martes, 28 de junio de 2016

EL PACTO: CAPITULO 14






La mano de Pedro no abandonó en ningún momento la cintura de Paula, quemándole la piel.


¿Qué demonios le pasaba a ese hombre? De haber sabido que unos cuantos patrones robados resucitarían Las Vegas, se habría inventado algo hacía tiempo.


El beso había sido tal y como ella los recordaba. ¿Podía atreverse a soñar con una segunda parte?


—No juegues conmigo, Pedro —le advirtió—. Si me llevas a cenar y no al hotel, te tiro del coche en marcha.


Pedro elevó el panel que separaba al chófer de la parte trasera. Y, antes de que la operación hubiera finalizado, la boca de Pedro estaba de nuevo sobre la de Paula.


Y la saboreó con la misma pasión con la que lo había hecho en el ascensor.


Ella gimió de placer. Fiel a su estilo, se subió la falda para poder sentarse a horcajadas sobre él.


Con las caderas alineadas, la dura erección se frotó contra el femenino núcleo. Una fuerte sacudida la recorrió. «¡Sí!». 


Necesitaba a ese hombre y basculó las caderas mientras gemían al unísono.


Pedro —ella jadeó y un sollozo ascendió por su garganta.


—Aquí estoy, nena —murmuró él mientras deslizaba dos dedos por dentro de las braguitas.


Los introdujo dentro de ella y le permitió marcar el ritmo. 


Paula se retorcía cada vez más deprisa.


Abriéndose la blusa, le ofreció un erecto pezón a la boca de Pedro. Y mientras él chupaba le acariciaba el núcleo con el pulgar. Y no hizo falta más.


Ella llegó en una fuerte oleada, gimiendo su nombre, experimentando un éxtasis que no había disfrutado desde hacía dos largos años. Dejándose caer sobre él, le besó el cuello mientras Pedro seguía acariciándole el núcleo, arrancándole dos espasmos más.


—Ya estamos —murmuró Pedro—. Tenemos que bajarnos del coche.


—Entonces, deja de hacerme llegar.


La traviesa risa le arrancó una sonrisa a Paula, que se recolocó la ropa en segundos. Pedro era muy hábil a la hora de encontrar sus puntos. No era de extrañar que no hubiera podido olvidar a un hombre capaz de hacerle llegar antes
de finalizar un recorrido de siete minutos en coche.


Tomados de la mano, entraron en el ascensor del hotel y él le explicó en susurros un par de cosas que le iba a hacer en cuanto llegaran a la habitación.


Aquello era delicioso. Ojalá ella supiera qué había hecho desbordarse la presa.


En cuanto las puertas se abrieron, salieron corriendo.


Con la llave en la mano, Pedro empujó a Paula contra la puerta y la besó apasionadamente. Ella se dejó llevar por las sensaciones y por el atlético cuerpo que presionaba contra el suyo.


Aun así, dudó.


Lo deseaba con pasión, pero una pequeña duda le impedía continuar hasta obtener algunas respuestas. Sobre todo necesitaba saber si todo aquello iba a desaparecer si pestañeaba.


Apartándose, le cubrió la boca a Pedro con la mano.


—Tengo que saberlo —murmuró—. ¿De qué va todo esto? Te has resistido a ello desde que entré en tu despacho.


Se moría de ganas de acariciar el musculoso torso y la boca se le hacía agua al pensar en saborear su piel. Pero no se movió, esperando una respuesta. Si él le aseguraba haberse dejado llevar por el momento, le desearía buenas noches al instante.


Eran dos adultos que se deseaban desesperadamente. Y ella necesitaba saber que él lo sentía así.


—Es cierto —asintió Pedro—. Pero no porque no te deseara.


—Entonces ¿por qué?


Pedro dudó un instante, lo suficiente para que ella comprendiera que había dado en el blanco. Mesándose los cabellos, la soltó.


—Llevas lo que pasó en Las Vegas grabado en tu mente como algo espectacular. Yo no puedo mantener esa ilusión. Soy como soy, y ya has expresado tu desilusión al respecto.


—Cielo —ella se mordió el labio—. La razón por la que atesoro esa experiencia es porque tú la convertirse en leyenda. ¿Te preocupa ser del montón?


