lunes, 18 de julio de 2016

RENDICIÓN: CAPITULO 18





Paula se detuvo frente al imponente edificio de cristal y miró hacia arriba. En algún lugar, ocupando tres plantas del bloque de oficinas más caro de todo Londres, Pedro estaría trabajando en su despacho. Al menos, eso esperaba ella. 


Esperaba que no estuviera fuera del país. No quería que pudiera armarse de valor una segunda vez para repetir aquella visita.


Hacía ya un mes desde la última vez que lo vio y no había tenido noticias de él desde entonces. Él había depositado una buena suma en su cuenta bancaria, tal y como había prometido. En realidad, la cantidad había sido demasiado elevada, considerando que ella se había marchado antes de lo que había prometido.


¿Cómo le habría ido con la conversación con su hija? 


¿Habrían conseguido encauzar su relación?


¿Habría encontrado él a otra mujer?


Durante las últimas semanas, aquellas preguntas no habían dejado de torturarla, cebándose en su tristeza hasta que… 


Hasta que había ocurrido algo tan abrumador que había dejado de tener sitio en la cabeza para aquellas preguntas.


Respiró profundamente y entró en el vestíbulo. Se vio rodeada de un flujo constante de personas que iban y venían, pero no tardó en ver el elegante mostrador de acero y cristal que indicaba el lugar donde se encontraba la recepción del edificio.


Había estado pensando lo que decir, dado que había dado por sentado que no resultaría fácil acceder al despacho de Pedro Alfonso. De hecho, podría ser que él mismo se negara a recibirla. Se había inventado una historia que rayaba en el melodrama con una pequeña sugerencia de que, si no le permitían acceder a su despacho, él se enfadaría mucho.


Funcionó. Diez minutos después, subía en un ascensor a una de las plantas superiores. Le habían dicho que alguien saldría a recibirla al ascensor, por lo que se sentía muy nerviosa. Tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para no empezar a hiperventilar.


Su asistente personal le preguntó con preocupación y ella respondió con voz bastante tranquila. Sin embargo, sentía unas profundas náuseas.


Cuando por fin llegaron al despacho de Pedro, Paula estaba a punto de desmayarse. Ni siquiera sabía si estaba haciendo lo correcto. Había tomado la decisión de ir allí para luego rechazarla en tantas ocasiones que había perdido la cuenta.


El despacho exterior, que ocupaba su asistente personal, era muy lujoso. De hecho, resultaba un poco intimidatorio, pero no tanto como la puerta tras la que Pedro estaba esperándola.


Ciertamente, él la estaba esperando. Estaba en medio de una videoconferencia cuando su secretaria lo llamó para informarle de que una tal Paula Chaves estaba en recepción. 


Por supuesto, quería saber si debería pedirle que se marchara o franquearle el acceso.


Pedro interrumpió su videoconferencia sin dudarlo. Una parte de su ser le pedía que le negara el acceso. ¿Por qué diablos iba a querer tener algo que ver con una mujer que se había acostado con él y que no había negado haberlo hecho como parte de sus preparativos para entrar en el mundo de la caza de solteros y que luego se había marchado de su vida sin mirar atrás? ¿Por qué iba a hablar con alguien que le había dejado muy claro que él no era la clase de hombre que estaba buscando, a pesar de que no había emitido queja alguna cuando se acostaron juntos?


Después de que se asegurara de enviarle el dinero que se le debía, no había tenido noticias de ella que le confirmaran que lo había recibido, a pesar de que le había pagado muy por encima de la suma acordada sin tener en cuenta que no había trabajado todo el tiempo por el que se le había contratado.


El tiempo que había desperdiciado esperando una llamada de teléfono o un mensaje le enojaba profundamente. Eso por no mencionar el tiempo que había pasado pensando en ella. 


De hecho, en aquellas semanas, no había podido sacársela de la cabeza.


Por lo tanto, cuando recibió aviso de que ella quería verlo, no lo había dudado. No tenía ni idea de lo que quería, pero, además de la curiosidad, tenía la agradable esperanza de que ella hubiera regresado para recuperarlo. Tal vez el maravilloso mundo que había esperado encontrar en los bares a los que se iba para ligar no había cubierto sus expectativas. Tal vez el hecho de divertirse con el hombre equivocado no había estado tan mal como ella había pensado en un principio. Tal vez echaba de menos el sexo…
O, más posiblemente, su jefe la había enviado por algo que ver con el trabajo que él les había encargado. Aquello era lo más probable. Si había algo de lo que hablar, su jefe había dado por sentado que ella era la más indicada para hacerlo y, por supuesto, Paula no había podido negarse, al menos sin dar detalles de su vida privada que Pedro estaba seguro que no compartiría jamás.


