sábado, 6 de febrero de 2016
INCONFESABLE: CAPITULO 21
Un ruido ensordecedor la despertó. «Un disparo», pensó y, cuando se dio cuenta de lo que podía estar pasando, gritó, y lo hizo tan fuerte que pensó que rompería los cristales de las pequeñas ventanas del cuarto donde estaba encerrada.
Había abierto los ojos sobresaltada al creer que Amalia le había disparado pero extrañada de no haber sentido nada.
Ningún dolor, ninguna quemazón. Nada fuera de lo normal.
Se miró buscando algún rastro de sangre, pero tampoco lo halló. Después giró la cabeza y vio a alguien tirado en el suelo, o al menos vio algo, lo que pudo sin sus anteojos, no podía ver bien de quién se trataba, pero desde luego era una mujer, y pensó en su secuestradora. Alguien le había disparado a Amalia, pero ¿quién? Otro ruido llamó su atención, un golpe, otro golpe, un gemido de dolor, y por último un alarido aterrador, de… otra mujer. ¿Qué estaba pasando?
Tras bajarse del sillón, se puso a andar a gatas por la estancia. Había decidido que se pegaría a la pared y se movería por ella hasta encontrar la puerta; si no recordaba mal, estaba justo a su izquierda, puesto que la ventana quedaba a su derecha. Empezó su recorrido pero chocó con algo, o mejor dicho con alguien, que la tomó por el tobillo cuando ella intentó apartarse.
—Paula… —Aquellas palabras apenas eran susurros.
—¿Quién, quién es usted? —le preguntó intentando soltarse dándole un puntapié.
—Soy Melbourne, tienes que salir de aquí —le ordenó desesperado, soltando un gemido al recibir el golpe—, busca a tu hermano.
—Pero, pero…
¿Qué estaba pasando allí? ¿Qué hacía su prometido en aquel lugar?
—Llévale los documentos a Ricardo —insistió.
Seguía oyendo golpes; esta vez era un hombre quien se quejaba, pero no se trataba del que tenía a su lado.
—No los tengo —volvió a negar—. ¿Y qué hace aquí?, ¿dónde está Amalia? No puedo ver nada. —Estaba aterrada por lo que estaba ocurriendo a su alrededor sin que ella pudiera actuar de alguna forma, o escabullirse por algún sitio.
—Los documentos, Paula... —El hombre estaba alterándose.
—No los tengo —volvió a mentir—, los tiene lord Alfonso. —Decidió que, si alguien debía sufrir un poco, ése era el marqués, no ella. Que fueran a pelearse con él por los papelitos y la dejaran en paz.
—Eso no es cierto, sabemos que aún los conservas.
—Lo es, y… ¿por qué le interesan a usted? No son suyos.
Otro golpe, y otro quejido.
—¡Paula! —Ésa era la voz de su tío Rodolfo, quien después de todo era su único pariente entre tanta gente que la acosaba. Si debía fiarse de alguien, mejor de alguien conocido.
—¡Tío! —gritó por segunda vez en su vida—. No llevo los anteojos puestos, ¿dónde estás?
—No lo hagas, Paula, te matará —la advirtió Melbourne antes de recibir un fuerte golpe que lo dejo sin sentido.
—¿Te encuentras bien, Pau? —preguntó solícito Rodolfo—. ¿Te han hecho daño?
La ayudó a ponerse de pie pasando por encima del hombre que se encontraba en el suelo, inconsciente.
—La verdad es que no —le informó—, sólo querían los papeles que había en tu abrigo y que yo pretendía entregarte. Por eso me han secuestrado, fue Amalia, pero ahora no sé qué le ha pasado —no podía parar, estaba histérica—, y estoy preocupada. Ella me ayudó una vez, no quiero que le pase nada. No quiero. ¿Dónde está? ¿Se encuentra bien?
