sábado, 22 de octubre de 2016

AMANTE EN PRIVADO: CAPITULO 15





El Grand Prix de Italia se celebraba en Monza, y las carreteras que conducían al circuito estaban atestadas de coches, a pesar de que quedasen horas para la carrera. La ayudante personal de Pedro, Petra, había atendido la petición por parte de Paula de una entrada para la carrera sin hacerle muchas preguntas. La discreción era el punto fuerte de Petra. Ella había sido una de sus pocas aliadas durante su tiempo en el equipo Alfonso y, al día siguiente, el pase VIP y los detalles del vuelo habían llegado a la casa Dower.


Paula se dio cuenta de que el resto dependía de sí misma, y el miedo se apoderó de ella. Debía de estar loca por meterse de lleno en la boca del lobo. Probablemente, Pedro la rechazara, pero, al ver su accidente, se había visto obligada a asumir que la vida sin él no era vida.


Su pase para la carrera incluía una recepción con champán, y fue arrastrada por uno de los organizadores de la carrera hacia la sala VIP, donde el corazón le dio un vuelco al verse rodeada de hermosas mujeres. Monza era un gran evento en la vida social de Italia, y la sala estaba llena de miembros de la alta sociedad, aparte de las típicas supermodelos. 


Pensaba que no podía competir con ellas. Algunas de esas mujeres eran despampanantes, altas, morenas, con piernas inacabables y faldas muy cortas. A Pedro le gustaban las mujeres con falda, pero a Paula no le quedaba más remedio que llevar pantalones para ocultar sus cicatrices.


El traje azul que llevaba había sido tremendamente caro, pero merecía la pena por el soberbio corte que tenía. Los pantalones estilizaban sus piernas mientras que la chaqueta enfatizaba su esbelta cintura. Parecía fría y elegante, pero, a la vez, sensual con la camisola visible bajo la chaqueta y el pelo recogido en un moño.


Comparada con el resto de mujeres sensualmente vestidas de la sala VIP, parecía una de las vírgenes vestales, pero el orgullo le obligaba a levantar la cabeza bien alta y a sonreír al reconocer a uno de los mecánicos del equipo Alfonso.


Alonso hablaba poco inglés y Paula ni siquiera estaba segura de si se acordaría de ella después de tanto tiempo, pero, a medida que se aproximaba a él, Alonso sonrió con clara admiración.


—He venido a ver a Pedro —comenzó ella.


—¿Pedro? Ven. Está en la salida.


Antes del comienzo de la carrera, la salida estaba llena de organizadores de la carrera, y de celebridades que se mezclaban con los pilotos. Monza era una carrera importante para Pedro. Él era una figura legendaria en Italia y muchos admiradores iban allí a verlo ganar. Defraudarlos no era una opción y la sensación de expectación que había en el aire le recordó a Paula la intensa presión a la que Pedro estaba sometido.


Estaba apoyado en su coche, vestido con un traje de carreras blanco decorado con los logos de sus patrocinadores y una gorra blanca en la cabeza. Parecía tranquilo mientras se reía posando para los fotógrafos. A su alrededor, chicas en bikini con bandas del logo de la compañía que anunciaban.


—De acuerdo, Pedro, pon el brazo alrededor de la cintura de Cindy y, Cindy, abrázate a él, cariño. Así, pon la mano en su pecho. Buena foto. Otra vez.


A un extremo del grupo estaba el hombre al que Paula no quería ver, y el corazón le dio un brinco al contemplar a Fabrizzio Alfonso. Siciliano de nacimiento, Fabrizzio era más bajo que su hijo, pero con los mismos hombros anchos y la misma mandíbula fuerte. El hijo de un campesino venido a más. Su ascenso a la cima estaba bien documentado, al igual que el hecho de que su matrimonio con una rica heredera tenía mucho que ver con su éxito. Incluso en la actualidad, con un billón de libras a su nombre, poseía una vena despiadada que temían sus rivales en los negocios. 


Tomaba lo que quería de la vida, despreciando aquello que no consideraba suficientemente bueno, y Paula había estado en la cima de esa pila de basura.


—¡Eh, jefe! —gritó Alonso, y Pedro giró la cabeza y se quedó rígido al ver a Paula—. La signorina Paula ha vuelto.


—¿Y eso? —preguntó Pedro, cruzándose de brazos y mirando a Paula de arriba abajo como si fuera un raro espécimen en un tarro. A su alrededor, las chicas dejaron de hablar y los fotógrafos comenzaron a manipular sus cámaras—. Qué sorpresa. ¿Qué deseas, Paula?


Bajo su pose indolente, estaba tenso. Sus ojos parecían de hielo mientras esperaba a que ella hablase.


—A ti —contestó Paula. No sabía qué otra cosa decir más que la verdad.


Tenía el interés de todo el mundo puesto en ella, y las modelos comenzaron a reírse y se acercaron a Pedro. El sol brillaba con fuerza, creando un intenso calor en la pista. No había posibilidad de que saliera de allí con el orgullo intacto, pensaba Paula mientras miraba a Pedro y recordaba sus comentarios diciendo que algún día bastante, y la humillación frente a un grupo de rubias esculturales no iba a cambiar nada.