Cuando Claire, su asistente personal, le anunció que ella ya había llegado a través del teléfono, Pedro había llegado a la conclusión de que no le importaba en absoluto lo que ella tuviera que decirle y que la única razón para permitirle el acceso había sido por cortesía.


Por ello, la hizo esperar un poco. Entonces, se reclinó en su sillón de cuero y le informó a Claire de que podía dejarla pasar con voz fría y tranquila.


Tras franquear el umbral del despacho, Paula sintió que se le cortaba la respiración. Por supuesto, no había olvidado el aspecto físico de Pedro. ¿Cómo iba a hacerlo cuando llevaba su imagen marcada a fuego en el pensamiento? Sin embargo, nada podría haberla preparado para las frías profundidades de sus ojos oscuros ni el intimidante silencio que la recibió.


Al principio, no sabía si sentarse o seguir de pie hasta que él le indicara que tomara asiento. Afortunadamente, él le indicó una de las butacas cuando las piernas empezaron a amenazar con perder su fuerza. Al mismo tiempo, Pedro miró el reloj como para asegurarse de que no se acomodaba demasiado porque no tenía mucho tiempo para ella.


Aquel era el hombre del que se había enamorado. Sabía que había dañado su orgullo cuando le dejó, pero había albergado la esperanza de que él se pusiera en contacto con ella de algún modo, aunque solo fuera para preguntarle si había recibido el dinero que él había depositado en su cuenta. O tal vez para contarle lo que había ocurrido con Raquel. Seguramente, eso habría sido lo más correcto… Sin embargo, no había habido contacto alguno. Paula sabía que si ella no hubiera ido a verlo, jamás se habría vuelto a encontrar con él. En aquellos momentos, Pedro la contemplaba con la mirada fría, con el mismo entusiasmo que alguien que contemplara algo despreciable.


–Y bien –dijo él por fin–. ¿A qué debo este inesperado placer?


A pesar de todo, no pudo evitar pensar que ella tenía un aspecto fantástico. Había tratado de sustituirla por una de las mujeres con las que había salido meses atrás, una rubia muy guapa con enormes senos y hermoso rostro. Sin embargo, apenas si había podido soportar su compañía una sola tarde. ¿Cómo iba a poder hacerlo cuando estaba demasiado ocupado pensando en la mujer que estaba sentada frente a él en aquellos momentos?


–Lo siento mucho si te estoy molestando –consiguió decir ella. De repente, se dio cuenta de que no podía darle la noticia que había ido a contarle sin algún tipo de advertencia.


–Soy un hombre muy ocupado –replicó él con una fría sonrisa–, pero jamás he permitido que se diga de mí que soy un grosero. Una examante se merece al menos unos minutos de mi tiempo.


Paula se mordió la lengua y se contuvo para no decirle que aquella afirmación era el colmo de la grosería.


–No tardaré mucho. ¿Cómo está Raquel?


–¿Has venido hasta aquí tan solo para hablar sobre mi hija?


Paula se encogió de hombros.


–Bueno, me impliqué bastante con lo que le ocurría. Tengo curiosidad por saber cómo salieron al final las cosas.


Pedro estaba seguro de que aquella no era la razón de su visita, pero estaba dispuesto a jugar un poco hasta que ella decidiera contarle el verdadero motivo.


–Mi hija se ha mostrado muy… contenida desde que se supo todo este asunto. Regresó a Londres sin demasiadas protestas y parece aliviada de que la opción del internado haya sido descartada. Naturalmente, le he tenido que poner ciertas reglas, siendo la más importante que no quiero volver a tener problemas con su actitud en el nuevo colegio.


Por supuesto, no había sido tan duro como parecía al comunicarle sus reglas. Raquel no se había comportado bien, pero él también tenía su parte de culpa. En aquellos momentos, al menos había diálogo entre ellos que auguraban que muy pronto la conversación sería más cordial.


Además, había ido a ver a los padres del muchacho para contarles lo ocurrido y explicarles claramente lo que ocurriría si recibía otro correo suyo. Los padres se quedaron atónitos, pero parecían ser buenas personas y prometieron hacerse cargo y solucionar el problema con las drogas que tenía su hijo.


Raquel no comentó nada sobre el resultado de la actuación de su padre, pero Pedro vio el alivio que se reflejaba en el rostro de la muchacha.


–Me alegro… –susurró ella entrelazando las manos.