Rodolfo la miró entrecerrando los ojos mientras sonreía sin que ella pudiera percatarse de ello. Después de todo, la escena que había montado despidiendo a Amalia por la pérdida de los dichosos documentos lo había llevado hasta esa situación. La otra sospechó que Paula guardaba los papeles y fue en su busca; cuando ésta se los negó, la secuestró y avisó a Melbourne y a Leticia, su socia. Fue ella quien lo avisó de adónde se dirigían para que acudiera y, entre los dos, descubrieran qué había ocurrido con los documentos. Después de todo, si conseguían encontrarlos, ganarían mucho más. Estaba todo atado, así, si le ocurría algo a Paula, todos sospecharían de su antigua criada, y creerían que había sido una venganza por la pérdida de su trabajo. Desafortunadamente, Leticia había caído a manos de la otra.
Y ahora resultaba que Pau quería devolvérselos.
—¿Y los tienes?
—¿Dónde se encuentra Amalia? —insistió—. ¿Y mis lentes? Puedes buscarlos, me los quitó ella.
No sabía por qué, pero en ese momento empezó a desconfiar. Tal vez las palabras de Melbourne…, o su exagerada imaginación, le estaban haciendo dudar de su decisión de devolvérselos a su tío. Amalia había dicho que eran de Alfonso, ¿para qué los quería Rodolfo?
—Amalia era una asesina a sueldo —le dijo para asustarla—, iba a matarte después de que se los entregaras.
—Pero ¿dónde está? —No quería descubrir que le había pasado algo malo. Y se negaba a creer que la joven fuera una asesina.
—He tenido que defenderme, me ha atacado con un arma.
—Sí —asintió—, he oído el disparo, aunque no creí que ella pudiera…
—¿Vas a darme lo que es mío de una vez? —le preguntó apretándole fuertemente el brazo.
Rodolfo estaba perdiendo la paciencia con su sobrina y no tenía tiempo que perder; él quería esos documentos, lo siguiente sería hacer desaparecer a Alfonso.
—Me haces daño —protestó sintiendo cómo el hombre le oprimía más el brazo—. Y no los tengo, se los di a lord Alfonso—volvió a mentir.
En ese instante su tío le dio una bofetada y la tiró al suelo, haciéndola caer junto al cuerpo de una mujer. ¿Amalia?
Rodolfo se acercó a ella para golpearla nuevamente llevado por la ira cuando la puerta de la habitación se abrió dando paso a Ricardo y Pedro, que entraron casi sin aliento puesto que habían oído su grito desde la calle.
—Ni se te ocurra volver a ponerle un dedo encima —lo amenazó el marqués—, no voy a permitirte que la maltrates.
Rodolfo se giró lo suficiente para enfrentar a los hombres. Pedro había sido el primero en entrar, pero Ricardo lo siguió de inmediato.
—Aléjate de mi hermana.
—¿Tú hermana? —le preguntó con ironía—. Que yo sepa no tienes hermanos, ni yo tengo más sobrinos.
—Te equivocas, tío, Paula es mi hermana, es hija de mi padre y la señora Chaves —confesó.
¿Qué quería decir Ricardo? ¿Y por qué ahora? Paula lo miró sin poder dar crédito a lo que oía. ¿Era realmente su hermano o era un truco para distraer a su tío? A continuación miró a Pedro y deseó que no estuviese allí: después de su humillante rechazo y de que por culpa de la noche que pasaron juntos se viera en aquella situación, no tenía ganas de volver a verlo. ¿Nunca? «No te engañes, Paula. Estás que das saltos de alegría al haberlo visto cruzar la puerta hecho un toro para defenderte. ¿A quién pretendes engañar? Te mueres por él.»
—Vaya, de lo que se entera uno en las circunstancias menos previstas —le dijo a su sobrino—. De todas formas, eso no cambia las cosas, mucho menos las circunstancias en las que nos encontramos. Bueno, querida —le dijo a Pau sacando un enorme cuchillo y apuntándola directamente al cuello con él—, ya que está aquí tu querido lord Alfonso, le vas a decir que me entregue lo que necesito.
