sábado, 10 de septiembre de 2016

EL ANONIMATO: CAPITULO 7



Paula se levantó al alba, se llenó los bolsillos de golosinas para Medianoche, manzanas aquella vez, y luego decidió que se merecía un buen desayuno antes de salir a trabajar con el caballo y de arriesgarse a tener un encuentro con Pedro.


Aunque era muy temprano, Esteban y Karen ya hacía tiempo que se habían marchado. Había una cafetera llena de café caliente encima de la cocina, junto con dos huevos recién recogidos del gallinero y un plato de crujiente beicon. Paula se habría conformado con cereales y tostadas, pero aquello resultaba demasiado tentador.


Veinte minutos más tarde, con el estómago lleno, se sacó una taza de café al porche y sentó allí, llena de felicidad. El sol acababa de salir por el horizonte y cubría los campos con una luz dorada. Una docena de sesiones de meditación no podrían crear la poderosa serenidad que sentía en aquellos momentos.


—Esto debe de ser lo más inteligente que he hecho nunca…


Mientras se tomaba el café, planeó su mañana. ¿Con qué frecuencia había podido utilizar su tiempo como le viniera en gana? Una gran parte de su vida se había visto controlada por los horarios de producción de las películas, las giras de promoción y las reuniones interminables para hablar de futuros proyectos. Nunca más.


A partir de aquel momento, su vida se vería unida al ritmo de la vida en un rancho. Por ahora, su horario sería especialmente ligero. Una hora con Medianoche, para dejar que el animal se acostumbrara a su presencia, sería probablemente más de lo que el caballo podría soportar. 


Después de eso, iría a Winding River, tal vez para tratar de invitar a Emma y a Gina a que almorzaran con ella en el restaurante de Stella. Quería aprovechar todas las oportunidades que tuviera para poder estar con sus amigas.


El sonido del teléfono la sacó de su agradable ensoñación. 


La costumbre hizo que fuera corriendo a contestar, a pesar 
de que posiblemente tendría que ver con asuntos del rancho.


—Rancho Blackhawk.


—Paula, ¿eres tú?


Paula suspiró al escuchar una voz demasiado familiar. Era Guillermo Matthews, uno de los agentes más importantes. 
Defendía con uñas y dientes a sus clientes. Unos meses atrás, ella lo había adorado por eso. En aquellos momentos, aquel rasgo de personalidad le parecía menos deseable.



—Hola, Guillermo. Creí que, cuando nos dijimos adiós el otro día, comprendiste lo que significaban mis palabras. ¿Por qué me llamas?


—Me ha costado mucho, pero el estudio ha accedido a pagar una cifra más alta si firmas esa comedia de la que hablamos. Conseguiré que seas la actriz mejor pagada después de Julia Roberts.


—Guillermo —susurró ella, sintiendo que el alma se le caía a los pies—. No me lo puedo creer. ¿No me llamaste hace unos días cuando estaba preparando mis maletas y me dijiste casi las mismas palabras?


—Esta oferta es nueva. Hay incluso más dinero y un porcentaje de los beneficios. Te quieren, Paula. Te quieren mucho.


—Me alegro, pero mi respuesta sigue siendo la misma. No me interesa ni este proyecto ni ningún otro. ¿Por qué sigues negociando en mi nombre?


—Porque ese es mi trabajo. Por eso me pagas tanto dinero. Quiero que ganes todo el dinero que te mereces. Eres la segunda estrella más taquillera del país hoy en día. Esta película sentará precedente para todos los contratos que firmes a partir de ahora. Es importante hacerlo bien.


—Guillermo, no lo entiendes. No voy a hacer esa película.


—Claro que sí.


—No, así que no te esfuerces por conseguir más dinero. Estás perdiendo tu tiempo y el de ellos. ¿Qué les va a parecer cuando se den cuenta de que nunca tuve intención de comprometerme con ellos? Tu credibilidad se hará pedazos.


—No lo entiendo —replicó Guillermo, tras un profundo silencio—. ¿Es por el guión? Ya hemos hablado de eso. Contratarán un nuevo guionista para que vuelva a escribirlo. Pueden conseguir a quien tú quieras.


—El guión es fabuloso tal cual está, pero a mí no me interesa. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo?


—Hasta que consigas que me lo crea. Huy, espera un momento. Ken acaba de pasarme una nota. Tengo al estudio por la otra línea.


—No voy a esperar —le espetó Paula—. Tengo que dejarte.


—¿Por qué? ¿Qué es más importante que esto?


—Tengo una cita con un caballo —respondió.


Entonces, colgó antes de que Guillermo pudiera responder.


Como sabía que Guillermo volvería a llamar, se marchó de la casa inmediatamente y se dirigió al corral. Al llegar allí, se subió a la valla y contempló al animal. El pelaje negro del semental relucía al sol. Estaba solo, alejado de los demás caballos. En aquel momento, levantó la cabeza y pareció olisquear el aire. Entonces, se volvió lentamente hacia Paula y la estudió con la misma intensidad con la que ella lo hacía con él.


Paula se sacó un trozo de manzana del bolsillo y se la ofreció. El caballo relinchó y movió la cabeza, como si estuviera declinando la tentadora oferta. Sin embargo, un minuto después, el poderoso semental trotó suavemente hacia ella. Se detuvo a pocos pasos, lleno de cautela.