–Bueno, ¿quieres alguna otra cosa? Si eso es todo…


Observó la esbelta columna de su cuello, la cabeza gacha y los hombros caídos. Quiso preguntarle si le había echado de menos. 


No lo hizo.


–Solo una cosa más –murmuró ella. Se aclaró la garganta y lo miró con evidente incomodidad.


De repente, Pedro lo comprendió todo. Quería volver con él. Se marchó de Italia con la cabeza bien alta y, tras tratar de encontrar al hombre perfecto, llegó a la conclusión de que no iba a resultarle tan fácil como había pensado. En ausencia de don Perfecto, el señor Sexo Fantástico no estaría mal.


Por encima de su cadáver.


No obstante, resultaba agradable pensar que él iba a suplicarle. Estuvo a punto de sonreír.


¿Debería ayudarla a librarse de la incomodidad por lo que quería decirle o debería limitarse a esperar hasta que ella se decidiera a romper su silencio? Por fin, con un suspiro
que implicaba que ya había desperdiciado demasiado tiempo, sacudió la cabeza y dijo:
–Lo siento. Llegas tarde.


Paula lo miró muy confusa. Era una situación muy incómoda. 


Ella se había presentado en su despacho para verlo y allí estaba, sumida en el silencio mientras trataba de encontrar el modo de decirle lo que había ido a comunicarle. 


Seguramente, Pedro se estaba preguntando qué demonios hacía desperdiciando su tiempo.


–Estás ocupado…


Una vez más, se preguntó si él la habría reemplazado. Si habría regresado con su tipo habitual de mujeres.


–¿Has estado ocupado? –le preguntó sin poder contenerse.


–¿Ocupado? –replicó él, aunque sabía perfectamente a lo que ella se refería por el modo en el que se le habían sonrojado las mejillas. Sintió una profunda satisfacción–. Explícate.


–Trabajo. Ya sabes –dijo para tratar de disimular su primera intención, aunque por el brillo de los profundos ojos de Pedro sabía perfectamente que él había comprendido lo que ella había querido saber en primer lugar.


–El trabajo es el trabajo. Siempre estoy ocupado. Fuera del trabajo…


Pedro pensó en su cita con su examante, que no era rival para la mujer que lo observaba en aquellos momentos con enormes ojos castaños. Se encogió de hombros y dejó que ella diera por sentado que su vida privada era un lugar muy íntimo al que no estaba invitada.


–¿Y tú? –añadió cambiando de tema–. ¿Has encontrado ya a tu media naranja?


–¿Qué querías decir con eso de que llego tarde? –preguntó ella. Llevaba unos segundos dándole vueltas a la pregunta y necesitaba escuchar la respuesta.


–Si crees que puedes entrar de nuevo en mi vida sin más porque hayas tenido problemas a la hora de encontrar a don Perfecto, estás muy equivocada.


Orgullo. ¿Y qué tenía de malo el orgullo? 


Ciertamente Pedro no tenía intención alguna de contarle la verdad, es decir, que le estaba costando olvidarla a pesar de que, a aquellas alturas, ella no debería ser nada más que un recuerdo borroso.


Siempre había sido un hombre rápido a la hora de sustituir a sus amantes. Debería serlo aún más para olvidar a una que lo había dejado a él.


–No tengo intención alguna de regresar a tu vida –replicó Paula fríamente.


Pedro entornó la mirada. Entonces, se fijó en lo que antes había pasado por alto. El modo tan rígido en el que estaba sentada, como si tuviera en estado de alerta todos los nervios de su cuerpo. Además, no hacía más que retorcerse los dedos.


–En ese caso, ¿por qué estás aquí? –le espetó. No le agradaba ver que ella no había ido a suplicarle y le molestaba pensar que no había sabido interpretar las señales.


–Estoy aquí porque estoy embarazada.


Ya estaba. Lo había dicho. Las cinco palabras que llevaban absorbiéndole el pensamiento desde que realizó la prueba de embarazo hacía tres días habían salido por fin a la luz.


Cuando no le vino la regla, ni siquiera se le ocurrió pensar que pudiera estar embarazada. Se le había olvidado el preservativo que se rompió. Tan solo cuando relacionó lo del periodo que no le había venido con los senos dolorosos se acordó de la primera vez que hicieron el amor… El resultado quedó claro después de realizar la prueba de embarazo.


Necesitó un par de días para acostumbrarse a la idea, para aceptarla. Empezó a analizar cómo cambiaría su vida porque no pensaba abortar. Cuando lo consiguió, no pudo evitar sentir una excitación, una curiosidad inigualables. Iba a ser madre. Jamás había pensado que aquello podría ocurrirle. 


