lunes, 18 de julio de 2016
RENDICIÓN: CAPITULO 19
El dolor empezó justo después de medianoche, cinco meses antes de que saliera de cuentas. Al principio, Paula se despertó desorientada. Cuando vio que estaba sangrando, el terror se apoderó de ella.
¿Qué significaba aquello? Había leído algo en uno de los muchos libros que Pedro le había comprado. Sin embargo, en aquellos momentos, su cerebro parecía haber dejado de funcionar. En lo único en lo que podía pensar era en encontrar su teléfono móvil para llamarlo.
Le había dicho una y otra vez que no iba a casarse con él, pero Pedro había seguido desafiando sus defensas convirtiéndose poco a poco en su más firme apoyo. Pasaba la mayor parte de las tardes con ella. Acudía a las citas con el médico. Había incorporado a Raquel llevándola consigo en muchas ocasiones cuando iba a visitarla, hablando como si el futuro contuviera la posibilidad de que todos se convirtieran en una familia, aunque Paula se negaba a aceptar nada de lo que él le decía. No sabía lo que Pedro estaba esperando alcanzar. No la amaba.
Poco a poco, Paula comenzó a apoyarse en él y nunca tanto como aquella noche, cuando el sonido de su profunda voz tuvo el efecto inmediato de tranquilizarla.
–Debería haberme quedado contigo a pasar la noche –le dijo, tras presentarse en su casa en tiempo récord.
–Entonces no era necesario…
Paula se reclinó y cerró los ojos. El dolor había disminuido, pero aún seguía en estado de shock al pensar que algo podía ir mal y que podría perder al niño.
–En realidad, no debería haberte llamado –dijo ella, más secamente de lo que había querido en un principio–. No lo habría hecho si hubiera pensado que lo único que ibas a hacer era preocuparte…
Sin embargo, no se le había ocurrido otra cosa más que tomar el teléfono para llamarlo. Pedro se había convertido en parte fundamental de su vida a pesar de que él no la amaba, a pesar de que no estaría con ella en el coche si ella no se hubiera presentado aquel día en su despacho.
No había podido prever el modo en el que él se iba a convertir en parte indispensable de su vida, ocupándose de ella y ayudándola en todo lo que podía. Paula jamás había pensado adónde les podía llevar todo aquello.
–Por supuesto que debías llamarme. ¿Y por qué no ibas a hacerlo? Ese bebé es mío también. Yo comparto todas las responsabilidades contigo.
Y así había sido, hasta el punto de pedirle que se casara con él. A Pedro le sorprendía la obstinación de Paula para no hacerlo. ¿Y por qué no quería? No lo comprendía. Estaban bien juntos. Iban a tener un bebé. A pesar de que no había vuelto a tocarla, ardía en deseos de tenerla en su casa y los recuerdos del sexo que habían compartido le hacía perder la concentración en las reuniones. Tal vez había mencionado algunas veces que había aprendido amargas lecciones en la vida por verse atrapado en un matrimonio con la mujer equivocada y por las razones equivocadas, pero eso había hecho precisamente que su proposición de matrimonio fuera más sincera. Estaba dispuesto a olvidar aquellas desgraciadas lecciones del pasado y a volver a recorrer el mismo camino.
¿Por qué no lo veía Paula?
Había dejado de pensar en la posibilidad de que pudiera estar reservándose para el hombre perfecto. Solo pensarlo lo volvía loco.
–No me gusta cuando hablamos de responsabilidades –le espetó ella mirándolo brevemente antes de apartar de nuevo los ojos–. Vas demasiado deprisa. Nos vamos a estrellar.
–No he pasado del límite de velocidad. Por supuesto que voy a hablar de responsabilidades. ¿Y por qué no?
¿Acaso prefería que le diera la espalda y se olvidara de ella? ¿Era eso lo que quería?
–Solo quiero que sepas –dijo Paula–, que si le ocurre algo a este bebé…
–No le va a ocurrir nada.
–Eso no lo sabes…
Pedro no quería discutir con ella, por lo que decidió guardar silencio. No era lo más adecuado en aquellos momentos, mientras se dirigían al hospital.
–Por eso quiero que sepas que, si ocurre algo, tus
responsabilidades conmigo han terminado. Te puedes marchar con la conciencia tranquila sabiendo que no me dejaste tirada cuando estaba esperando un hijo tuyo.
Pedro contuvo la respiración. Por suerte, el hospital ya se veía en la distancia.
–Creo que no es el momento para esta clase de conversación –dijo, mientras se detenía con un brusco frenazo frente a la puerta de Urgencias. Sin embargo, antes de apagar el motor, la miró a los ojos–. Tienes que relajarte, cariño mío. Sé que tienes mucho miedo, pero yo estoy aquí a tu lado –añadió mientras le acariciaba suavemente la mejilla.
–Estás aquí por el bebé, no por mí –replicó ella.
No pudieron seguir hablando. Se vieron atrapados en la vorágine del eficiente proceso de ingreso por urgencias en un hospital. Pedro acompañó a Paula por los pasillos del hospital junto a la silla de ruedas en la que la llevaban.
Parecían estar rodeados por mucha gente, pero ella le apretó la mano con fuerza, casi sin darse cuenta de lo que estaba haciendo.
–Si algo le ocurre al bebé –le susurró él al oído mientras se dirigían a la sala de ecografías–, yo seguiré a tu lado.
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