—Si quieres esta manzana, vas a tener que venir a tomarla —dijo ella suavemente—. El caballo se alejó un poco—. Está bien —añadió. Empezó a meterse la manzana en el bolsillo, pero un relinchó de protesta la hizo detenerse—. Muy bien, piénsatelo. Yo puedo esperar.


Paula permaneció sentada allí, completamente quieta, con el dulce trozo de manzana bien a la vista. Entonces, el animal emitió un sonido parecido a un suspiro, se acercó a ella y se lo arrebató delicadamente. Satisfecho con la golosina y con la falta de peligro que Paula parecía suponer para él, el caballo se acercó un poco más y le olisqueó el bolsillo. En aquel momento, la joven se atrevió a acariciarlo.


Le pasó la mano por el esbelto cuello. Aunque Medianoche no se apartó de ella, tembló bajo sus dedos. La reacción fue reveladora en sí misma. Saber que alguien había maltratado a aquel magnífico animal repugnó a Paula.


—Buenos días, guapo.


—¿Está hablando conmigo? —preguntó una profunda voz masculina.


Paula levantó la cabeza y vio que Pedro estaba a unos pocos centímetros de ella, lo suficiente para hacer que Medianoche se alejara.


¿Cómo no se había dado cuenta de que Pedro se acercaba y del calor que irradiaba de su cuerpo? Una vez más, se quedó atónita por el modo en el que él conseguía que una simple camiseta y unos vaqueros parecieran ropa de diseño. Ningún hombre tenía derecho a estar tan guapo, y mucho menos a aquella hora de la mañana.


Entonces, se dio cuenta de que llevaba dos tazas de café en la mano. Le ofreció una de ellas.


—Vi que venía usted hacia acá y pensé que era un buen momento para hacer las paces —dijo.


—Entonces, ¿no va aderezado el café con arsénico? —bromeó ella, aceptando la taza.


—Yo no le he puesto nada —le aseguró—. ¿Tiene algún enemigo que yo no sepa?


—En Winding River no —comentó, recordando que había algunas personas en Hollywood que no derramarían ni una sola lágrima si ella desapareciera para siempre. Había descubierto que los celos y la avaricia podían crear muchos enemigos—. Gracias, necesitaba un café.


—¿Es que no suele levantarse tan temprano? —preguntó él, con un cierto desdén.


—Siempre me levanto tan temprano, pero eso no significa que me acostumbre nunca a este hecho. Por naturaleza, soy una lechuza.


—Resulta difícil ser una lechuza en un rancho. Hay demasiadas tareas que deben realizarse al alba.


—Tareas que yo crecí haciendo. Tal vez no me guste madrugar, pero sé cuáles son mis responsabilidades.


—Mire, señorita…


—Con Paula vale.


—De acuerdo, entonces, Paula. Está claro que ayer empezamos con mal pie y parece que estamos a punto de volver a hacer lo mismo. ¿Qué te parece si volvemos a comenzar sin nociones preconcebidas? Por cierto, llámame Pedro.


—Encantada de conocerte —dijo Paula. Sabiendo que tenía más sentido ser amigos que enemigos, extendió la mano.


Él se la estrechó con un rápido movimiento. Incluso aquella brevedad fue suficiente para despertar una extraña sensación en ella. Las manos endurecidas por el trabajo siempre le habían resultado más atractivas que las manos de manicura perfecta que tenían la mayoría de los actores. 


Las manos ásperas hacían que la piel se despertara. Solo aquel pensamiento la hizo temblar del mismo modo en que Medianoche había temblado antes.


—¿Es que tienes frío?


—No, estoy bien —dijo ella, avergonzada por haber reaccionado de aquella manera—. Bueno, ¿cuál es el plan? Doy por sentado que tienes uno.


—Esteban dice que debería dejar que hicieras lo que quisieras con los caballos, mientras no pierdas la vida. Como eso es algo que yo tampoco quiero, ¿qué te parece si vamos a dar un paseo a caballo? Déjame ver cómo manejas un caballo. Tal vez eso me tranquilice más que lo que vi ayer.


—¿Quieres que monte a Medianoche? —bromeó ella.


No le gustaba que la sometiera a una prueba, pero lo entendía. Si ella hubiera sido Pedro, habría hecho lo mismo.


—Solo si no te importa no regresar —replicó, sin hacer nada que indicara si hablaba en serio o no.


—Entonces, creo que lo dejaré para la próxima vez. Dado que tú conoces a los caballos mejor que yo, tú eliges hoy. Y no me escojas el jamelgo más lento que haya en el establo o haré que lo lamentes.


—¿Qué te parece si hacemos un trato?


—Vaya, menuda novedad. Me sorprende que comprendas ese concepto.


—Bueno, te sorprenderías de lo que soy capaz de hacer si se me da el incentivo adecuado…


—Eso debe de significar que Esteban te ha ofrecido una bonita cantidad por aguantarme —comentó ella, riendo.


—Ni un centavo, pero me dejó entrever que tú no eras una novata y que te debía a ti y al rancho una oportunidad.


—Muy bien. ¿Cuál es el trato?


—Tú elegirás tu caballo, siempre y cuando yo pueda darle el visto bueno.


—De acuerdo.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario