sábado, 22 de octubre de 2016

AMANTE EN PRIVADO: CAPITULO 17





La Villa Mimosa albergaba una piscina fabulosa y, durante los últimos días, Paula había tenido mucho tiempo para admirarla. Era un precioso día de verano en Italia. El ama de llaves de Pedro, Sophia, estaba a su servicio para proporcionarle todo tipo de manjares y su novela era razonablemente entretenida. Tenía todo lo que podría desear, se dijo a sí misma, ignorando la voz que le decía que no tenía a Pedro.


Estaba allí por la noche, claro. No podía quejarse de falta de atención en el dormitorio. Hacían el amor con dedicación, como si Pedro estuviera decidido a compensarla por los cuatro años que habían pasado separados. Cuando le hacía el amor, Paula se convertía en una criatura salvaje centrada sólo en dar y recibir placer hasta que caía rendida en sus brazos.


A veces él la despertaba antes del amanecer simplemente besándole la piel. Luego ella sonreía y sentía que su cuerpo estaba listo para recibir al suyo. Pero, cuando se despertaba por la mañana, la cama estaba vacía.


Él tenía compromisos; ella lo sabía. Los momentos entre carreras eran tan cruciales como la carrera en sí, pues Pedro trabajaba junto a los diseñadores e ingenieros para perfeccionar el coche. Además, tenía la presión añadida de dirigir los intereses económicos de la compañía Alfonso. Le había explicado que su padre había sufrido una ligera apoplejía, probablemente a raíz del suicidio de Gianni, y Fabrizzio estaba decidido a entregarle las riendas del negocio al único que hijo que le quedaba.


Ella comprendía todo eso. ¿Pero entonces por qué esa voz en su cabeza no paraba de susurrarle que nada había cambiado y que su relación estaba basada en el sexo y en nada más? Se dijo a sí misma que estaba actuando como una niña malcriada. Pedro siempre había vivido su vida a toda velocidad, tanto dentro como fuera de la pista; ella no podía esperar que las cosas fueran diferentes. Cuatro años atrás no había estado contenta con la situación, pero entonces le faltaba la confianza para decírselo. Si iban a darle una oportunidad a la relación, tendría que hablar alto y claro y luchar por el tipo de vida que deseaba antes de que el respeto en ella misma quedara erosionado como ya había ocurrido en el pasado.


Pedro regresó a la villa a tiempo para comer y, mientras caminaba por la terraza, Paula sintió un vuelco en el corazón. 


Estaba guapísimo con sus chinos y su camisa color crema abierta a la altura del cuello. Con sus gafas de sol de diseño y su Rolex de oro, tenía el aspecto de un playboy millonario, no el de un hombre que se contentaría con una vida doméstica y tranquila.


—Buon giorno, cara —dijo él, inclinándose para besarla—. ¿Qué has hecho esta mañana?


—Nadar, leer... El ejercicio y el sol vienen bien para mi pierna. Las cicatrices están desapareciendo un poco.


Pedro se sentó a un lado de su tumbona y deslizó la mano por su pierna.


—Bien —dijo—. Me alegro por ti, pero ya te dije que, si las cicatrices te disgustan, pediré cita con el mejor cirujano plástico que encuentre.


—¿Quieres que me opere? —preguntó ella con curiosidad.


Pedro se quitó las gafas de sol y la miró.


—Para ser sincero...no. Tus cicatrices forman parte de ti y son un recuerdo de lo valiente que eres. Para mí eres perfecta —dijo antes de cubrir de besos las marcas que recorría su pierna.


Siguió subiendo la cabeza hasta llegar a sus muslos, y Paula contuvo la respiración al sentir su lengua en el estómago. El ritmo de sus caricias cambió y ella se retorció sobre la tumbona mientras Pedro le quitaba el bikini y dejaba sus pechos al descubierto.


—Sophia ha dicho que sacaría la comida a la terraza —murmuró Paula distraídamente y con la respiración entrecortada al notar cómo Pedro le acariciaba los senos con las manos.


—Le he dicho que espere un rato—dijo él.


—Pero yo tengo hambre —añadió ella sin molestarse en disimular el brillo perverso de sus ojos—. ¿Tú no?


—Me muero de hambre, cara —contestó Pedro mientras le apretaba los pechos y rodeaba sus pezones con la lengua—. ¡Dame de comer!


Paula estaba ardiendo por dentro, desesperada por que le quitara la parte de abajo del bikini como había hecho con la de arriba, pero, en vez de eso, él se incorporó y deslizó los dedos por su cuerpo, acariciándola suavemente sobre el tejido de las braguitas del bikini.