Sabía que eso le acarrearía muchos problemas, pero no pudo evitar sentir una gran excitación.


¿Sería niño o niña? ¿Qué aspecto tendría? ¿Se parecería a Pedro? Ciertamente, al menos tendría un recuerdo permanente del único hombre al que sabía que amaría siempre.


Se preguntó si debería decírselo. Se preguntó si le arruinaría la vida al decirle que iba a volver a ser padre en circunstancias similares a las de su hija. ¿Pensaría que ella estaba tratando de cazarle tal y como había hecho Bianca?


Pensó que tal vez sería mejor no decirle nada y dejarle que siguiera con su vida. Después de todo, él no había tratado de ponerse en contacto con ella tras regresar de Italia. ¿No sería lo mejor dejarlo estar en vez de hacerle estallar en el rostro una bomba que tendría consecuencias permanentes en su vida?


Al final, decidió que no le podía negar la oportunidad de saber que iba a ser padre. Después de todo, el bebé era suyo y tenía sus derechos.


Vio que efectivamente aquello había sido una noticia inesperada para él cuando vio cómo la expresión en el rostro de Pedro pasaba de expresar total asombro a horror absoluto.


–Lo siento –dijo ella–. Sé que esto es probablemente lo último que esperabas…


Pedro le estaba resultando casi imposible reaccionar. 


Paula estaba embarazada. Por una vez, no pudo encontrar palabras que expresaran lo que estaba sintiendo.


–Fue la primera vez –prosiguió Paula–. ¿Te acuerdas?


–El preservativo se rompió.


–Había una posibilidad entre mil.


–El preservativo se rompió y ahora estás embarazada…


–No fue culpa de nadie –dijo ella. Al ver que Pedro ni siquiera era capaz de mirarla, comenzó a morderse el labio inferior. Resultaba evidente que, en aquellos momentos, la odiaba. De algún modo, parecía estar echándole la culpa a ella. –No iba a venir…


Aquellas palabras le hicieron levantar la cabeza. La miró con incredulidad absoluta.


–¿Qué? ¿Acaso ibas a desaparecer con mi hijo en tus entrañas sin decirme nada?


–¿Acaso me culpas? Sé la historia de cómo te atraparon en un matrimonio sin amor. Sé cuáles fueron las consecuencias…


–¿Y esas consecuencias fueron…?


Cuando Bianca sonrió y le dijo que estaba embarazada, Pedro se sintió completamente destrozado. Sin embargo, en aquella ocasión, pensar que Paula pudiera haberle ocultado la noticia no le parecía bien. De hecho, le enojaba que el pensamiento se le hubiera pasado por la cabeza aunque comprendía perfectamente por qué.


–Nada de compromisos –dijo Paula sin molestarse en edulcorar un poco sus palabras–. No permitir que nadie se te acerque demasiado. Que ninguna mujer pueda pensar que puede atravesar el umbral de la puerta de tus defensas, porque tú siempre estás dispuesto a cerrarla de un portazo en el momento en el que sientes que alguien se acerca demasiado. Te ruego que no me mires como si estuviera diciendo tonterías, Pedro. Los dos sabemos que todo esto es cierto.


–Entonces, ¿me lo habrías ocultado? Y luego, dentro de dieciséis años, yo me habría enterado de que había engendrado un hijo o una hija cuando viniera llamando a mi puerta para conocerme…


–No había pensado en tanto tiempo… Me había centrado en unos meses y tan solo vi a un hombre que se lamentaba de verse atrapado de nuevo de la misma manera…


–No puedes especular sobre cómo habría reaccionado yo.


–Bueno, eso no importa. Ahora estoy aquí. Te lo he dicho. Y hay algo más. Quiero que sepas que no he venido a pedirte nada. Ya sabes lo que hay y yo he cumplido con mi deber.


Con eso, comenzó a levantarse. Pedro la miró con abierta incredulidad.


–¿Adónde te crees que vas?


–Me marcho ya –respondió ella. Ya había hecho lo que tenía que hacer. Sin embargo, la presencia de Pedro parecía atraerla hacia él, como si se tratara de un poderoso imán.


–¡Debes de estar de broma! No puedes entrar aquí, decirme que estás esperando un hijo mío y luego marcharte como si nada.


–Ya te he dicho que no quiero nada tuyo.


–Lo que tú quieras no cuenta.


–¿Cómo has dicho?


–Es imposible que tengamos esta conversación aquí. Tenemos que salir, ir a algún sitio. Vayamos a mi casa.


