sábado, 27 de febrero de 2016

EL SECRETO: CAPITULO 13





Entonces, ¿cómo, solo día y medio después, se hallaba sentada en un lujoso avión privado que se dirigía a Salamanca?


A su lado, Pedro estaba absorto en la pantalla del ordenador.


Ella suspiró. Sabía por qué estaba allí: porque era demasiado buena, una característica que era prima hermana de la de ser confiada, que le había hecho creer que un multimillonario con avión privado era monitor de esquí y que el canalla de Roberto estaba enamorado de ella.


–Suspiras. No me digas que has cambiado de opinión.


Pedro cerró el portátil y se recostó en el amplísimo asiento, que era una de las muchas ventajas de tener un avión propio: disponer de todo el espacio que necesitara.


La miró. Ella llevaba el pelo recogido, pero, como siempre, algunos rizos le caían, rebeldes, sobre el rostro.


–¿Qué harías si te dijera que lo he hecho? Estamos en pleno vuelo. ¿Me echarías del avión? Sigo sin creerme que sea tuyo.


–No recurro al uso de la fuerza, Paula. Y me estoy cansando de oírte decir que no te crees que soy rico.


–No me eches la culpa. No conozco a muchas personas que tengan un chalé de montaña y un avión.


–Supongo que debiera estarte agradecido porque hayas dejado de sermonearme por ser un canalla mentiroso como tu exprometido. ¿Por qué suspiras? Si queremos representar aceptablemente el papel de enamorados, sobran los suspiros tristes.


Paula volvió a suspirar, en respuesta, mientras miraba distraídamente el hermoso rostro de Pedro, que la contemplaba con cierta impaciencia.


–No me has dicho por qué eres contrario a sentar la cabeza.


–Es verdad, no te lo he dicho.


–¿Por qué? Yo te he contado montones de cosas sobre mí. Lo menos que podías hacer es darme información sobre ti. ¿O se supone que soy tu novia y no sé nada de ti?


Pedro se quedó callado durante unos segundos.


–No cuento cosas sobre mí.


–Y yo no finjo ser quien no soy.


–¡Qué cabezota! –masculló él–. Muy bien. De joven, tuve una mala experiencia. Una hermosa chica me hizo creer todo lo que había planeado, incluyendo un falso
embarazo. Solo le interesaba mi dinero. Eso me hizo decidir que, a partir de entonces, el único compromiso a largo plazo que tendría sería con el trabajo. Aprendo rápido de los errores y no vuelvo a cometerlos.


–¡Qué horror! ¿Cuántos años tenías?


–No quiero seguir hablando del tema.


–¿Cuántos?


Él, irritado, negó con la cabeza.


–Diecinueve.


–Así que ¿has dejado que una mala experiencia de joven te arruine la vida adulta?


–¿Arruinar? No es la palabra adecuada. Yo diría «afectar». Ya te he dicho que aprendo de los errores.


–Pero ¿y si un día te enamoras?


–No está previsto. Y vamos a dejarlo ya,Paula.


–Tampoco estaba previsto que yo fuera a mentir a gran escala, y aquí me tienes.


Mentir no estaba en su naturaleza, pero se hallaba inmersa en la mayor mentira de su vida, y todo porque se había imaginado a la madre de Pedro frágil, vulnerable y muy triste y decepcionada al enterarse de que había sido víctima de las mentiras de la exnovia de su hijo.


Sabía por experiencia propia el daño que hacían las mentiras. También sabía que los seres humanos se volvían ciegos en lo referente a la salud. Si a alguien recientemente atropellado por un autobús se le preguntaba cómo estaba y respondía que bien, el ciudadano medio se lo creería.


Asimismo, era muy probable que el ciudadano medio subestimara el impacto de la decepción en una persona anciana y enferma. ¿Quién sabía cómo reaccionaría Antonia, la madre de Pedro, si descubría que le habían mentido? Todo el mundo sabía que el estrés mataba.


Sin embargo, si ella se daba cuenta por sí misma de que Pedro no era adecuado para Paula, el final de su supuesta relación no sería un drama tan grande.