—¡Pedro! Por favor... ahora —no podía esperar un minuto más. Ni siquiera había empezado a tocarla por dentro y ya sentía los primeros espasmos de placer, recorrer su cuerpo y el deseo de sentirlo dentro se había convertido en una necesidad imperiosa. Aun así, Pedro se quedó sentado, mirándola.


—Levanta las caderas —dijo él con voz profunda y, cuando ella obedeció, le terminó de quitar el bikini y deslizó las manos por sus muslos, separándolos de modo que sus tobillos colgaran a ambos lados de la tumbona. Entonces se puso en pie y se desnudó lentamente sin dejar de mirarla, hasta que finalmente se tumbó sobre ella y la penetró con una fuerte embestida. Luego se apartó casi por completo, haciendo que Paula gritara su nombre y hundiera las uñas en sus hombros, pidiéndole que volviera a hacerlo y uniéndose a su ritmo frenético. Estaba tan excitada que no tenía manera de controlarse, y echó la cabeza hacia atrás para mirar al cielo mientras las sacudidas de placer la embargaban. Pedro se quedó parado unos segundos, situado sobre ella y, cuando Paula dejó de estremecerse, siguió moviéndose cada vez con más fuerza y rapidez, hasta que ya no pudo aguantar más y sintió el placer de su clímax.


El sonido del teléfono móvil acabó con la tranquilidad y Paula contuvo la respiración mientras, durante unos segundos, Pedro lo ignoraba. Se quedó mirándola a los ojos, luego murmuró algo en voz baja y contestó.


—Papá —inmediatamente comenzó a hablar en un italiano rápido que Eden no podía comprender aunque quisiera, lo cual no era el caso. La mayoría de las conversaciones telefónicas de Pedro eran con su padre, y Fabrizzio demandaba la atención de su hijo a cualquier hora del día o de la noche. Paula casi podía creer que estaba observándolos, decidido a meterse en las pocas horas de intimidad que compartían, y sabía con total seguridad que Fabrizzio no estaba contento con el lugar que ocupaba ella en la vida de su hijo.


Se levantó de la tumbona, se puso el albornoz y se dirigió hacia la casa. Se daría una ducha, comería algo y pasaría la tarde... bueno, ya se le ocurriría algo. Sin lugar a dudas, Pedro iría a las oficinas de la compañía si su padre se lo ordenaba.


La estaba esperando en el dormitorio cuando Paula salió del baño con el pelo envuelto en una toalla.


—Siento lo de antes. Mi padre...


—No tienes que darme explicaciones. Sé que ha estado enfermo y que estás ocupado.


—Normalmente no estoy tan ocupado —murmuró Pedro, frunciendo el ceño, y se giró para mirar por la ventana. Paula estaba guapísima envuelta en su toalla, y le hubiera gustado arrancársela y tumbarla en la cama. El sexo sería lento y delicado en esa ocasión, pero, cuando su cuerpo empezaba a calentarse, cerró los ojos y se obligó a mantener el control. 


Fabrizzio quería que fuera a la oficina para revisar unos papeles que, de pronto, eran de suma importancia, aunque no entendía por qué.


Por primera vez en su vida, lamentaba las órdenes de su padre. Para ser sincero, lamentaba cualquier cosa y a cualquiera que lo apartara de Paula, e incluso las horas que pasaba entrenando parecían una obligación. En el fondo de su mente permanecía la acusación de Paula al decir que su padre la había despreciado e insultado. Su padre siempre había sido cortés con ella, ¿verdad? Tal vez no la hubiera recibido con los brazos abiertos, pero tampoco había ocultado nunca su esperanza de que su hijo mayor se casara con una chica italiana. ¡Una chica como Valentina de Domenici!


—Tengo unos cuantos días libres antes del Grand Prix de Indianápolis —dijo él mientras observaba cómo se vestía—. Se me había ocurrido que podríamos ir a Venecia.


—¿De verdad? ¿No tienes cosas que hacer? Tu padre...


—Puede apañárselas sin mí durante unos días. Hace cuatro años cometí el error de no pasar suficiente tiempo contigo. No quiero volver a cometerlo, pero me temo que estaré fuera el resto del día.


—Por suerte tengo un buen libro —dijo ella.


—Podrías salir —murmuró él, deseando poder quedarse con ella y olvidarse del resto del mundo—. Podrías ir de compras. Milán es conocida mundialmente por sus exclusivas boutiques y a la mayoría de las mujeres les gusta ir de compras.


—Dijiste que yo te gustaba porque soy diferente —dijo ella con una sonrisa—. No me interesa tu dinero, Pedro. Sólo me interesas tú.


