ella.


—Correcto, tendría aproximadamente la edad de Jonathan. Mi padre perdió su empleo. Eso le sucede a muchos hombres, ¿no es así? La empresa quebró y mi padre fue despedido. Al principio, mi madre y él intentaron ocultar que sucedía algo malo. El salía de casa todos los días, en busca de un nuevo empleo, pero ya era una persona mayor. El quería prepararse, pero no había muchas oportunidades para eso entonces. Hizo diferentes trabajos. Mi madre se dedicó a lavar y a limpiar casas. Sobrevivimos pero mi padre nunca estuvo bien, después de aquello. Nunca dejamos de quererlo, pero él perdió el respeto por sí mismo.


—Todo eso debió de ser terrible para ti —comentó Paula. No la conmovían tanto las palabras como la expresión de sus ojos, la tristeza de su mirada.


—Sólo fue una lección —señaló Pedro—. Me juré que nunca dependería de otro ser humano para ganarme la vida, que cualquiera que fuera el negocio al que me dedicara, yo sería el dueño.


—Lo hiciste, querido. Tienes éxito. Tu negocio va bien —comentó Paula.


—Tengo que asegurarme de que continúe así, no sólo por mí, Paula, ni siquiera por los niños. Tengo empleados, más de cien, aquí y en Los Ángeles. Tengo una responsabilidad con ellos también, y con sus familias.


Paula pensó que era demasiada responsabilidad para un hombre solo; sin embargo, al fin comprendió. Podía comprender la necesidad de Pedro por mantenerse en la cima.


—¿No podrías compartir parte de esa responsabilidad, Pedro?


—Es mía, Paula. La acepté el día que abrí el negocio —replicó él.


——¿Y si perjudicas tu salud? —preguntó ella—. ¿Qué pasaría si de tanto trabajar sufrieras un ataque al corazón y te murieras? —preguntó con enfado—. ¿Quién sería entonces el responsable, Pedro? ¿Estás seguro de que tu comportamiento no es egoísta? Al parecer eres una especie de héroe, estarás contento, ¿no? Vuelvo a preguntarte, ¿qué sucederá si te matas mientras tanto? ¿Quién será entonces el héroe? ¿Y qué haremos tus hijos y yo sin ti?





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