sábado, 18 de junio de 2016

TU ME HACES FALTA: CAPITULO 10




La despertó una mano sobre su hombro y no la tocaba delicadamente –Carlos, paso de desayunar y me levantó más tarde.- dijo gimiendo mientras volvía la cara hacia el otro lado


.-¡Levántate de ahí antes de que te levante yo!


Sorprendida abrió los ojos como platos. Pedro la miraba como si quisiera matarla y ella se intentó levantar. Todavía dormida no se dio cuenta que tenía el cinturón puesto y cayó otra vez sobre el asiento.- Por el amor de Dios- dijo exasperado desabrochándole el cinturón y cogiéndola por el brazo para levantarla. – ¿Quieres darte prisa?


-Estás de muy mal humor –dijo cogiendo su bolso a toda prisa antes de que se lo dejara allí. Pedro gruñó llevándola a la puerta. – ¡Las maletas!


-Ya te las lleva Bill. Baja de una vez.


Ella miró al exterior y jadeó al ver donde estaban. ¡Estaba precioso y había hierba! Ella pensaba que casi toda Australia era árida. Sorprendida bajó las escalerillas mirando a su alrededor. Estaba amaneciendo y la luz era fantástica.- ¡Vaya!


Había dos jeep a unos cien metros y dos hombres que estaban hablando entre ellos se detuvieron mirándola. 


Parecían sorprendidos.- Vamos- dijo él sin soltar su brazo. 


Prácticamente iba arrastrándola.


-Puedo caminar sola, ¿sabes?


-Ahora no, nena.- la advirtió con la mirada y ella entendió que no podía discutir con él delante de sus hombres.


Los hombres se enderezaron cuando se acercaron. Los dos llevaban sombreros y camisas caquis con pantalones vaqueros. También llevaban botas y pensó que eran bastante guapos. No tanto como Pedro pero tenía amigas en Nueva York que les encantaría salir con hombres así. –Jose, llévanos a la casa- dijo Pedro con la cara tallada en piedra.


-¿No nos presenta, jefe?- preguntó el que debía ser Jose quitándose el sombrero. Era rubio y parecía simpático. Ella sonrió sin darse cuenta.


-¡No!- asombrados vieron como casi la metía a empujones dentro del jeep.


-Pero…-Pedro la miró a los ojos y ella cerró la boca. No estaba el horno para bollos. Sí que se había despertado con el pie izquierdo.


Mordiéndose la lengua le vio rodear el coche y sentarse en el asiento del copiloto. Jose se puso el sombrero y entró en el jeep de un salto. Arrancó el coche y Paula cayó hacia atrás de lo rápido que aceleró. – ¿Dónde está, Alvaro?- preguntó Pedro mientras ella se intentaba agarrar.


-Con el veterinario- miró a su jefe de reojo y ella se dio cuenta que algo iba mal.


-¿Qué ha pasado?


-Rufus no se encuentra bien.


-Perdona, ¿qué has dicho?- lo preguntó en un tono tan helado que hasta a ella se le pusieron los pelos de punta.


-Que…- Jose miró a la carretera nervioso- que Rufus…


-¡Suéltalo de una vez!


-Creen que es un cólico.


-¡Te dejé al cargo de Rufus!- le gritó furioso.


-Sí, jefe- Jose hasta estaba sudando y a Paula le dio pena.


-¿Quién es Rufus?- preguntó ella intentando aliviar la tensión aunque se imaginaba la respuesta.


-Es mi caballo- respondió sin dejar de mirar a Jose como si quisiera estrangularlo- Más te vale que se reponga porque si no…


-¿Y se ha puesto malito?


-¡Llévame al establo!- le gritó a su subordinado ignorándola.
Jose que iba a toda velocidad estaba pálido.


-Seguro que se pone bien. –dijo ella intentando darle ánimos. Le dio dos palmaditas en el hombro a Jose que parecía a punto de vomitar y Pedro le quitó la mano fulminándola con la mirada. Entonces se dio cuenta que el caballo era de Pedro y también necesitaba consuelo.- No te preocupes, Pedro.-dijo con una dulce sonrisa –Ya está allí el veterinario y le curará.


-Nena, cierra el pico.


Jadeó indignada hasta que vio las edificaciones. Eran enormes. Tres edificaciones de madera pintadas en rojo óxido con las molduras en blanco. – ¿Eso qué es?


-El establo, el pajar y donde se guardan las herramientas, los quad y esas cosas.- contestó Jose sonriendo como si fuera un guía turístico. Al acercarse vio que esas edificaciones debían medir cien metros de fondo y unos veinte metros de ancho. –Guau. ¿Pedro, eres rico?


