sábado, 12 de marzo de 2016

¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 3





Paula se mantuvo ocupada con gimnasia matemática y levantamiento de lápiz hasta que su abuelo regresó de la bolera. Sonrió cuando lo vio entrar y colocar su bola de boliche en el armario del recibidor. Su expresión era fácil de descifrar, así que supo que lo había disfrutado. Excelente.


—Hola, cariño. —Su mirada se desvió hacia los números sobre los que ella había estado trabajando—. ¿Te divertiste?


Paula sonrió.


—No tanto como tú. ¿Cómo estuviste?


—Como un campeón. —Guiñó un ojo—. No tenemos que sumergirnos en todos esos números, ¿verdad?


—No, hoy no. —Pero pronto tendrían que tener una conversación de la que ella temía que le rompería el corazón al abuelo. Él amaba la capilla nupcial Corazones Esperanzados. La abuela de Paula, Olivia, había amado Las Vegas. Desde su primera visita, ella le había dicho a su joven marido que sería un sueño vivir en una ciudad que deslumbrara como Las Vegas. Entonces Claudio había hecho realidad el sueño de su flamante esposa al invertir todos sus ahorros en una capilla nupcial. Paula recordaba que su abuela solía decir que ella y su marido vivían en un estado de dicha conyugal al ayudar a otros a casarse con la persona que amaban. Olivia y Claudio habían sido una joven pareja idealista, amorosa y llena de sueños, y habían disfrutado al máximo la vida que habían construido.


Pero ahora el negocio se estaba viniendo abajo. Recién cuando su abuela falleció, Paula supo que Olivia había sido el cerebro financiero de la pareja. Paula siempre había trabajado en la capilla nupcial, pero había estado tan ocupada con la Universidad y con la Escuela de posgrado que no había participado de los detalles administrativos. 


Deseaba haber prestado más atención a lo que fuera que Olivia había hecho para mantener la capilla con números positivos. Ahora todo era rojo, y Paula no sabía si podía mantener las cosas sin incurrir en deudas importantes, algo a lo que tanto ella como el abuelo se oponían. En ese punto, su oposición a pedir un préstamo era irrelevante: nadie en su sano juicio les prestaría más de veinticinco centavos.


—¿Algún llamado o algún cliente potencial que haya entrado en mi ausencia? —preguntó Claudio.


—De hecho, sí, alguien entró. —Paula quitó algunos pétalos de las rosas que tenía en un rincón del escritorio—. Pero no era un cliente potencial. Al contrario.


Claudio se volteó a verla; tenía una expresión divertida.


—¿Candidato para una cita, entonces?


Paula rio.


—Oh, abuelo, solo si fuera el último hombre sobre la Tierra y tal vez ni siquiera entonces. —Pero el desconocido era increíblemente atractivo. A ella le gustaban los hombres altos. El costoso traje a medida no ocultaba su figura atlética y esbelta. Otro punto a su favor era que tenía pelo oscuro y ojos celestes: una combinación ganadora. Y su acento británico era absolutamente sensual. Era una lástima que tuviese tan malos modales. Suspiró—. De todas maneras, no vale la pena pensar en él. No volveremos a verlo.








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