Y desde luego que no estaban hechos el uno para el otro, sobre todo después de lo que él le acababa de decir.


Además estaban las ventajas que harían mucho más llevadera la situación en que se hallaba: trabajo y alojamiento asegurados.


Podría tranquilizar a su abuela diciéndole que su vida había recuperado la normalidad.


–Supongo que a tu madre no le gustaría que no estuvieras dispuesto a casarte con tu novia y supongo que no sabe nada de tus traumas.


Quería saber más, ya que estaban de camino hacia territorio desconocido y comenzaba a ponerse nerviosa.


–Mis traumas… Tienes una forma de expresarte… Mi madre quiere que siente la cabeza, pero, a pesar de eso, se dio cuenta de que Isobel no era la candidata ideal para ser mi esposa.


–¿Por qué?


–Porque Isobel es una mujer de la jet set, no el tipo de mujer hogareña que se queda en casa a esperar a su esposo. Supongo que es lo propio siendo una modelo. Te tratan como a una diosa, cuando en realidad solo eres una cara bonita.


–¿Una mujer de la jet set?


–Sí, a la que le gusta desmedidamente el oropel, el glamour y ser el centro de atención de las cámaras.


–Es el tipo de mujer con el que sueles salir.


–¿A qué viene este interrogatorio, Paula?


–A que estoy nerviosa.


La forma en que Pedro había descrito a su ex era un buen ejemplo de que se relacionaba con mujeres con las que no corría el peligro de querer comprometerse, con las que solo tenía sexo.


–Piensa en la recompensa que obtendrás y los nervios desaparecerán. Hazme caso.


Paula frunció el ceño porque, por maravillosa que fuera la recompensa, no era la razón de que hubiera aceptado participar en aquella ficción. Cuanto más se acercaba el avión a su destino, más se preguntaba si había sido una buena idea seguir su impulso de hacer lo correcto.


–No he accedido debido a la recompensa.


Pedro enarcó las cejas y le sonrió con expresión incrédula.


–¿Me estás diciendo que la única razón de haber accedido a fingir que eres mi prometida es que te da pena mi madre, una mujer a la que ni siquiera conoces?


–Más o menos.


–Esa es una bonita expresión. Está abierta a toda clase de interpretaciones opuestas.


–A veces me sacas de quicio, Pedro.


Deseó que volviera a ponerse a trabajar con el portátil y dejara de prestarle atención, porque se sentía acalorada y molesta.


Como no había metido en la maleta ropa adecuada para temperaturas cálidas, llevaba una camiseta térmica, unos vaqueros, calcetines gruesos y zapatillas deportivas. Le picaba todo el cuerpo.


–Lo único que intento es… Me pregunto qué hay que hacer para fingir ser alguien que no eres.


–¿Te refieres a ser alguien que tiene una relación sentimental conmigo?


–Nunca he hecho una cosa así. No me gusta engañar a los demás. No me parece honrado y, lo creas o no, a pesar de que la recompensa hará mi vida mucho más sencilla cuando vuelva a Londres, lo hago porque no me gusta pensar que tu madre está llena de esperanza y que se va a llevar una cruel decepción. Sinceramente, me resulta imposible creer que alguien sea capaz de mentir de esa manera a alguien que acaba de estar enfermo solo para vengarse porque la has abandonado.


Paula suspiró.


–¿Le ha gustado a tu madre alguna de tus amigas?


–No que recuerde.


Y eso no le había preocupado hasta que ella había comenzado a decirle que debía sentar la cabeza porque no sabía cuánto tiempo más seguiría viviendo.


Sabía lo que su madre pensaba de las mujeres de su vida, de la sarta interminable de modelos que sonreían como tontas y se adaptaban a sus necesidades. A él le daba igual. Bastante tenía con el estrés que le generaba el trabajo para tener que añadir el de una novia exigente. Pero su madre no era de la misma opinión.


Paula, por el contrario, era una mujer normal y espontánea.


