sábado, 27 de febrero de 2016

EL SECRETO: CAPITULO 15




Antonia era una mujer elegante y de hablar pausado con la que Paula se sintió inmediatamente a gusto. Los condujo al interior de la casa después de que Pedro la besara en la mejilla y mientras les decía que debería estar descansando en vez de salir a recibirlos.


–Me moría de ganas de conocer a Paula –protestó al tiempo que entraban en el salón, donde una sonriente doncella esperaba tras haber servido té y pastas en la mesa de centro–. Y sé que estaréis cansados después del viaje, pero ardo en deseos de que me contéis todo sobre vuestra relación. Lo sabía. Sabía que mi hijo acabaría encontrando el amor con una mujer de verdad, no con una de esas muñecas de plástico con la que se ha pasado la vida tonteando.


Paula miró a hurtadillas a Pedro para ver cómo encajaba las críticas de su madre. Él la miró a los ojos y le sonrió.


–¿No te había dicho que mi madre no tiene pelos en la lengua?


Condujo a su madre al sofá. Ella les sirvió el té y les pasó la bandeja de pastas. Después, la doncella le sirvió refrescos y salió del salón cerrando la puerta.


Como Antonia estaba sentada frente a Paula, esta pudo examinarla a fondo. Tenía arrugas alrededor de los ojos y la boca y estaba muy delgada, pero se veía que había sido muy guapa en su juventud. No era muy mayor. A Paula le pareció que tendría unos sesenta y cinco o setenta años.


Ella se esforzaba por mantener la sonrisa alegre de una mujer enamorada mientras Pedro se servía más pastas antes de sentarse en el sofá, que era igual a aquel en que estaba sentada su madre, al lado de Paula.


–¿Qué quieres saber? Solo podrás hacernos unas cuantas preguntas, ya que debes tomarte las cosas con calma.


–Estoy sentada –replicó Antonia sonriendo–. ¿Con cuánta más calma quieres que me las tome? Por favor, no hagas lo mismo que mis amigos, que me tratan con guantes de seda desde que enfermé.


–¿Por qué no se lo cuentas tú? –Pedro retiró el cabello de la mejilla de Paula y se la besó.


Paula se quedó inmóvil. Le hubiera gustado darle un puñetazo, ya que había sido él quien la había metido en aquel lío. Era injusto que la dejara sola para que se inventara una mentira con visos de realidad.



Antonia la miraba expectante, por lo que Paula, contra su voluntad, se inventó un cuento de amor repentino y elevado romance. Habló de su compromiso roto como un detalle sin importancia del que afortunadamente se había librado, ya que, ¿cómo, si no, estaría con Pedro? Había sido el destino.


Antonia le habló de su maravilloso matrimonio. El destino los había unido a su marido y a ella muy jóvenes.


¿Cómo iba a resistirse Paula a hablarle de sus padres, quienes también se habían hecho novios muy jóvenes? No se resistió. Le contó que habían muerto jóvenes, pero enamorados. Y, a pesar de que le daba miedo perder a los seres queridos, ella creía en el amor con todas sus fuerzas, por muchos riesgos que implicara.


Mientras Antonia asentía, Paula recordó que no estaba allí para establecer vínculos afectivos con ella. Carraspeó y se preguntó si no debía pasar la batuta a Pedro para que siguiera con el cuento de amor.


Decidió que no lo haría porque a saber qué diría. No había abierto la boca desde que ella había empezado a hablar. Se le había cercado aún más para… ¿qué? ¿Prolongar las falsas suposiciones de su madre?


–Aunque es maravilloso un repentino amor como el nuestro, debo reconocer que tu hijo a veces es demasiado contundente.


–¿Demasiado contundente? –repitió Antonia.


–Rayando en la arrogancia –contestó Paula al tiempo que palmeaba el muslo de Pedro sin mirarlo–. Supongo que se debe a haberse criado rodeado de lujo. En mi casa, por el contrario, había que hacer esfuerzos para llegar a fin de mes.


Dejó que Antonia llevara a cabo la deducción obvia: que Pedro y ella eran muy distintos e incompatibles en un aspecto fundamental.


A Antonia pareció haberle encantado lo que acababa de decir.


–Me alegro tanto de que hayas recuperado el juicio –afirmó sonriendo a su hijo– y de que te hayas dado cuenta de que es mucho más satisfactorio tener a una mujer de verdad a tu lado. Querida, mi amado esposo y yo tuvimos que ahorrar hasta la última moneda antes de que su carrera despegara. Te podría poner muchos ejemplos: tener que elegir entre pagar las facturas o comprar comida, sobre todo al principio, cuando le debíamos mucho dinero al banco…





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