sábado, 12 de marzo de 2016

¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 5




Paula colgó el teléfono y se recostó sobre la silla con un claro suspiro de alivio. Era cierto: una reunión con un potencial cliente no era un contrato firmado. Incluso un contrato firmado con un cheque depositado no sería ni una gota en el cubo financiero, pero al menos era una distracción.


—¿Buenas noticias?


Ella sonrió ante el tono optimista de su abuelo.


—Tal vez. Esta tarde tengo una reunión con una posible novia.


—Ah, ya veo. Te lo dije, mi querida —sonrió Claudio—. Siento los vientos de cambio sobre nosotros. Pronto cambiará todo.


Como siempre, Paula dudaba de cuánto realismo imprimir en su respuesta.



—Ten en cuenta, abuelo, que es solo una reunión preliminar. 


—Para una boda mediana que, con suerte, resultaría en un cheque mediano. Abrió la laptop—. ¿Podrías contestar los llamados mientras armo una propuesta para la novia con problemas de presupuesto?


—Con gusto, cariño. Tú trabaja y no te preocupes por el teléfono. Yo me encargo.


Paula no estaba preocupada. Tendrían suerte si el teléfono sonaba una vez y no era número equivocado. Mientras trabajaba, echó un vistazo a su abuelo. Tenía el teléfono inalámbrico en una mano y un libro de Agatha Christie en la otra. Una ola de afecto la invadió. Realmente era el abuelo más maravilloso de todo el universo. Se mordió el labio. 


¿Siquiera era correcto intentar mantener abierta la capilla nupcial Corazones Esperanzados? Tal vez fuera tiempo de dejar el negocio antes de contraer una deuda importante. Si pudiera convencer a su abuelo de retirarse, quedaría suficiente dinero como para ayudarlo a establecerse en una residencia para adultos mayores activos. ¿No sería más feliz jugando al golf y flirteando con un grupo de señoras de pelo plateado?


—Yo estoy bien si tú estás bien.


Paula salió de su ensimismamiento.


—¿Disculpa?


Claudio dejó el libro a un lado.


—Te estás preguntando si tu abuelo no sería más feliz viviendo en Arizona, jugando al golf, totalmente libre de preocupaciones por mantener a flote nuestra pequeña capilla. Bueno, no me gustaría. Para nada. Yo estoy dispuesto a continuar luchando si tú lo estás.


—Oh, abuelo. —Paula se acercó a sentarse junto a él—. ¿No te cansas de preocuparte por el flujo de efectivo?


Él se encogió de hombros.


—Preocuparse es parte de la vida. Puedo aceptarlo sin perder la esperanza.


—Esperanza. —Paula se reclinó para apoyar la cabeza contra la pared. Levantó las manos y se masajeó las sienes—. Entonces, te preocupas por un momento y luego, ¿qué? ¿Niegas la realidad?


—Ah, realidad. Es gracioso que utilices esa palabra, Paula.


—¿Qué tiene de gracioso?


Claudio sonrió.


—Bueno, verás, hay realidades y realidades.


Paula sacudió la cabeza.


—No veo la diferencia.


—No pensé que lo harías. —Claudio suspiró—. La gente parece olvidar que pueden decidir no hundirse en la preocupación. No es una casa, no tenemos que vivir en ella. La preocupación no es una forma de meditación que debemos practicar a diario, y no es una afirmación que debemos repetir constantemente.


Ella levantó una ceja.


—Entonces, ¿no te preocupas? ¿Nunca?


—Algunas veces, sí, pero no por dinero. Me preocupo por cosas que realmente importan.


—¿Por ejemplo?


Estiró la mano y le pellizcó la mejilla con afecto.


—Tú.


Ella rio.


—Yo soy la menor de tus preocupaciones, abuelo.


—No es del todo cierto. Me preocupa que estés aquí atrapada, angustiada por mí cuando podrías estar haciendo algo más con tu vida. Deberías estar viviendo tu sueño, no el mío. —Miró hacia el vestíbulo de la capilla—. Tu abuela y yo forjamos esta pequeña capilla a partir de un sueño. Pero ¿qué forjarás tú de tus propios sueños?


Paula se miró las manos y examinó sus largos y afilados dedos que terminaban en una manicuría francesa.


—No creo que haya nacido para forjar.


—Ajá, esa declaración solo demuestra que estás perdiendo el tiempo preocupándote por mí cuando deberías estar soñando. —Tomó su novela de misterio—. ¿Por qué no terminas tu propuesta y yo me sentaré aquí a no preocuparme por los dos?


Paula sacudió la cabeza con remordimiento.


—Casi no sé cómo discutir esa lógica. —Regresó al escritorio e intentó concentrarse en la propuesta que tenía frente a ella, pero no era una tarea sencilla. La pregunta de su abuelo se repetía una y otra vez en su cabeza mientras miraba los números en la pantalla. ¿Qué iba a forjar con su vida? ¿Cuáles eran sus sueños? Lo único que sabía con certeza era que era realmente triste que, a los veintiocho años, no tuviera idea de lo que quería en la vida.


Cerró la laptop y se puso de pie.


—Iré al Oasis del Desierto, abuelo. Puedo terminar la propuesta allí mientras espero a la novia. ¿Estarás bien aquí?


Él asintió.


—Vete; un cambio de ambiente te hará bien. —Levantó el teléfono—. Yo me encargo de todo aquí.


Paula guardó todo lo que necesitaba en su bolso.


—Deséame suerte.


—No necesitas suerte —le aseguró Claudio—. Necesitas divertirte, conocer a alguien, disfrutar un trago con un apuesto desconocido.


Paula rodeó el escritorio y le dio un beso en la mejilla a su abuelo.


—Tu problema es que piensas que la vida es una novela romántica con un final feliz garantizado.


—Y tu problema es que no estás de acuerdo conmigo. Ahora vete, encuentra algo de diversión.







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