Si no fuera porque él sospechaba de todos, se creería que hacía aquello por bondad. Era una persona íntegra, pero él nunca la consideraría como posible compañera para toda la vida. Si alguna vez decidía casarse, lo haría con alguien que concibiera el matrimonio como él, con alguien que no necesitara su dinero, que entendiera la fragilidad de la institución y que aceptara que el matrimonio tenía más posibilidades de tener éxito si se consideraba un acuerdo comercial.


Si su madre veía por sí misma lo inadecuado que su hijo era para una mujer como Paula, y para todas las que se la parecieran, no solo aceptaría la ruptura de la relación, sino que entendería que sus sueños sobre el enamoramiento y las relaciones románticas no eran los de Pedro.


–Mi madre cree firmemente en el amor y en los finales felices –afirmó con cinismo–. Se casó con el hombre del que se enamoró en su adolescencia. Mis padres siguieron juntos y enamorados hasta que él murió. Tiene la esperanza de que yo continúe la tradición, pero no ve que pueda hacerlo en brazos de las modelos con las que salgo.


–No hay nada malo en creer en el amor y en los finales felices. Por una mala experiencia no puedes renunciar a ellos.


–Me sorprende que digas eso después de lo que te ha pasado.


Pero no le sorprendía. Ella era una romántica sin remedio que alimentaba en secreto sueños de ser llevada al altar vestida de blanco; que deseaba probar sus habilidades culinarias en su propia cocina mientras sus hijos correteaban a sus pies.


Era la clase de mujer que su madre imaginaba para él, precisamente a la que él jamás se acercaría porque ya había tenido suficiente de aquella tontería del amor.


–Solo porque me hayan decepcionado…


–Te ha abandonado un tipo para irse con tu mejor amiga.


Paula se puso colorada hasta las orejas.


–No hace falta que me lo repitas.


–La realidad es la que es.


–Si con eso quieres decir que, porque la realidad es la que es, debo dejar de creer en el amor y el matrimonio, prefiero no enfrentarme a ella.


–Pues teniendo en cuenta que no me interesan ninguna de las dos cosas, será fácil demostrarle a mi madre lo incompatibles que somos.


–Si tan incompatibles somos, ¿cómo es posible que tengamos una relación? –preguntó ella en tono cortante–. Tengo el corazón destrozado y me siento vulnerable después de la ruptura de mi compromiso. Y tú apareces en mi vida y decides que soy la mujer adecuada para ti, a pesar de ser la última con la que te relacionarías sentimentalmente. ¿Cómo puede ser eso, Pedro?


–Ya te he dicho que a mi madre le gustan los cuentos de hadas.


–Entonces, no te conoce.


–¿Es que no puedes aceptar nada sin tener que ponerlo en tela de juicio?


Pedro negó con la cabeza al tiempo que suspiraba con una mezcla de irritación y resignación.


–La gente cree lo que quiere creer incluso cuando tiene delante pruebas de lo contrario. Mi madre cree en el amor, así que no le parecerá raro que me haya enamorado perdidamente de ti.


–¿Sabe lo de tu experiencia con esa chica? Un error disculpable debido a tu juventud.


–¿Es esa tu forma de analizar la experiencia? –él la miró con impaciencia y ella le devolvió la mirada sin pestañear–. Me estoy arrepintiendo de habértelo contado. No, no lo sabe, lo cual me lleva a mencionarte dos normas básicas que debes respetar.


¿Qué necesitaría un hombre como Pedro para enamorarse perdidamente? A alguien increíble. Y esa persona existía, aunque él no lo creyera. Sus padres se habían querido, y los de ella también. Durante su infancia, no se cansaba de ver fotos de los dos juntos ni de oír lo que le contaba su abuela sobre su relación y su amor, que nunca había desfallecido.


Tal vez por eso se había convertido en la persona que era: idealista y llena de esperanza de encontrar un día al hombre ideal.


Era inconcebible que alguien como Pedro, cínico y hastiado, se sintiera atraído por ella; tan inconcebible como que ella, optimista y romántica, se sintiera atraía por él.


