sábado, 22 de octubre de 2016

AMANTE EN PRIVADO: CAPITULO 14





Cruzar la puerta principal de la casa Dower era como regresar a un viejo amigo, pensó Paula mientras observaba los muros cubiertos de hiedra que tanto le gustaban. Su corazón parecía destinado a seguir hecho pedazos. No podía quedarse en esa casa y no podía tener a Pedro, aunque no le hubiera importado vivir en una caja de zapatos si él demostrara que quería algo más de ella aparte de sexo.


Le entregó a Nico su carta de dimisión para abandonar la casa, pidiéndole que la mantuviese informada de cualquier otra propiedad que pudiese alquilar. Por suerte, el verano era una época ajetreada en Wellworth, y pasó el resto de la semana cubriendo la fiesta en la vicaría, el partido de criquet de los veteranos y una noticia sobre el mal estado de las cañerías en el hospital local. Tras tres años cubriendo noticias sobre sequías y desastres en África, era difícil mostrar entusiasmo por la vida parroquial. Se recordó a sí misma que su carrera era importante. Ya había renunciado a ella una vez, cegada como estaba con su romance con Pedro, y estaba decidida a no volver a sacrificarla.


A decir verdad, no lograba mostrar entusiasmo por nada, y, desde luego, no por la comida. La ropa le quedaba grande y varios amigos le habían preguntado si estaba enferma. 


Enferma de amor, pensaba ella, por segunda vez en cuatro años. Pero la verdad era que no había superado lo de Pedro la primera vez y volver a verlo había vuelto a abrirle las heridas del corazón.


Estaba decidida a evitar ver por televisión el Grand Prix de Portugal, y pasó el domingo con Cliff, Jenny y su nuevo bebé. Se dijo a sí misma que era increíblemente afortunada. 


Tenía unos amigos maravilloso y vivía en uno de los pueblos más bonitos de toda Inglaterra. La vida era agradable y mucho más simple sin Pedro, pero, sin embargo, aquella noche se encontró a sí misma haciendo zapping de un canal a otro en busca de alguna noticia sobre los eventos deportivos del día.


Pedro salió el primero en la carrera, y Paula experimentó esa sensación tan familiar al ver cómo les iba sacando ventaja a los demás coches. Incapaz de quedarse sentada, daba vueltas de un lado a otro entre el salón y la cocina, y el súbito grito del comentarista hizo que derramara un cartón entero de zumo de naranja antes de salir corriendo hacia la pantalla.


—... Alfonso se ha salido. Pedro Alfonso, cinco veces campeón del mundo, se ha estrellado en el Grand Prix de Portugal. Y tengo que decir que, a juzgar por las imágenes, sería un milagro que saliera de los amasijos de su coche.


—No, por favor, no —susurró Paula. ¿Dónde estaba Pedro? No podía verlo con toda aquella gente delante, pero, como había dicho el comentarista, parecía imposible que pudiera haber sobrevivido al choque que había dejado su coche hecho un amasijo de hierros. De pronto recordó que el programa sólo estaba mostrando los momentos más importantes. La carrera había tenido lugar horas antes. Pedro podría llevar horas muerto y ella ni siquiera lo sabía.


Pedro, sal del coche —dijo y, de pronto, la multitud de personas se apartó y la cámara enfocó a Pedro saliendo del asiento del conductor. Mientras lo ayudaban a salir, la cámara le hizo un primer plano y Paula se arrodilló frente al televisor. Tenía la cara oculta bajo el casco, de modo que sólo podía ver sus ojos, y era como si estuviera mirándola directamente a ella.


Un segundo después, su imagen desapareció. El programa cubrió el resto de la carrera y luego pasó a un partido de rugby, pero Paula no veía nada, no oía nada. Simplemente se quedó sentada frente a la televisión con la mano en la pantalla como si, de algún modo, pudiera tocar a Pedro. Poco después, subió las escaleras y entró en la suite que Pedro había ocupado por una noche. La tristeza que había ido acumulando durante toda la semana finalmente se apoderó de ella, y lloró hasta que le dolió el pecho y se le pusieron los ojos rojos. Así que eso era el amor. Aquel miedo por la seguridad de Pedro y la desesperación por meterse en el próximo vuelo y seguirlo a donde fuera que estuviese.


No podía vivir sin él, pero tampoco con él. ¿Cómo podía contemplar la opción de volver a ser su amante, yendo de un hotel a otro y esperando siempre a que terminara una carrera? Parecía que estaba destinada a amar siempre a un hombre que estaba fuera de su alcance, porque Pedro no la amaba; dudaba que alguna vez lo hubiese hecho. La pregunta que la mantuvo despierta el resto de la noche era si podría conformarse con menos.




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