-Nena, ¿qué te había dicho?


-Ah sí, que cerrara el pico


-Pues eso.- Pedro casi saltó del jeep en cuanto Jose frenó ante la primera edificación que tenía las enormes puertas correderas abiertas.


-¿Está mal?- preguntó preocupada por Pedro.


Jose la miró de reojo y asintió. Paula se bajó del coche y se acercó a la puerta. Vio varios hombres en la mitad del enorme pasillo. Se acercó lentamente mirando a su alrededor. Muchos de los espacios estaban vacíos y frunció su naricilla al sentir en sus fosas nasales el típico olor a establo. Al llegar hasta ellos ni se dieron cuenta de que estaba allí. Un hombre mayor hablaba con Pedro que estaba muy serio mirando hacia abajo. El hombre debía tener sesenta años o así y tenía el pelo totalmente blanco. –No sé cómo ha pasado, te lo juro.- le dijo el hombre mayor.


Pedro asintió y ella que no veía el caballo se acercó más metiendo la cabeza dentro de la caballeriza. Un hermoso caballo negro con el pelaje muy brillante estaba tumbado en el suelo de paja. Ella miró los envases de plástico donde tenía el agua y el grano. Entonces escuchó al otro hombre.- Es un cólico, Pedro –ella le miró y escuchó atentamente al que debía ser el veterinario.- Tenemos que esperar. Ya sabes cómo es esto.


Ella miró al caballo y escuchó su respiración. Frunció el ceño mirando la comida. Ella se agachó sin que la vieran y le acarició el morro que estaba goteando por las fosas nasales.-Pedro…


-Ahora no, Pau- dijo él muy serio.-Dile a Jose que te lleve a casa. Yo tardaré en ir.


-Pero…


Se volvió mirándola entre enfadado y preocupado- No es un cólico- susurró ella mirando sobre su hombro al hombre que decía que era el veterinario.


-¿Qué sabrás tú si es un cólico o no?


-Perdone ¿pero usted quién es?- preguntó el que debía ser Alvaro.


-Es Pau. Mi nueva secretaria- dijo Pedro con ironía.


-Es un cólico, señorita- dijo el veterinario en plan paternal.


Ella sonrió a los tres y dijo –No es un cólico. Tiene neumonía.


-¿En qué se basa para decir eso?- El veterinario la miraba divertido.


-Pues me baso en que su morro tiene secreciones, en que tiene fiebre y en su respiración agitada. En que no mira su vientre a menudo, ni se revuelve molesto por el dolor, sino todo lo contrario. Está apático.


Pedro miró a su veterinario- ¿Osvaldo?


El hombre se sonrojó-Es un cólico grave, Pedro. Estoy seguro. Y que dudes de mí por la palabra de una muchachita de ciudad es ofensivo.


Pedro entrecerró los ojos molesto- No intentaba ofenderte, sólo quiero lo mejor para Rufus.


El hombre levantó la barbilla muy serio y los tres miraron a Paula- Nena, vete a la casa.


-¿No me crees?- ahora la ofendida era ella.- Pues te diré que sé de lo que hablo.


-Sí, tanto que no sabías que un canguro puede atacarte.


-¡Son normalmente pacíficos!- protestó ella- ¡Sólo atacan si tienen hambre o sed extrema, y si se sienten amenazados pero no era el caso!


Pedro entrecerró los ojos- ¿Y tú cómo lo sabes?


-Fueron ellos los que se acercaron al avión y no al revés. Que te atacaran a ti es algo totalmente incomprensible. –Ella se cruzó de brazos- Tengo que pensar en ello. Seguro que hicimos algo mal.


-¡Vete a casa!


-¡Tiene neumonía!- gritó poniendo los brazos en jarras- Y estaría segura si le tomo la temperatura.


Eso sí que pareció divertirle- ¿Tú?


Entrecerró los ojos y miró a su alrededor. Vio un guante hasta el hombro y se lo colocó dejándolo atónito.- Pau, no te acerques a Rufus.


-Estás siendo muy cabezota, Pedro. –Se acercó cogiendo el termómetro rectal- Te voy a demostrar que tengo razón.


-Pau, me estás poniendo de los nervios.


-Pedro…- Alvaro lo cogió por el brazo sano mirándola con los ojos entrecerrados-Déjala que tome la temperatura.


-¡Esto es ridículo!- exclamó el veterinario indignado.


-Osvaldo si estás tan seguro de que tienes razón no sé de qué te preocupas tanto- dio Alvaro con una sonrisa en los labios como riéndose de él.


-Eso Osvaldo- dijo ella sonriendo señalándole con el termómetro.


-Acaba de una vez.- dijo Pedro furioso apartándose de la entrada






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