—Lo que intento explicarte es que no soy como en Las Vegas —Pedro sacudió la cabeza—. No quiero ser salvaje por sistema. No puedo —la atrajo hacia sí en un abrazo—. Pero tú pareces sacar ese lado salvaje, me guste o no. Y esta noche he decidido permitírtelo.


—Entiendo —ella sonrió mientras su cuerpo se relajaba. Pedro no se iba a negar ese placer. En cualquier caso, ella ganaba—. Se trata de una relación con fecha de caducidad.


Seguramente eso le permitía a Pedro bajar la guardia hasta la mañana siguiente, o al menos eso creía. Paula le dejaría que lo creyera, aunque no fuera eso lo que iba a suceder.


Apartándose para que él abriera la puerta, se dejó llevar en brazos hasta la cama, donde él la tumbó y descalzó mientras le besaba los tobillos.


—Dijiste que no creías en el romanticismo —Paula suspiró.


—Lo que dije fue que el romanticismo es para los perdedores que no son capaces de llevarse a una mujer a la cama —murmuró Pedro con los ojos medio cerrados—. Pero eso no significa que no te merezcas un poco.


Ardientes lágrimas se acumularon en la garganta de Paula. Ese era el Pedro de dos años atrás, y aun así no lo era, pues no lo recordaba tan dulce.


—Paula —continuó él casi con reverencia—. Eres la mujer más exquisita que he visto jamás. Quiero saborearte entera.


—Me parece estupendo —respondió ella casi sin aliento.


—Espero que no te importe si empiezo por aquí —Pedro le deslizó una mano por los muslos y le arrancó las braguitas antes de abrirle la falda y murmurar palabras de apreciación.


Arrodillado junto a la cama, le sujetó los muslos y hundió la cabeza. Su lengua encontró de inmediato el sensible núcleo. 


Paula cerró los ojos y disfrutó del placer que le arrancó otro clímax casi de inmediato.


—¿Tienes pensado unirte a mí en algún momento? —preguntó una vez recuperada—. Da igual, no tienes elección.


Paula solo podía pensar en apoyar las manos sobre el torso desnudo, sentarse sobre él a horcajadas y cabalgar hacia el olvido hasta que ambos estuvieran saciados.


Visto y no visto, saltó de la cama y empezó a desnudarlo. 


Tras despojarlo de la camisa, ella echó la cabeza hacia atrás para que le pudiera mordisquear el cuello.


—Te deseo —murmuró ella antes de desnudarlo por completo y mientras él le quitaba la falda y la blusa.


Cuando al fin lo tuvo desnudo, Paula se deleitó largo rato contemplándolo, deteniéndose en la firme erección, indicativo de lo mucho que la deseaba.


Arrodillándose, deslizó la lengua por la dura protuberancia hasta que él hundió los dedos en su melena. Recordó que significaba que estaba preparado para más. De modo que lo introdujo en su boca y chupó hasta que lo sintió latir contra la lengua.


Intensificó el movimiento hasta que él gimió y encajó las rodillas antes de llegar.


—Y ahora, el plato principal —anunció Paula, empujándolo contra la cama—. No te muevas.


Corrió al cuarto de baño para enjuagarse y tomó una docena de preservativos. A tenor del pasado, los iban a necesitar todos.


Pedro no se había movido. Seguía tumbado, los ojos cubiertos por un brazo, recuperándose aún del explosivo orgasmo que ella le había regalado.


—¿Me has echado de menos? —sin ningún pudor, se sentó a horcajadas sobre él.


—Más de lo que debería —él la miró fijamente—. No te has ausentado tanto tiempo.


Ya estaba otra vez mostrando su lado más dulce. ¿Qué intentaba hacerle?


—Pues aquí estoy.


Paula soltó un grito cuando Pedro la tumbó bajo su cuerpo. De inmediato sintió su lengua en la boca y le permitió besarla hasta dejarla sin sentido. El mundo desapareció y solo quedó un mar de sensaciones. Cuando al fin se apartó, ella gimió.


—Un segundo —susurró él mientras se colocaba un preservativo y le separaba los muslos.


«Eso es». Paula basculó las caderas hacia arriba mientras él la llenaba deliciosamente.


Rodeándole la cintura con las piernas, ella le tomó el rostro con las manos ahuecadas y lo contempló. La ardiente mirada se fundió con la suya.


Pedro estaba allí. Con ella. Dentro de ella. Y de repente todo pareció perfecto.


—Hazme el amor —susurró.