Venecia estaba a la altura de su reputación como una de las ciudades más románticas del mundo, pensaba Paula mientras yacía sobre las sábanas revueltas y observaba la decoración de los postes de la cama. No le habría importado quedarse en la villa, pero Pedro estaba decidido a cumplir una promesa que le había hecho cuatro años atrás, y habían pasado unos días maravillosos explorando la red de canales que atravesaban la ciudad.


Mientras que habían pasado los días empapándose de la historia de Venecia, las noches no habían sido menos enérgicas, y Paula tenía el cuerpo dolorido. El deseo que Pedro sentía por ella era como un pozo sin fondo, pero no se quejaba e, incluso aunque le hubiera hecho el amor varias veces durante la noche, sonrió al recordar cómo le gustaba pasar las mañanas. Se giró y su sonrisa desapareció al descubrir que la cama estaba vacía.


Una brisa agitó la cortina y entonces lo vio, sentado en una de las sillas del balcón donde desayunaban cada mañana.


—Te has levantado temprano —murmuró ella, colocándose tras él y colocando las manos sobre sus hombros.


Pedro no contestó, pero le agarró una de las manos y se la llevó a la boca para besarla.


—He estado pensando —murmuró finalmente—. En el pasado, en Gianni y en ti.


—Creí que ya habíamos acordado que viviríamos en el presente, pero nunca hubo un «Gianni y yo». No lo estaba besando junto a la piscina aquella noche y no tenía una aventura con él.


—Te creo —contestó él—. Entonces debí darme cuenta de que no me mentirías. Eres la persona más transparente que he conocido. No guardas secretos, no a mí. Tu mente es transparente como el agua.


Paula esperaba que no fuera tan transparente. Había un secreto que no podía revelar. El amor no tenía cabida en esa relación, y se negaba a avergonzarlo a él y a sí misma declarando que era el amor de su vida.


—Te debo una disculpa —Pedro se puso en pie y la tomó entre sus brazos—. No sé por qué Gianni quería que rompiéramos. Sólo se me ocurre que te quisiera para él y sus sentimientos fueran tan fuertes que estuviese preparado para sacrificar su vínculo conmigo. Hemos perdido cuatro años. Por él dejé escapar algo muy preciado para mí. A ti. Confié en él antes que en ti, pero no puedo odiarlo por lo que hizo. Madre de Dios, Paula, a pesar del daño que nos causó a los dos, sigo deseando que estuviera aquí, y aún lo echo de menos.


—Lo sé —dijo ella, abrazándolo—. Yo no odio a Gianni y desde luego no espero que tú lo hagas. Era tu hermano. Vi lo unidos que estabais.


—¿Pera por qué intentó estropear lo que había entre nosotros? Sabía lo que yo sentía por ti.


—No sé, pero debía de tener una buena razón, porque te idolatraba, Pedro. Pero ya ha pasado y, a pesar de todo, nos hemos vuelto a encontrar. Creo que deberíamos dejar que Gianni descansara en paz con sus secretos.


Entonces Pedro la besó con suavidad y ella le rodeó el cuello con los brazos mientras la levantaba y la llevaba de vuelta al dormitorio.


—Creo que tu sugerencia de que nos concentremos en el presente es una idea excelente —le dijo mientras la dejaba sobre las sábanas y le desabrochaba el cinturón del albornoz.


Ella no dijo nada, pero sus ojos se oscurecieron y sus labios se separaron ligeramente viendo cómo él se desnudaba y se tumbaba a su lado.


—Eres el único hombre al que he deseado, Pedro —susurró, sabiendo que corría el riesgo de revelar demasiada información, pero no podía evitarlo. Durante unos segundos, había presenciado lo mal que se sentía por la muerte de Gianni, una tristeza acrecentada por la certeza de saber que su hermano había mentido, y Paula quería reconfortarlo, demostrarle que se preocupaba.


Pedro se quedó quieto al oír sus palabras y luego deslizó las manos por su cuerpo, separándole las piernas y arrodillándose a su lado, haciéndole sentir su aliento caliente en los muslos.


—Entonces será mejor que me asegure de que la cosa no cambie, cara mia —dijo, y comenzó a utilizar su lengua con un efecto tan devastador, que Paula se olvidó de todo salvo de él.

3 comentarios:

  1. Ayyyyyyy, Pau está re enamorada. Ojalá no les hagan separar otra vez.

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  2. Muy buenos capítulos! Ojalá el padre de Pedro no busque separarlos de nuevo. Aunque me temo que es lo que planea...

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  3. Muy buenos capítulos! Ojalá el padre de Pedro no busque separarlos de nuevo. Aunque me temo que es lo que planea...

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