sábado, 12 de marzo de 2016

¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 2




Pedro Alfonso se paró en el Las Vegas Strip y miró hacia el cielo azul. Solo algunas nubes blancas salpicaban la extensión de azul. El sol de media mañana estaba fuerte, pero no llegaba a ser molesto. Era otro día maravilloso en la Ciudad del Pecado, lo que le provocaba nostalgia por el cielo nublado de su Inglaterra natal. Al menos allí el cielo gris hubiera combinado mejor con su estado anímico.


Ese era el primer viaje de Pedro a Las Vegas y estaría satisfecho si fuera el último. Observaba las entradas de los hoteles y de los casinos a medida que pasaba. Las luces y los detalles arquitectónicos exagerados se veían chillones a la luz de la mañana. La noche favorecía a Las Vegas, no el día. En realidad, no había dejado su hotel la noche anterior. 


En su lugar, había optado por una cena en la habitación y luego había pasado el resto de la velada leyendo las notas para la reunión de la mañana siguiente. Esperaba estar bien preparado, o al menos un poco mejor que sus dos primos. Si bien Pedro no consideraba rival a ninguno de los dos para su agudeza empresarial, no dudaba de que estarían en plan de pelea, listos para dar el primer golpe en un intento de ser declarados los ganadores del premio. El premio eran los millones de la abuela y el control definitivo del fideicomiso familiar. Definitivamente, no era un premio que cedería con facilidad. No a ellos dos.


Pedro miró su reloj. Diez y diez. Frunció el ceño. Eran diez y diez la última vez que había mirado. Sacudió la muñeca y luego golpeteó el reloj con el índice: estaba parado. Buscó el celular en el bolsillo, pero no estaba. Lo había dejado sobre la cómoda en el hotel. Gruñó.


Lo último que necesitaba era llegar tarde a la reunión. Era cierto: esa era la misma reunión de la que se había estado quejando toda la semana, diciendo que haría casi cualquier cosa por no tener que asistir. Estar atrapado en el tránsito de Los Ángeles en la hora pico durante un día de verano y sin aire acondicionado era preferible a lo que le esperaba. Pero el deber exigía su presencia en la reunión anual del Fideicomiso Familiar Alfonso.


Miró hacia la calle semidesierta. La media mañana en Las Vegas no era una buena señal para encontrar muchos comercios abiertos. Maldición. Quedarse parado no iba a hacer que llegara a la reunión, así que Pedro comenzó a caminar. No vio a nadie a quien pudiese preguntarle la hora, pero a unos treinta metros vio a alguien que salía de un edificio y caminaba rápidamente. Pedro aceleró el paso. En alguna parte de ese edificio debía haber un reloj. Sin duda sería algo chabacano al estilo Vegas con vasos de chupito para representar las horas, pero al menos podría ver cuán tarde llegaría.


Llegó a la entrada de un edificio con fachada de iglesia de color blanco. Dos corazones rojos entrelazados de neón colgaban sobre el letrero negro que le decía que estaba a punto de entrar a la capilla nupcial Corazones Esperanzados. Abrió las puertas de vidrio y buscó un reloj. 


No había ninguno en la entrada. ¡Cielo Santo!, ¿la realidad era tan relativa en Las Vegas que nadie quería saber qué hora era?


—Hola —llamó; de pronto se sentía totalmente ridículo. 


Nadie respondió, lo que coincidía con lo que venía sucediendo esa mañana. Cruzó el piso de losas blancas y negras, y se preguntó si ese lugar alguna vez había sido una cafetería. Había una mesa roja de fórmica contra la pared y dos sillas de vinilo que hacían juego, corridas debajo de la mesa. Varios portafolletos estaban llenos con folletos trípticos que, no lo dudaba, exaltaban las virtudes de un matrimonio expeditivo.


Su mirada se deslizó por una pared cubierta de fotos enmarcadas. Cada una mostraba una pareja de novios con un sonriente Elvis parado entre ellos. Elvis joven, Elvis viejo, Elvis con un traje dorado, con cuero negro, o con un mono tachonado de diamantes falsos; todos estaban allí. Pedro levantó las cejas.


—¿Podría ser más chabacano? —preguntó en voz alta.


—Bueno, buenos días para usted también —saludó una voz femenina en un tono teñido de sarcasmo—. Supongo que no viene a contratarnos como el lugar para celebrar su boda.


—Dios no lo permita. En realidad necesito... —Se dio vuelta en mitad de la oración, pero no pudo completar la idea, ni siquiera hilar dos palabras coherentes porque la mujer que lo observaba era la criatura más hermosa que jamás había visto.


Era casi tan alta como él, y buena parte de su metro setenta eran piernas. Vestía una pollera negra de cuero que resaltaba tanto las piernas como la delgada cintura. Una blusa blanca de seda, abierta en el pecho lo suficiente como para mostrar solo una pizca del entreseno, acentuaba la suave turgencia de sus pechos. Su piel brillaba con un bronceado saludable. El color del pelo solo podría describirse como tiziano. Siempre había preferido las mujeres con pelo de color caoba, pero esa mujer opacaba a todas. Se obligó a mirar sus ojos de color castaño.


—Necesita... —lo guio ella.


Pedro pestañeó. Por un momento no podía ni recordarlo. 


Respiró profundo y se obligó a hablar.


—La hora. Necesito saber la hora.


La mujer le sostuvo la mirada por un largo momento antes de mirar el reloj.


—Son casi las diez y treinta.


Él maldijo en voz baja.


—¿No era la respuesta que esperaba?


—No, en realidad no lo era. Pero tendré que conformarme. —Pedro echó un vistazo al recibidor. Aparentemente las bodas en Vegas no eran asuntos matutinos—. ¿A qué distancia está el hotel Oasis del Desierto?


—Está en el otro extremo del Strip, junto a la capilla nupcial Rosa Amarilla de Texas.


—¿Otra maldita capilla? —Una vez que las palabras salieron de su boca, Pedro no sabía por qué las había pronunciado—. Quise decir... —Pero la mujer lo interrumpió.


—Es evidente que tiene que estar en otro lado, así que no deje que lo detenga.


Mientras Pedro la observaba dar media vuelta e irse, una extraña decepción lo invadió. Sacudió la cabeza. La reunión. 


Eso era lo que requería de su atención. Abandonó la capilla por donde había entrado y comenzó a caminar rápidamente. 


Pero no pudo evitar preguntarse qué clase de nombre tendría una preciosa pelirroja.






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