¡No podía haber dicho eso en voz alta!


Jamás habían hecho el amor. Solo habían practicado sexo, ardiente y sucio, pero eso había sido antes de tener que prescindir de él durante dos años.


A Paula le gustaba el sexo ardiente y sucio, como los orgasmos que experimentaba vestida en el interior de un coche mientras la gente pasaba a su lado. El sexo era parte de su ser y ella siempre se aseguraba una buena ración. 


Pero, de repente, quería algo más.


Le asustaba. Pedro y ella no hacían el amor. A él le gustaba salvaje, como el de Las Vegas. Le gustaba que ella sacara ese lado oculto suyo, y eso no pasaría si se volvía una sensiblera.


Además, era una relación con fecha de caducidad, ambos estaban de acuerdo. Estaban a punto de firmar los papeles del divorcio. ¿Qué le estaba pasando?


Bloqueando toda emoción, sonrió traviesa mientras él la miraba aturdido, sin comprender qué le estaba pidiendo.


—Pero no así —con una sacudida de la cadera, y la ayuda de Pedro, se lo quitó de encima y se sentó a horcajadas sobre él—. Así, mucho mejor.


Con la cabeza echada hacia atrás para que él no pudiera ver nada reflejado en sus ojos, Paula empezó a moverse. 


Puro placer, no había nada malo en ello.


Pedro jugueteó con los erectos pezones y ella encontró el ritmo. Perderse en ese hombre no era nada difícil.


—Adoro tu cuerpo —gimió él—. Es lo más ardiente que he visto jamás.


—Pues es todo tuyo, por ahora —ella fingió que la voz entrecortada se debía al placer físico y no a la repentina tristeza que sentía. ¿Qué le estaba sucediendo?


Ardiente. Sucio. Salvaje. Loco. En eso debía concentrarse. Y Paula se abandonó al calor que Pedro había creado. Con las embestidas de ambos, llegó un nuevo clímax.


Ella se derrumbó sobre el fuerte torso y apoyó la mejilla contra el agitado corazón. Cuando Pedro la abrazó, cerró los ojos. Pero fue incapaz de dormirse acunada por ese hombre. 


Aquello no tenía nada que ver con Las Vegas.


De repente comprendió que su deseo de volver a unirse con Pedro Alfonso no tenía nada que ver con el sexo. Al menos no solo eso. Quizás ni siquiera había sido solo sexo en Las Vegas, aunque nunca se había parado a pensar en ello.


Le dolía el alma. ¿Por eso se le saltaban las lágrimas ante el menor gesto de ternura? ¿Por eso no había sido capaz de olvidar a Pedro? Solo había buscado volver a saborear la magia, sentir su cuerpo y la liberación que solo él era capaz de proporcionarle.


Y lo había hecho. ¿Qué más podía pedir? En cuanto tuviera el divorcio podría pasar página, regresar a su casa y convertirse en una exitosa empresaria. De eso trataba el Pacto de Adultos. Era lo que deseaba. ¿No? Frustrada, se mordió el labio.


Tras varios intentos de contener la confusión, al fin se consideró capaz de hablar sin delatarse.


—No has perdido el ritmo, cielo. Cada vez que te apetezca salvaje, llámame. Soy tu chica.


—Lo recordaré —Pedro le besó la sien—. ¿Quieres que me quede?


Por supuesto que quería, pero la incertidumbre y la sorpresa le hicieron balbucir:
—No hace falta.


Aún mantuvo la esperanza de que él insistiera en quedarse, pero Pedro asintió y se apartó.


—Tengo una reunión a primera hora de la mañana.


Paula sonrió y fingió estar de acuerdo con su marcha. A fin de cuentas, le había dado permiso para irse. No estaban de vacaciones, no podían remolonear en la cama durante todo un fin de semana. Él estaba ocupado. Ella también.


—Te veo mañana.


Lo mejor era que se marchara. Eso hacían los adultos que mantenían una breve relación. Era lo que ella hacía. 


Siempre.


No lo miró vestirse ni levantó la vista cuando lo oyó girar el pomo de la puerta. Sintiendo repentinamente mucho frío, se cubrió con la sábana.


Largo rato después de que Pedro se hubiera marchado, Paula seguía con la mirada fija en la pared, preguntándose cómo era posible que tras esos espectaculares orgasmos, aún no hubiera conseguido lo que deseaba.








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