—Dijiste que disfrutarías viéndome rogarte otra oportunidad para volver contigo —dijo ella sin dejar de mirarlo—. Bueno, pues aquí estoy, rogando.


Las risas se hicieron más patentes. Un par de fotógrafos dispararon sus flashes, pero Paula no se molestó en mirarlos y fue Pedro quien se movió impacientemente, apartándose de Cindy.


—No más fotos —exigió—. Hemos terminado —se alejó, deteniéndose un instante para mirar a Paula—. ¿Vienes o no?


Ella salió corriendo tras él, incapaz de descifrar su reacción y sin advertir la mirada de Fabrizzio Alfonso mientras los observaba.


Su caravana estaba lejos de ser lujosa. Tal vez fuera multimillonario, pero no le gustaban los grandes caprichos y prefería mezclarse con el resto del equipo. Una vez dentro, 
Pedro se dirigió al frigorífico, sacó una botella de agua y dio un sorbo.


—¿A qué diablos estás jugando, Paula? —preguntó, apoyándose contra un mueble mientras la miraba—. Hace dos semanas decías que no querías tener nada que ver conmigo. ¿A qué viene este cambio tan radical?


—Te echo de menos —contestó ella con sinceridad. Durante la larga noche de insomnio después de su accidente, había decidido que la vida era demasiado corta. Ella había sobrevivido a la explosión de la mina por pura suerte, la misma suerte por la que Pedro había salido del coche después de estrellarse en Portugal. ¿Y si un día se les acababa la suerte? ¿No era hora de seguir a su corazón en vez de a su cabeza?


Pedro resopló y comenzó a andar de un lado a otro de la caravana, quitándose la gorra y pasándose la mano por el pelo.


—¿Es eso cierto? —preguntó, pero, bajo su arrogancia, podía verse la inseguridad. No era propio de él. Era el hombre más seguro de sí mismo del planeta, pero, sin embargo, y por increíble que pareciera, le importaba su respuesta. A pesar de la atención que le prestaban todas las mujeres, Pedro aún la deseaba.


—No estoy jugando a nada —contestó ella mientras se acercaba a él—. Lo único que deseo es esto —se puso de puntillas y lo besó salvajemente.


Olía tremendamente bien, y el aroma de su aftershave inundó sus sentidos. Durante lo que pareció ser una eternidad, Pedro no reaccionó y, con un intenso sentimiento de desesperación, Paula lo besó con más pasión, devorando sus labios antes de separarlos con la lengua. Se dio cuenta de que había malinterpretado las señales. No la deseaba y, en pocos segundos, la apartaría de él y la despreciaría. 


Pero, justo cuando estaba dispuesta a admitir su derrota, Pedro emitió un gemido y la rodeó con los brazos.


Cuando él separó los labios, Paula sintió que iba a desmayarse del alivio y dejó que él tomara el control y la besara con pasión.


Allí era donde tenía que estar. Era la mujer de Pedro y, a pesar de los años separados, él era el único hombre al que desearía.


—Esta vez no habrá marcha atrás, no cambiarás de opinión en el último momento —dijo Pedro cuando levantó la cabeza finalmente—. Estoy tan desesperado por tenerte que podría poseerte aquí mismo, en la caravana, en mitad del Grand Prix, y al infierno con quien pudiera entrar. Pero, como de costumbre, no hay tiempo. Nunca hubo tiempo para nosotros.


—Sacaremos tiempo —prometió ella—. Después de la carrera, estaré aquí, esperándote.


Él murmuró algo en italiano antes de volver a besarla y deslizar las manos por su cuerpo, desabrochándole la chaqueta para explorar dentro, y gimiendo con placer al palpar su camisola y darse cuenta de que no llevaba sujetador.


—Cara mia, te deseo tanto que podría explotar.


Paula no pudo evitar gemir de placer cuando comenzó a acariciarle los pezones a través de la camisola. Deseaba más, deseaba que la desnudara y la poseyera allí mismo, pero la enorme multitud de admiradores se había reunido para ver a su héroe nacional. Su momento llegaría después.


—Estaré aquí —repitió ella, y el golpe en la puerta le recordó que tenía que contener su impaciencia, a pesar de saber que Pedro también estaba conteniéndose.


—¿Por qué has venido realmente? —preguntó él de nuevo mientras se ponía la gorra.


—Vi el Grand Prix de Portugal. Fuiste la noticia del día.


—No me pasó nada. Sólo unos cuantos cardenales, nada más.


—Lo sé. Hablé con Petra después. ¿Pero y si no hubieras sobrevivido, Pedro? Lo único que me quedaría sería mi orgullo. Dijiste que querías darle a nuestra relación otra oportunidad, empezar de cero —vaciló por un momento antes de seguir hablando—. Yo también deseo eso. Estoy cansada de pensar en el pasado y de preocuparme por el futuro. No sé cuánto duraremos, pero, francamente, ya no me importa. Te deseo ahora, hoy.


—En este momento estoy un poco ocupado, cara mia —dijo él con una sonrisa—. ¿Puedes esperar a esta noche?





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