–Dos normas básicas –repitió él haciéndola volver a la realidad.


–Dime.


–Regla número uno: es importante recordar que esta simulación es temporal.


Paula lo miró con los ojos como platos.


–Ya lo sé.


–Con eso quiero decir que no empieces a pensar cosas raras.


–¿De qué demonios me hablas?


De pronto, cayó en la cuenta. Él la miraba sin pestañear.


–Ah, ya entiendo –dijo lentamente mientras se sonrojaba y el corazón comenzaba a latirle a toda velocidad–. No quieres que crea que este juego es real. Eres de lo que no hay. ¿Crees sinceramente que soy tan estúpida como para enamorarme de ti? Sobre todo después de lo que me has dicho.


–¿Cómo dices?


–Crees que porque eres guapo y tienes mucho dinero eres irresistible. Y puede que lo seas para todas esas modelos a las que les gusta colgarse de tu brazo y que les saquen fotos. Pero hablaba en serio cuando te dije que no se me ocurría que pudiera haber nada peor. Sobre todo con alguien que considera el matrimonio una transacción comercial.


–¿Estás segura? –preguntó él, nada acostumbrado a la crítica.


–Muy segura. Un hombre como tú no me interesa. Estoy segura de que tienes magníficas cualidades… –hizo una pausa al tratar de imaginar cuáles serían. Ciertamente, no la sensibilidad ni la reflexión.


«Aunque», le susurró una voz interior, «¿no demuestra su actitud hacia su madre que dichas cualidades existen bajo su fría y dura fachada?».


–Me gustan los hombres cariñosos, abiertos y divertidos.


–¿Sí? Pues, aunque te resulte sorprendente, ninguna mujer de las que ha estado conmigo se ha quejado de falta de diversión.


–No hablo de sexo –respondió ella con desprecio al tiempo que se sonrojaba.


¿Qué sabía ella de sexo? No había tenido montones de pretendientes que hubieran intentado llevársela a la cama. 


Había habido hombres interesados, desde luego, e incluso había salido con un par, pero no había resultado nada de todo ello. No era lo suficientemente inteligente para emplear los trucos que la mayor parte de las mujeres usaban, los que atrapaban a los hombres. Aunque tampoco había querido atrapar a aquellos con los que había salido brevemente.


Se preguntó cómo reaccionaría Pedro si supiera que era virgen.


¡Una virgen y un vividor! ¡Menuda pareja!


–Hablo de un hombre cariñoso y entregado que comparta mi sistema de valores, que desee lo que yo deseo: amor, amistad y una compañera de por vida.


–¡Qué emocionante! –exclamó él con sequedad–. Te olvidas de la pasión. ¿O es que no entra dentro de la amistad y la unión de por vida? Da igual, ya me hago una idea. En ese caso, no tendrás que fingir. Supongo que nuestras personalidades enfrentadas serán suficientes para demostrar a mi madre que nuestra relación no está destinada a durar.


Se encogió de hombros e hizo una mueca.


–No dejes de decirle lo que piensas de mí –añadió.


–Lo haré, no lo dudes. Y otra cosa.


El avión comenzó a descender preparándose para aterrizar.


–No vengo preparada con ropa para el tiempo que haga aquí. No esperaba venir a España.


–Aunque no te lo creas, también aquí hay tiendas. La ropa forma parte de tu sueldo.


–No me parece bien.


–Entonces, podemos llegar a un acuerdo para que me devuelvas el dinero, aunque querrás empezar a trabajar en Londres antes de comenzar a transferir dinero a mi cuenta por unas cuantas prendas.


–No sabes lo irritante que puedes llegar a ser.


–Esa es una de las cosas que puedes decirle a mi madre que te desagradan de mí. Aunque, no sé cómo reaccionará al ver que una mujer que está conmigo dice lo que piensa. Recuerda que acaba de recuperarse de un infarto cerebral.


–¿Es que ninguna decía lo que pensaba de ti?


–Sinceramente, no. Pero tú vas a compensarlo.




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