sábado, 12 de marzo de 2016

¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 4





Cuando Pedro irrumpió en la sala de reuniones, vio de inmediato que su abuela estaba en plena forma.


—Qué amable de tu parte haber venido, Pedro. —Margarita Alfonso era una dínamo menuda de un metro sesenta, de setenta y cinco años de edad, con melena de color plateado brillante, uñas pintadas de rojo, y con una presencia imponente. Hablaba varios idiomas con fluidez, entre estos, el sarcasmo—. Estábamos en vilo esperando que nos honraras con tu compañía.


Pedro resistió las ganas de sonreír. Mantuvo una expresión seria mientras se inclinaba para besarle la mejilla.


—Lo siento, abuelita —se disculpó utilizando el apodo afectuoso del que sospechaba que ella disfrutaba en secreto—. ¿Me creerías si te dijera que estuve de parranda hasta tarde y me quedé dormido?


—No. —Señaló la única silla vacía alrededor de la mesa—. Siéntate.


Él se sentó. Margarita Alfonso era el tipo de mujer al que la gente obedecía. Administraba el Fideicomiso Familiar Alfonso con gesto adusto y mano de hierro. No tenía nada que envidiarle a la reina Isabel en el área de la entrega al deber.


Pedro miró a sus primos y asintió en señal de saludo. 


Tomas desvió la mirada, y Eduardo se miró las manos. 


Gente educada eran sus primos. El padre de Pedro tenía dos hermanos, y cada uno había tenido un hijo. El padre de Tomas dividía los días entre sus dos vicios: el juego y el alcohol. El padre de Eduardo había fallecido hacía unos cinco años, y el de Pedro era un artista que rehuía de cualquier cosa que considerase convencional o comercial. 


Todo eso dejaba a Margarita Alfonso sin hijos que pudieran continuar la labor de la familia y con tres nietos que no se llevaban lo suficientemente bien como para trabajar en equipo.


Para resolver la situación, ella dividió la empresa familiar en tres compañías diferentes de manera que cada uno de los tres manejara una y le rindiera cuentas solo a ella. Sin embargo, con respecto a la fundación, no era legalmente posible dividirla. Eso significaba, según les había informado Margarita, que debían llevarse bien para administrar la fundación o, si no, morir en el intento.


—Bien, muchachos, concentrémonos en los que nos convoca. —La matriarca Alfonso no tenía ningún reparo en referirse a los tres hombres adultos como “muchachos”—. Estamos aquí, en Las Vegas, la ciudad del pecado, el centro del vicio estadounidense, con un propósito específico.


—¿Un propósito? —repitió Eduardo.


Pedro echó un vistazo con expresión divertida en dirección a su primo. Pobre Eduardo. A juzgar por el temblor en su voz, había conectado en su mente la palabra “propósito” con “probable esfuerzo”.


—Concéntrense, muchachos, concéntrense. —Margarita les entregó una carpeta azul a cada uno—. En esa carpeta encontrarán sus instrucciones. —Levantó una mano para impedir la pregunta que Tomas estaba por hacer—. Sin preguntas. Todo lo que necesitan saber está allí. Tienen una semana para cumplir con su tarea. Hay pocas reglas, excepto las siguientes: primero, hagan todo de manera legal. Segundo, trabajen solos. Aunque no podrían trabajar juntos con éxito, lamentablemente. Tercera y última regla: sean creativos en la planificación y dinámicos en la ejecución. —Miró a Tomas, luego a Eduardo y después a Pedro—. Sin dudas, me verán por el complejo turístico. Si estoy en el bar, déjenme sola. Si estoy en la piscina, no me molesten. Y, por todos los cielos, no llamen a mi suite a menos que alguno de ustedes esté sangrando o haya sido arrestado. ¿He sido clara?


Pedro se puso de pie y colocó la carpeta debajo del brazo.


—Absolutamente. —Saludó a los primos con la mano e hizo un gesto de asentimiento a su abuela antes de salir al corredor. Su curiosidad, sin dudas, se había despertado, pero no iba a satisfacerla hasta que estuviese en algún lugar privado y tranquilo, donde pudiera leer la idea de juego más reciente que había tenido su abuela. Un juego que iba a ganar, de un modo o de otro.





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