sábado, 10 de septiembre de 2016

EL ANONIMATO: CAPITULO 10




Cuando regresó a la casa, Paula estaba cubierta de polvo, acalorada y cansada, pero muy emocionada. Vio que Karen estaba sirviendo dos vasos de limonada.


—Te vi venir —dijo Karen, entregándole uno de los vasos—. A juzgar por la expresión de amargura que tienes en el rostro, pensé que necesitarías algo fresco para beber.


—Gracias —susurró ella, antes de darle un buen trago—. Era justo lo que necesitaba.


—¿Has tenido un buen día? —le preguntó Karen, tras beber un poco de la limonada.


—Productivo.


—¿En qué sentido?


—He ganado a Pedro en una carrera que me echó para tratar de impresionarme.


—¿Es que no has aprendido nada? Ganar a un hombre en su propio terreno no es la mejor manera de ganarle el corazón.


—Yo no quiero ganar el corazón de Pedro.


—¿No? ¿Qué buscas entonces?


—Su respeto —confesó, sabiendo que era cierto.


—Entiendo. Eso resulta aún más fascinante —comentó Karen, con una sonrisa en los labios.


—¿Por qué?


—Porque no hay razón para querer el respeto de un hombre a menos que creas que es merecedor del tuyo propio.


—Sí, bueno, eso habrá que verlo —dijo Paula, que no estaba preparada para admitir aquello todavía—. Es demasiado arrogante…


Sin embargo, sabía perfectamente que había habido momentos en los que Pedro y ella habían conectado a cierto nivel. No se trataba solo de química. Había algo más, algo que tenía potencial.


—Como si… —añadió.


—¿Cómo si qué? —preguntó Karen, muy intrigada.


—Nada.


—Ahí está otra vez —comentó su amiga, riendo—. Oh, esto va a ser muy divertido.


—¿El qué?


—Verte enamorarte como una estúpida. Casi no puedo esperar a contárselo a Emma y a las demás. Últimamente han estado haciendo apuestas sobre cuándo te llegaría el turno. Ahora que estás aquí, van a hacer todo lo que
puedan para ser la que te coloque con el hombre adecuado. Me encanta estar a la cabeza cuando ellas ni siquiera lo saben.


—No te tengas en tanta consideración —replicó Paula, frunciendo el ceño—. Gina sospecha algo. Vino anoche, después de que Esteban y tú os marcharais a la cama. Notó algunas cosas que yo dije y se le metieron una serie de ideas alocadas en la cabeza.


—¿De verdad? ¿Cómo cuáles?


—No importa. No pienso jugar a este juego. Ya lo he hecho dos veces con desastrosos resultados. No tengo la intención de volver a probar.


—¡Qué pena! Porque esos hombres no valían ni para darles brillo a tus zapatos. En cuanto a Pedro, creo que es un hombre de verdad.


—¿Y cómo lo sabes? No lleva aquí ni un mes.


—Algunas veces, una mujer sencillamente sospecha esas cosas…


—Sí, como lo supiste la primera vez que miraste a los ojos de Esteban. Si no recuerdo mal, pensaste que era un ladrón y un canalla.


—Teníamos algunos temas que superar, tienes razón, pero eso sólo animó un poco más las cosas. Además, no trates de cambiar de tema. Casi no puedo esperar a compartir estas noticias con nuestras amigas.


—Ni te atrevas —replicó Paula, enfadada por no haber podido convencer a Karen de que no había noticia alguna de la que hablar.


Por el amor de Dios, cuando la gente empezara a hablar, la noticia no tardaría mucho tiempo en alcanzar los periódicos y aquello supondría el final de su anonimato. Siempre habría alguien dispuesto a hablar de alguien famoso por un precio.


—¿O qué? —le desafió Karen.


—Tendré una pequeña charla con Esteban —respondió Paula, en tono amenazante.


Aquello era mucho mejor que verse diseccionada en las portadas de las revistas.


—¿Sobre qué? —preguntó Karen, llena de sospecha.


—Bueno, estoy segura de que hay muchas cosas que él no sabe sobre las mejores hazañas del «Club de la Amistad». Me parece recordar un incidente en particular en el que esta honorable y tranquila esposa fue sorprendida mostrándole el trasero al director del instituto…


—Yo nunca hice eso —protestó Karen, sonrojándose completamente—. Al menos no intencionadamente. No tenía ni idea de que él estaba por allí.


—Lo que importa es que lo hiciste y que tengo testigos.


—De acuerdo, de acuerdo. No diré ni una sola palabra sobre Pedro y tú.


—Es que no hay nada sobre Pedro y yo.


—No, no, claro que no —dijo Karen, enseguida—. Trataré de recordarlo cuando la expresión de tu rostro se suavice y te pongas toda melosa cada vez que se mencione su nombre.


—Eso no es cierto… ¿O sí?


—Si no me crees, pregúntaselo a Esteban.


—Yo no pienso preguntarle a Esteban nada por el estilo —replicó Paula—. De hecho, creo que os voy a evitar a los dos y me voy a marchar a Winding River. Tal vez pueda encontrar a alguien que se porte bien conmigo e invitar a esa persona a un carísimo filete en el restaurante de Stella.


—Esta noche ni hablar. Esta noche hay carne asada, lo que significa que Esteban y yo nos iremos en cuanto él regrese. ¿Quieres venir con nosotros?


Paula suspiró. ¿Por qué enfrentarse a lo inevitable?


—Vale, pero os invito yo.



—Dejaré que Esteban y tú libréis esa batalla —respondió Karen—. Oh, y para que lo sepas, Pedro suele ir también a probar el asado de carne de Stella.






No hay comentarios.:

Publicar un comentario