«¡Ay, madre, si todo era una mentira!»
—¿De qué hablas? —preguntó Ricardo mientras le hacía una seña a su amigo para que mantuviese la boca cerrada.
—Al parecer tu querida hermanita no sólo se abre de piernas para el marqués —al decir esto, Paula profirió un nuevo grito, esta vez de indignación, y Alfonso hizo el intento de abalanzarse sobre él, pero se vio frenado por Richard—, sino que también le hace de ladrona.
Ella pensó que, si no estuviera medio ciega, le hubiese dado una patada en la espinilla. Una bien fuerte.
—Creo que usted se está equivocando —intervino Pedro con la voz tan afilada que podía cortar—, señor. No tengo esos papeles.
Ricardo miró a Alfonso confuso, intentando desentrañar cuánta verdad había en las palabras de su tío, y lo que vio en el rostro del rubio no pareció gustarle, nada en absoluto.
—Equivocado o no, necesito los documentos —le dijo a Pedro—, así que démelos.
—¿De qué está hablando? —volvió a preguntar Alfonso mirando a Paula, pero ésta no era consciente de dicha mirada.
Mientras los hombres discutían, Paula sintió cómo una mano de mujer buscaba la suya y le colocaba un arma en ella, y de repente reconoció el cuerpo con el que había tropezado como el de Amalia. ¡Menos mal!
—Déjese de tonterías y deme los documentos —le ordenó—, su putita alega habérselos dado a usted.
Por la cara que puso Pedro, el hombre se dio cuenta de que Paula le había mentido, pero cuando se volvió hacia ella, éste atrajo de nuevo su atención.
—¿Para qué los quiere?
—Me han encargado que destruya cualquier prueba que le sirva para demostrar que es hijo legítimo del zar de Rusia —informó al afectado con impertinencia—, y me han pagado muy bien por ello.
Paula se contuvo un segundo cuando oyó aquella nueva confesión, demasiadas para una tarde.
Ricardo, mientras tanto, estaba decidiendo a quién mataría antes: si a su tío o a Alfonso.
—Deja marchar a Paula —le suplicó Ricardo—, ella ya te ha dicho que no tiene esos papeles.
De forma inesperada, Rodolfo apuntó a Ricardo y le disparó en el pecho sin que nadie pudiera haber sospechado que iba a hacerlo, sin que nada pudiera evitarlo.
—Cierra la boca de una maldita vez —le gritó—, estoy harto de ti.
—Nooooo…
Paula supo por instinto que a quien habían disparado era a su hermano, a su verdadero hermano. Se levantó rápidamente para llegar hasta él, conducida por el ruido del disparo, sin percatarse de que aún llevaba el arma que Amalia le había puesto en la mano, distrayendo a su tío con esa acción, circunstancia que aprovechó Alfonso para lanzarse contra él e intentar desestabilizarlo.
No obstante, Rodolfo reaccionó a tiempo para disparar a Alfonso, pero falló.
Paula se detuvo en seco al darse cuenta de que se disponía a disparar de nuevo.
—Paula, el arma —le ordenó Amalia con un hilo de voz—, ¡utilízala! ¡Vamos, no seas cobarde!
Miró la pistola que mantenía sujeta sin haberse percatado de ello, luego miró a Pedro, que se lanzaba de nuevo hacia su atacante, o al menos la imagen borrosa del que intuía que era él, ya que se vio obligado a tirarse al suelo para evitar que le diera, y después dirigió su mirada de nuevo a su tío, para ver cómo sonreía mientras se disponía a apretar el gatillo otra vez sin que el hombre que la había rechazado tuviese ninguna oportunidad.
«Pero si no veo…»
Alzó el brazo y cerró los ojos, movida por el impulso de salvarle nuevamente la vida, o al menos intentarlo, a Alfonso.
Luego, disparó.
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