Paula lo miró horrorizada. Lo último que deseaba era verse encerrada con él en su terreno. Ya era bastante malo estar en su despacho, pero en su casa… Además, ¿de qué otras cosas iban a hablar?


Ella comprendió que seguramente se trataba de la pensión alimenticia. Él era un hombre rico cuya conciencia no estaba tranquila. La aplacaría dándole dinero.


–Sé que tal vez quieras ayudarme con el dinero –dijo ella secamente–, pero, aunque no te lo creas, no es la razón de mi presencia aquí. Puedo arreglármelas sola perfectamente. Además, podría realizar mi trabajo desde casa.


–Creo que no me estás escuchando –replicó él. Se puso de pie e hizo que ella volviera a sentarse.


Tal vez Paula quisiera perderlo de vista, pero eso no iba a ocurrir. Era una pena que hubiera tenido que abandonar la búsqueda de don Perfecto. Ella iba a tener un hijo suyo y Pedro iba a formar parte de su vida tanto si ella quería como si no.


Aquel pensamiento no le resultaba tan desagradable como había pensado. De hecho, estaba empezando a gustarle.


–Si quieres hablar de términos económicos, podemos hacerlo dentro de unos días. En estos momentos, creo que es mejor que te dé tiempo para que lo digieras todo.


–Ya lo he digerido. Ahora, escúchame.


Hubiera preferido que se marcharan a su apartamento, pero resultaba evidente que ella no quería ir. Comprendió el porqué y decidió que no iba a insistir. Cuando ella le dijo que no quería nada de él, sabía que lo decía en serio. Aquella situación no podría haber sido más diferente de la de su primera hija. En realidad, no iba a haber diferencia alguna. Él iba a ser una presencia en la vida de Paula tanto si ella quería como si no.


Paula lo miraba con una gran falta de entusiasmo. Ella había esperado más una explosión de ira, que hubiera aprovechado para marcharse. Sin embargo, Pedro parecía estar tomándose la situación mucho más tranquilamente de lo que había esperado.


–Esto no tiene solo que ver a que yo contribuya económicamente. Tú vas a tener un hijo mío y tengo la intención de verme implicado en todo lo que ocurra a partir de ahora.


–¿De qué estás hablando?


–¿De verdad me tomas por un hombre que huya de sus responsabilidades?


–¡Yo no soy tu exesposa! –exclamó ella con los puños apretados sobre el regazo–. ¡No he venido aquí a buscar nada y tú no me debes nada a mí ni a este bebé!


–Y yo te aseguro que no voy a ser un padre a tiempo parcial. Ya lo fui una vez, no porque yo lo quisiera así, y no va a volver a ocurrir.


Paula jamás había visto la situación desde ese ángulo. No se había parado a pensar que él quisiera implicarse activamente en todo, pero era perfectamente comprensible.


–¿Y qué me sugieres? –le preguntó ella asombrada.


–¿Qué te puedo sugerir si no el matrimonio?


Durante unos segundos, Paula pensó haberle escuchado mal. Entonces, lo miró con el rostro muy serio. Segundos después, no pudo reprimir una sonora carcajada.


–No me puedo creer que esté escuchando esto. ¿Estás loco? ¿Casarnos?


–¿Por qué te sorprendes tanto?


–Porque…


«Porque no me amas. Seguramente ni me aprecias mucho en estos instantes».


–Porque tener un hijo no es la razón adecuada para que dos personas se casen –dijo tan tranquilamente como pudo–. ¡Tú más que nadie deberías saberlo! Tu matrimonio terminó en lágrimas porque os casasteis por las razones equivocadas.


–Cualquier tipo de matrimonio con mi ex habría terminado en lágrimas…


No se podía creer que se hubiera reído de su sugerencia. 


¿Acaso es que aún albergaba la esperanza de encontrar al hombre perfecto? Resultaba ofensivo.


–Tú no eres Bianca. Además, creo que esto no tiene nada que ver con nosotros como individuos, sino con un niño que no pidió que lo trajéramos al mundo –dijo él con voz seria–. Para hacer lo mejor para él o ella, tenemos que formar una familia.


–Lo mejor para él o ella es proporcionarle un padre y una madre que lo quieran aunque vivan separados que dos resentidos que se han unido a pesar de que no hay amor.


Al decir esas palabras, se sintió enferma. Debería haber dicho que no hay peor unión que la que se basa en el amor que uno da pero que no recibe. Si ellos se casaban, estaba segura de que Pedro terminaría odiándola por haberlo encerrado en una cárcel.


Podría haberle dicho muchas cosas, pero lo resumió todo en una frase.


–No me casaría contigo por nada del mundo.








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