domingo, 27 de diciembre de 2015

PERFECTA PARA MI: CAPITULO 1




Paula Chaves no era una persona sin expectativas; de hecho, en algunas ocasiones había llegado a creer que sus sueños se habían convertido en el centro de su existencia.


Cuando sólo faltaban unos días para su trigésimo quinto cumpleaños podía asegurar, sin atisbo de dudas, que sus objetivos eran claros. Sabía exactamente lo que quería, lo único que le impedía lograrlo era su total y determinante falta de dinero. Lo que no dejaba de ser hasta cierto punto paradójico, pues desde pequeña había hecho todo cuanto le habían dicho que tenía que hacer para conseguir sus propósitos.


Sus padres se marcharon de la aldea a la gran ciudad y siempre habían subsistido con múltiples dificultades. Fueron ellos los que le inculcaron la necesidad de un buen currículum académico para optar a los mejores empleos. Y pronto Paula se dio cuenta de que esto último era esencial para alcanzar una posición económica que le permitiera una existencia feliz.


Estudió mucho hasta licenciarse con honores en Turismo. 


Había elegido este sector porque era un valor en alza para el futuro. No obstante, cuando había llegado el momento de comenzar a recoger los frutos de su esfuerzo surgió la dichosa crisis económica, y los valores seguros dejaron de existir. Aunque se podía decir que ella todavía contaba con el último de ellos: la esperanza.


Apenas se permitía el pago del alquiler de su apartamento con las traducciones esporádicas que algunas empresas le encargaban, pero ella seguía creyendo que algún día conseguiría vivir tal y como quería. Y lo que deseaba con todas sus fuerzas era poder restaurar la casa que su abuela le había dejado en herencia para devolverle su antiguo esplendor, convirtiéndola en un encantador hotel rural a donde la estresada gente de la ciudad acudiera en busca de paz.


Sus padres habían ahorrado para que ella y su hermano pudiesen ir a la universidad. Jamás se habían ido de viaje y en diciembre, cuando a su padre le daban vacaciones en la fábrica de coches en la que trabajaba, su familia se trasladaba a la aldea en la que sus abuelos vivían, a la casa en la que varias generaciones de Chaves habían nacido. Allí, fuera del claustrofóbico piso urbano que compartía con su familia en la ciudad, Paula había sido feliz.


Toda aquella situación aportaba cierto grado de ironía a su existencia. Pues sus planes consistían en contradecir el sacrificio que sus padres habían realizado treinta años atrás, cuando abandonaron el pueblo. Habían llevado una existencia sin lujos para que sus hijos aspiraran a una vida mejor, y ahora ella creía haber encontrado su futuro en aquel mismo sitio. Al final, resultaba que su felicidad se encontraba en el lugar del que sus progenitores habían huido. No solo resultaba irónico; era cómico, y hasta trágico.


A diferencia de sus preocupados y atareados padres, el recuerdo de sus abuelos siempre le había transmitido mucha serenidad. Como pescador, su abuelo había desarrollado un carácter paciente que a Paula le recordaba a una roca en mitad del océano. Por el contrario, la abuela era una mujer pequeña y nerviosa que se pasaba el día de un lugar a otro.


A Paula le encantaba ir a pescar con su abuelo. Le gustaba caminar largas distancias entre los senderos de la costa para luego sentarse mirando al mar, aguardando a que los peces picaran. Claro que ningún pez, ni siquiera uno despistado, había caído nunca en su anzuelo. Pero el tiempo a solas con su abuelo les permitía hablar durante horas, con la única compañía de los pájaros suspendidos en el viento y el fascinante sonido del mar.


—Tu abuela es como la marea —le dijo él un día mientras observaban el horizonte, aguardando a que algún pez mordiera el anzuelo.


Paula le miró con curiosidad, y él sonrió al ver su gesto de desconcierto.


—Ella va y viene, y algunas veces se agita nerviosa como el mar —explicó.


Paula observó el horizonte con aire soñador cuando el sol ya comenzaba su descenso hacia el ocaso.


—¿Y tú qué serías entonces? —preguntó, volviendo los ojos a su abuelo—. ¿Un barco?


La sonrisa de él se hizo aún más amplia, hasta que las arrugas se le marcaron alrededor de los ojos.


—Eso lo dices porque me trae y me lleva a su antojo —dijo, con la voz afectada por la risa—. No, Paula. Yo sería el acantilado; que aguanta las tempestades, impidiéndole desbordarse.


Sonriendo,Paula asintió. Pero se quedó largo rato en silencio pensando en la metáfora de su abuelo. Adoraba oírles discutir hasta que los dos terminaban muertos de la risa, hasta que su abuelo tomaba en brazos a su abuela y los dos desaparecían durante horas. Eran la pareja perfecta: diferentes, pero aún así complementarios. Como la marea y el acantilado. A Paula le gustaba fantasear con que en el mundo existía una persona igual para ella.


Desde hacía tiempo, aprovechaba cualquier oportunidad para escaparse al pueblo para verles. Después de cincuenta años juntos, los abuelos parecían vivir en un eterno noviazgo. Tal vez fue por eso que, tras la muerte de su marido, su abuela apenas esperó dos meses para reunirse con él. Le fue imposible vivir sin su roca. Y Paula sintió cómo la base de su pequeño y perfecto universo junto al mar se tambaleaba


Varias semanas después de aquello, descubrió sorprendida que le habían nombrado como heredera de su casa. El viejo caserón se encontraba en la costa, a tan solo unos kilómetros del pueblo. El alto y escarpado acantilado se encumbraba sobre el océano como una fortaleza inexpugnable, y allí, encarando a los vientos, se alzaba la vivienda de sus antepasados. Frente a ella, únicamente se extendía el horizonte infinito que el cielo dibujaba con el mar.









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